THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

Una sucesión interminable de 'shocks'

«Recuperar la estabilidad se ha convertido en un objetivo inalcanzable»

Opinión
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Una sucesión interminable de ‘shocks’

EP

«La teoría económica recibe la influencia de los signos de los tiempos. Esas condiciones concretas producen los que John Hicks (1904-1989) llamaba concentraciones de atención. La aparición de un desempleo persistente en los años treinta produjo la revolución keynesiana; la inflación en los años setenta alumbró el monetarismo». ¿Qué nueva teoría de política económica se originará a partir de la endiablada situación económica en la que nos encontramos? Con una inflación disparada, un crecimiento que da síntomas de agotamiento y una política monetaria orientada a contener la primera pero que inevitablemente agravará el frenazo del segundo, los trade offs que siempre acompañan a cualquier decisión de política económica resultan difíciles de asumir en las actuales circunstancias. En su libro ¿Qué falla con la economía? (Ediciones Deusto 2022), el profesor de Economía Política de la Universidad británica de Warwick, Robert Skidelsky, reflexiona sobre el papel de las ciencias económicas en el sistema de poder y cómo la teoría económica demuestra una gran estabilidad en sus conceptos, técnicas y lenguaje a lo largo del tiempo. Por ese motivo, dice, es difícil aplicar un cambio de paradigma.

¿Producirá el momento de excepcionalidad que vive la economía mundial, gestado durante la pandemia y agudizado por la agresión rusa a Ucrania, un cambio de paradigma? ¿Cómo será este? Lo que sabemos es que con los instrumentos a mano no parece que estemos en la senda de recuperar el equilibrio. La combinación de las políticas monetaria y fiscal expansivas para superar el colapso de la demanda durante la pandemia ha ampliado los efectos de los shocks ocurridos a posteriori y que nadie supo anticipar, fundamentalmente la escasez de la oferta a raíz de la interrupción de las cadenas de suministro combinada con una demanda desbocada y el incremento exponencial de los precios de la energía y otras materias primas, agudizados por la guerra de Ucrania. 

A estos es casi inevitable que se sume una crisis alimentaria que puede afectar a cientos de millones de personas, fruto del desplome de las exportaciones de grano ucraniano y ruso a la mayoría de países en desarrollo de África, Oriente Medio y Asia. Una escasez que aumentará la presión migratoria y extenderá el malestar social por los países más afectados. Al drama humaniatrio de los casi cinco millones de refugiados ucranianos que han huido de su país se podría añadir el de millones de personas afectadas por el hambre.

¿Cómo aliviar esta situación? La opción más deseable, la retirada de las tropas rusas de Ucrania, no está por desgracia encima de la mesa. El presidente ruso, un megalomaníaco sobre el que se acumulan pruebas de genocidio, se equiparaba hace dos días con el zar Pedro el Grande para justificar la invasión de país europeo. La guerra será larga y de desgaste. Y ello intensificará el deterioro de la situación económica. Una perspectiva que ha obligado a los bancos centrales de las economías avanzadas a dar un vuelco a sus políticas monetarias expansivas. Se acabaron las compras de activos financieros que han permitido a los gobiernos financiar sus déficit a tipos de interés negativos. 

Los primeros en hacerlo fueron los anglosajones: la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra. Pero la persistencia de la inflación en sus economías hacen sospechar que han reaccionado tarde. Ayer mismo se conocía el dato de inflación de mayo en Estados Unidos. Subía un 1% y batía un nuevo récord al alcanzar el 8,6% interanual, el dato más alto en 40 años. De poco parecen haber servido las dos subidas consecutivas de los tipos de interés. El dato aumenta la presión sobre la Fed para enfriar la economía. Pero el equilibrio entre controlar la inflación y no parar en exceso el crecimiento es complicado. Un paso en falso puede ser fatal. Desestabilizaría aún más unos mercados financieros que acumulan unas pérdidas de más del 20% en desde principios de año.

En Europa, también esta semana, la presidenta del BCE, anunciaba que el próximo mes de julio la institución finiquitará su programa de compras de activos financieros y subirá un cuarto de punto los intereses, sin descartar un incremento adicional en el último trimestre del año. Christine Lagarde pone así fin a diez años de políticas de estímulo. El giro aún sólo anunciado ya está provocando la divergencia en la evolución de los tipos de interés en la eurozona. Una tendencia que fue revertida por su predecesor en el puesto, el actual primer ministro italiano, Mario Draghi, con su promesa de que el BCE estaba dispuesto a hacer «lo que fuera necesario» para acabar con la crisis de la deuda que estaba comprometiendo la unión monetaria. 

El anunciado incremento de los tipos de interés coincide con un momento en que las previsiones de crecimiento se están revisando a la baja (la OCDE, Bruselas o el Banco de España las han reducido), y las expectativas empresariales están tan bajas como en los peores momentos de la pandemia. La mezcla de endeudamiento y de peores datos de crecimiento obliga a los inversores a poner el foco en la estabilidad de las cuentas públicas. Y allí los países más endeudados tienen todas las de perder y también sus sectores bancarios, cuyos balances acumulan bonos del Tesoro. No hay más que ver el descalabro de los bancos en la Bolsa en los últimos días.

De forma que las tensiones en el mercado de la deuda están de vuelta, aunque aún de forma moderada. Italia, Grecia, Portugal o España serán los más afectados por la vuelta al rigor monetario. De hecho, los tipos de interés de sus bonos a diez años, referencia de las tasas a largo plazo, han subido con fuerza hasta los niveles más altos desde 2014. En el caso de Italia, cuya deuda asciende al cerca del 150% de su PIB, se sitúan en el 3,75%. En Grecia, con una deuda del 180% de su PIB, se sitúan en el 4,28%. En España ayer llegaron al 2,77%. En Alemania, cuyas rentabilidades sirven de referencia para el resto de los países de la eurozona, los intereses también han subido, pero más moderadamente. Se sitúan en el 1,51% pese a que la inflación del país se sitúa en el 7,9%, la más alta desde la reunificación. Los bonos alemanes siguen gozando de ese estatus de valor refugio en tiempos de inestabilidad. Las primas de riesgo se amplían otra vez. De continuar esta evolución, ¿se añadirá una nueva crisis de la deuda europea a la lista de shocks? 

Recuperar la estabilidad se ha convertido en un objetivo inalcanzable. El profesor Skidelsky, autor de una monumental biografía sobre John Maynard Keynes, se pregunta: «¿Cómo reconcilian los economistas, aunque sólo sea desde un punto de vista teórico, la idea de un estado de reposo con el indudable dinamismo e inestabilidad de la vida económica? La respuesta reside en el concepto de los shocks. En su estado habitual, la vida se compone de una serie de actividades predecibles, basadas en expectativas estables. Pero el carácter de la vida económica sufre la molestia constante de los shocks que pueden ser naturales, tecnológicos o monetarios». Y en eso estamos.

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