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El ‘sanchismo’ no existe

«El sanchismo no es más -ni menos- que el último suspiro pragmático de la muy descafeinada y amorfa socialdemocracia de la Europa meridional»

Opinión
  • Gallego practicante pese a residir desde la tierna edad de 5 años en Barcelona, ciudad donde se licenció en Económicas. Ha sido editor de El Correo Financiero además de colaborar en distintas etapas, entre otros medios de comunicación, en COPE, ABC, Es Radio, El Mundo y Libertad Digital.

El sanchismo, hallazgo terminológico acuñado en su día por un diputado de Ciudadanos y significante vacío que luego causaría furor entre los opinadores de la derecha, no existe. El sanchismo no es más -ni menos- que el último suspiro pragmático de la muy descafeinada y amorfa socialdemocracia de la Europa meridional, resto mediterráreo de un naufragio, el del viejo socialismo clásico en proceso de extinción, al que se han añadido unas gotitas de radicalismo retórico juvenil, vistoso apéndice, y hablo de Podemos, cuyas únicas plasmaciones concretas en el BOE remiten al patrocinio de ciertas minorías sexuales e identitarias, grupos de interés exclusivamente sectorial y por entero ajenos a la confrontación política por la distribución de la renta, la causa que durante los dos últimos siglos había constituido la propia razón de ser de la izquierda en todo el mundo. Eso, o sea nada, es el sanchismo. 

Atrapados en la burbuja narcisista de la superioridad moral, el presidente Sánchez, desde los periódicos, y Pablo Iglesias, en su talk show, acaban de verbalizar una muy sincera perplejidad ante el hecho, tan desconcertante para ambos, de que el electorado, lejos de premiar al Gobierno por la gestión, le muestre su repudio en las urnas cada vez que se adelanta algún comicio regional. Tan sideral resulta ser la distancia entre la autopercepción de los dos socios en el Ejecutivo y la que de ellos vienen manifestando las urnas, tanto, que el presidente e Iglesias, cada uno a su modo, no parecen capaces de encontrar otra explicación a ese divorcio que la que remite a las teorías de la conspiración.

Más sofisticado, Iglesias apela a las tesis de Gramsci para razonar su desconcierto en base a la hegemonía de la derecha en la construcción de las percepciones dominantes en la opinión pública, dominio asentado a su vez en la paralela hegemonía mediática. Impropiamente tosco, el presidente insinúa de modo vago imprecisas maquinaciones de poderosos intereses ocultos, una línea argumental que cuesta trabajo tomar demasiado en serio. 

La lectura de Iglesias, en cambio, sí merece consideración crítica, aunque sólo fuese porque Gramsci no era ningún friki aficionado a las fantasiosas conjuras secretas que tanto éxito cosechan en esta chiflada época nuestra de las redes y los bulos. Por lo demás, es cierto que los medios, empresas que poseen sus propios intereses políticos y que nunca resultan neutrales, influyen en las percepciones colectivas. Pero es que los medios han influido siempre, no sólo ahora.

Así, a lo largo de la década de los ochenta, cuando el abrumador período de mayorías  absolutas consecutivas del PSOE de Felipe González, los grandes grupos de comunicación españoles, grosso modo, reflejaban una pluralidad ideológica interna muy parecida a la que exhiben ahora mismo. Había menos cabeceras escritas, radios y televisiones, ciertamente, pero su orientación editorial mayoritaria no resultaba demasiado distinta a la presente. 

Bien, pues González ganaba todas las elecciones, todas, una tras otra, sin ni siquiera despeinarse. Ergo, caro Pablo, el origen del problema, ni antes ni ahora, parece que apunte a la prensa. En los ochenta, y muy al margen de cuál fuera el sesgo de los medios comunicación de masas, los niveles de desigualdad dentro de la sociedad española no dejaron de descender de modo constante, una consecuencia directa de la implantación durante aquella década de los cimientos de un estado del bienestar moderno en nuestro país.

Reducción de la desigualdad que se mide no por lo intenso de los buenos sentimientos propios de los gobernantes, sino a través de un indicador estadístico objetivo llamado índice de Gini. El mismo indicador que, desde 2008, viene señalando a España como el lugar de la Europa occidental donde mayor es la distancia entre ricos y pobres. Distancia entre los de arriba y los de abajo que no se ha reducido ni un milímetro, sino al contrario, durante este periodo del Gobierno PSOE-Podemos.

Y de ahí que, dentro del grupo de los países desarrollados, solo Estados Unidos posea ya una clase media inferior a la española en porcentaje sobre el total de la población. No es opinión, es información. Y no son los medios de la derecha, es el índice de Gini. ¿Tanto les podrá cegar la superioridad moral?

9 comentarios
  1. ToniPino

    García Domínguez ha escrito este artículo solo para meterse con los “opinadores de la derecha” por utilizar el término “sanchismo” para designar algo que, según él, no existe. Naturalmente que el sanchismo existe, como existió el felipismo, el aznarismo y el marianismo.

    García Domínguez define bastante bien la esencia del sanchismo, cuando dice que es radicalismo retórico (agitación, propaganda, guerras culturales), identitarismo y abandono de lo material, es decir, la distribución de la riqueza, base de la socialdemocracia clásica. Va y se pone que es eso, o sea, nada. ¿Le parece poco, José?

  2. alon101

    El Sanchismo claro que existe.
    No tiene nada que ver con la socialdemocracia.
    Tiene que ver con las ganas de poder de un individuo, en este caso miserable.
    Lo más antiguo del mundo.

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