THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

El vaciamiento del planeta

«Los incentivos y ayudas desde el Estado en favor de la natalidad, o la atracción de migración, son parches. El problema es global»

Opinión
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El vaciamiento del planeta

Liv Bruce | Unsplash

Ayer la organización Euromind, un foro organizado por la exdiputada europea Teresa Giménez Barbat, y Renew Europe (los liberales europeos) invitaron al sociólogo canadiense Darrell Bricker a charlar en Madrid sobre el futuro de la población y la demografía global. Bricker es autor, junto al periodista John Ibbitson, de El planeta vacío. El shock del declive de la población mundial (Ediciones B, 2019), una obra que busca desafiar la concepción tan extendida de que el mundo se dirige hacia una situación de sobrepoblación insostenible. Es un tropo constante y muy popular, desde Malthus, obviamente, hasta el villano Thanos en Los vengadores, que cree que la sobrepoblación acabará con la vida en la tierra. 

Bricker y Ibbitson dan muchos datos que demuestran lo contrario. A menudo se habla de que las bajas tasas de fertilidad son un problema occidental, o de los países ricos. Pero la tendencia a la baja es global. Países como China o la India (los dos países más poblados del planeta) ya están por debajo de la tasa de reemplazo necesaria para el sostenimiento demográfico, que es 2,1 hijos por mujer. Y en África, aunque sus tasas de natalidad son mucho más altas, la tendencia (gracias sobre todo a la urbanización y a cambios culturales) es decreciente. 

No es muy probable que la tasa de natalidad que baja del nivel de reemplazo vuelva a subir y se sostenga en el tiempo. Sobre todo porque lo que se está produciendo es un movimiento opcional: si nos dirigimos a un planeta menos poblado, o que va a crecer a un ritmo mucho más lento, es porque lo hemos decidido así, y no es causa (esperemos que no lo sea en el futuro) de grandes catástrofes que sirven como tope en el crecimiento de una población. Es decir, es porque las mujeres sufren cada vez menos la presión de fuerzas exógenas que las obligan a priorizar la reproducción. Como dicen los autores, «a medida que una sociedad se urbaniza y las mujeres adquieren más poder, los lazos de parentesco, el poder de la religión organizada y el dominio de los hombres disminuyen, junto con la tasa de fertilidad». 

Es una buena noticia. Las mujeres están ganando cada vez más independencia reproductiva. Las sociedades más urbanas no necesitan tener muchos hijos para tener mano de obra barata, como ocurre en sociedades rurales; la secularización ayuda también a liberar a la mujer de su rol exclusivamente reproductor. Pero las consecuencias pueden ser problemáticas. No solo para los Estados de bienestar, la justicia intergeneracional o nuestros sistemas fiscales o de pensiones. Un mundo con menos jóvenes es menos innovador, también es un mundo que consume menos, lo que lleva a una situación preocupante para el capitalismo tal y como está planteado. Es un mundo que, por ejemplo, tiene que cambiar su foco de atención principal hacia enfermedades como la demencia, que no tiene cura. Y es un mundo con desigualdades generacionales importantes, que supone un reto redistributivo importante.  

Los autores creen que no existe una solución mágica para revertir esto. Los incentivos y ayudas desde el Estado en favor de la natalidad, o la atracción de migración, son parches. El problema es global. Su visión no es optimista. Más que dar con soluciones, señalan una realidad nueva que ya se está produciendo. «El descenso de la población no tiene por qué ser una época de declive social. Pero sí debemos entender lo que nos está pasando y lo que está a punto de pasar. En todos los años que llevamos juntos en esta tierra, nunca nos hemos enfrentado a algo así».

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