THE OBJECTIVE
Jacobo Bergareche

Sobre el orgullo de ser español (u otra cosa que no elijas)

«Cuanto más le diga su padre a un hijo adolescente que sus ideas están equivocadas, más se convencerá de que son las ideas correctas»

Opinión
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Sobre el orgullo de ser español (u otra cosa que no elijas)

Gtres

Hay conversaciones tan engorrosas como importantes que un buen padre no debe evitarle a su hijo adolescente: sexo, drogas y política suelen ser los tópicos. Yo pienso que lo mejor es ahorrarse el mal rato de tratar temas como el sexo anal y el consumo de popper con tu padre. En temas de política, más que desagradable, suele ser especialmente contraproducente: cuanto más le diga su padre a un hijo adolescente que sus ideas están equivocadas, más se convencerá de que son las ideas correctas.

A partir de cierta edad, quizás los catorce, es mejor ejercer nuestra tutela e influencia vicariamente, a través de otros adultos a los que nuestros hijos estén dispuestos a escuchar: una prima joven, un amigo al que admiren (aunque solo sea porque su coche es mejor que el nuestro), la amiga soltera que no esté bajo la sospecha de practicar el proteccionismo maternal… Yo hace ya un tiempo que en estos frentes he delegado mis funciones entre amigos y primos, y como mucho me limito a sugerir lecturas y películas para influir en según qué temas. 

Por las mismas a veces me ha tocado ser ese amigo de la madre del adolescente, al que aún se le supone un cierto predicamento frente al hijo al que se le quiere orientar en ciertas cuestiones sobre las cuales el progenitor ha perdido toda autoridad. Recientemente una amiga me llamó para ver si podía ayudarle a que su hijo no fuera tan recalcitrantemente de Vox, «me dice que soy una progre, ni me escucha y su padre ya sabes». Su padre ya sé, le adoro, pero Trump le pone. El chaval me ha visto en los toros y sabe que cazo, de modo que no estoy completamente desacreditado para la difícil empresa de lograr que deje de tajarse con el brandy Blas de Lezo, el orujo Don Pelayo y demás licores duros de la polvorienta bodega de la épica nacional, y que a la hora de pensar en política se pase al agua con gas.

De este chico, mi hija me dijo que en una fiesta le oyó cantar el Cara al Sol con otros amigos, todos con la pulsera verde de Vox y otras de la bandera de España. Tampoco es tan grave, el niño no es un fascista por eso, le explico a mi hija, y me acuerdo de unos cuantos en mi colegio que hoy son gente muy moderada y que a esa edad cantaban lo mismo a la tercera copa que se tomaban, desde una enorme ignorancia de lo que significaba el franquismo y como una forma conformista de transgresión que en determinados ambientes de clase media madrileña solo encontraba esa tibia calificación de chiquillada que también recibe un grito de gora ETA en las fiestas de Ondárroa.

¿Qué se le puede decir a un muchacho para que no sea de Vox? Dice Walter Benjamin que convencer es estéril, y lo creo firmemente. Esta misión no se resuelve haciendo proselitismo para que el hijo de mi amiga se adhiera a unas ideas ajenas en sustitución de las suyas propias –que por otro lado no dejan de ser ideas ajenas. Es decir, no se trata de que el chico deje de ser de Vox para ser de otra cosa que nos gustaría a su madre y a mí. Tampoco se trata de someterle a un debate desigual en que el chaval –por edad y falta de lecturas– deje patente su ignorancia, la debilidad de sus ideas y quede humillado. Ganar una discusión no sirve para cambiar las ideas de nadie, más bien tiene el efecto contrario: el que pierde busca como defenderlas mejor la próxima vez y encima siente rencor hacia quien le ha vencido con la palabra. 

Con el tiempo creo que la mejor manera de discutir sobre ideas con alguien que está en las antípodas, no es negar sus ideas y confrontarlas con las nuestras, sino simplemente tratar de que el otro entienda por qué uno cree aquello en lo que cree, y contarle como ha sido el camino que te ha llevado a adoptar esas creencias. Muchas veces hay que conformarse simplemente con lograr que el otro acepte que tienes ideas distintas, no es poca cosa además: si te comportas como un tipo ameno, educado y simpático, puede que el otro termine incluso por dudar de que tus ideas sean tan malas si le ha quedado claro que adherirte a ellas no te ha vuelto de todo gilipollas. 

Esta sería una buena manera de proceder con el chaval al que me piden que desfanatice, pero mi problema es que no tengo demasiadas ideas, y sobre todo, no tengo ese sucedáneo de las ideas que son las ideologías. Me gustaría mucho explicarle al chaval que es lo que pienso yo, pero lo cierto es que no lo tengo del todo claro, sería agotador porque habría que ir cuestión a cuestión (feminismo, inmigración, cambio climático, libertades, prostitución, sexo, Rusia, Trump, toros, drogas, Cataluña…) y tiendo a cambiar de opinión en el momento en que empiezo a pensar seriamente en algo que hasta entonces no había considerado con profundidad. 

Me queda entonces imitar, en la medida de mis posibilidades, el truco de Sócrates, que es buscar la pregunta que pueda introducir la saludable duda que termina por erosionar cualquier certeza. Aquí hay que plantearse qué certeza conviene erosionar, y en el caso de Vox, como en el de cualquier otra formación empalagosamente nacionalista (Junts, ERC, PNV, Bildu, etc…), a mí siempre me ha parecido conveniente rebajar ese enfermizo orgullo nacional que predican y que engendra un narcisismo colectivo que es la fuente de muchos males. Me basta si puedo hacer un poco de mella en este aspecto.

«Yo más que satisfacción por ser español, siento suerte de serlo y de no ser por ejemplo ruso o afgano, que no sería motivo de avergonzarse, pero sí para preocuparse por la vida que le espera a uno»

¿Ahora bien, qué es el orgullo? La primera definición de la RAE es esta: «Sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida». La segunda es esta: «Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que suele conllevar sentimiento de superioridad».
El propio diccionario deja claro que la misma palabra puede referirse a un sentimiento legítimo y positivo, como es la satisfacción por un logro, y a la vez a un sentimiento odioso, como lo es el sentimiento de superioridad. Decían los griegos de los fármacos, que eran una misma sustancia que en función de la dosis, eran remedio o veneno. Lo mismo podemos decir del orgullo. 

Sentir satisfacción por un logro propio, como por ejemplo sacar una matrícula de honor, es un sentimiento muy útil para seguir cosechando más logros. Cabe suponer que quien siente orgullo por sacar una matrícula de honor, sacará matrículas de honor, igual que cabe suponer que quien no siente orgullo alguno por sacar una matrícula de honor, sacará pocas matrículas. Ahora bien, sentir satisfacción, por algo que no constituye ningún logro o mérito personal sino que es más bien un hecho absolutamente fortuito, como lo es ser español (o vasco, o catalán), ha de tomarse con cierta serenidad y la cabeza fría.

Yo más que satisfacción por ser español, siento suerte de serlo y de no ser por ejemplo ruso o afgano, que no sería motivo de avergonzarse, pero sí para preocuparse por la vida que le espera a uno. Podría decir que sí, oiga, que me siento satisfecho de que me haya tocado ser español, pero de ahí al orgullo hay un trecho. Y mucho menos a ese orgullo –que se me va al de la segunda definición del diccionario– que hace a unos poner banderas en el balcón, atarse pulseras, pedir que toquen el himno en la misa de la boda de su hija y abominar del que pone una bandera distinta. Así pues la estrategia, le pregunto al chaval en cuestión cuando le veo si se siente orgulloso de tener los ojos marrones. Obviamente comprende que el color de los ojos es una lotería genética que no forma parte del objeto del orgullo.

Le pregunto si se siente orgulloso de que su nombre tenga dos sílabas. Me dice que no. Le pregunto si siente orgullo por pertenecer a su grupo sanguíneo. No. Yo le digo que le comprendo, son todo hechos fortuitos, luego le pregunto que siendo la nacionalidad un hecho igualmente fortuito, como pues siente tan inmenso orgullo. Aquí el chaval ríe, sabe por donde le voy a atacar ya. Me dice que se siente orgulloso de ser español porque un país como España te da una historia, unos valores, unos ejemplos con los que vivir, me dice.

Yo le contesto que es cierto que España, como cualquier otro país, ofrece eso, igual que es cierto que también te lo quita muy rápido, los valores, los ejemplos y la historia de España que estudiaron mis padres eran muy distintos a los que yo estudié, afortunadamente, y ahora eso mismo está volviendo a cambiar, no sé si para bien o para mal. ¿No será mejor buscar los ejemplos y los valores que alumbran el camino en otra parte? El chico se queda pensativo, me dice que si me parece que no tiene mucho sentido lo del orgullo de ser español entonces debería pensar lo mismo del orgullo gay. Touché. El chico es listo y sabe argumentar.

Yo le digo que efectivamente, ser gay no debiera ser motivo de orgullo, pero que el orgullo gay es más bien un movimiento que trata de que nadie se sienta avergonzado de serlo. Lo que no hemos elegido, como por ejemplo, la orientación sexual o el lugar de nacimiento, no tiene mucho sentido que sea objeto de orgullo o de vergüenza. El chico se queda pensativo, no parece del todo convencido pero tampoco quiere entrar al trapo, ¿será que he sembrado una sola duda en la mente de este adolescente? Si es así, he cumplido con la tarea que se me ha pedido.

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