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¿Liarla parda? Volver a los principios

«Volver los principios de la democracia liberal, modestos en su número y escuetos en su semántica, pero cruciales para la convivencia, es lo que necesitamos»

Opinión

Macarena Olona (c) intenta acceder a un acto en la facultad de Derecho de Granada. | EFE

  • Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado recientemente ‘Lo sexual es político (y jurídico)’ en Alianza, Madrid, 2019.

No se detiene ni cambia su sentido este tiempo de pesadumbre cotidiana. No ceja la no-dichosa actualidad, nuestra aún-menos-dichosa vida pública, de proporcionarnos razones para seguir refunfuñados, hastiados, incluso muy indignados.

Esta semana un sociólogo se asombraba, para asombro mío, de la caída tan acusada en las encuestas del partido que gobierna. A mí se me ocurre una nómina significativa de ‘explicaciones’ que despejarían la incógnita incluso al más pertinaz entusiasta del Gobierno o acrisolado detractor de las derechas que se resista a ‘entender’ lo que pasa, a no inventariar los agravios o cabreos más allá de los ‘ejes tradicionales’ (izquierda-derecha, cuestión nacional, status socioeconómico, etc.) con los que se maneja la ciencia social; o el facilón recurso al contubernio judeo-masónico, perdón, de la derecha-mediático-empresarial, de los cenáculos de hombres con puro y de las cloacas del deep state.

Tal vez, pero sólo tal vez, lo lanzo como ‘hipótesis de trabajo’, una masa crítica de gente, aquella no especialmente religiosa en materia partidaria, con compromisos ideológicos ciertos pero suficientemente dúctiles a la luz de las circunstancias, homeopáticamente pragmáticos, con ideales no fanáticamente abrazados, una masa crítica, digo, empieza ya a estar molesta, pero muy molesta, no ya con las purititas mentiras de nuestros representantes o cambios nunca explicados, casi siempre repentinos, de criterio, sino con la ‘normalización’ del doble estándar; del ‘lo ancho para mí y lo estrecho para ti¡; de las ciudadanías de segunda (pregunten a Javier Pulido, padre del niño de Canet de Mar o escuchen a la ministra de Justicia referirse al «allí», Cataluña, donde también «viven españoles»); de las empatías selectivas (pregunten a la profesora de Música en Valencia, con siete hijos, y despedida tras 35 años por no haber obtenido el C1 de valenciano); de los privilegios o excepciones feudales de unos pocos a los que conviene distinguir con geometría ciudadana variable por el puro rédito electoral.   

A lo mejor, pero solo a lo mejor, lo planteo como pura conjetura-cuñada, mucha gente, más de la que pueda contar el CIS (Centro de Investigaciones Surrealistas) de Tezanos, percibe que quienes alardean de los grandes principios y fuertes vinculaciones con el progreso, la libertad y la lucha frente a las fuerzas reaccionarias de la derecha (el PNV o Junts nunca cuentan) se encuentran atrapados por gentes que, directamente, se ciscan en ellos y de paso en la ciudadanía en su conjunto, o como diría aquél: «enlaclasemediatrabajadoradeestepaís». 

¿Qué porcentaje de la ciudadanía puede encajar con galanura que Gabriel Rufián, representante de uno de los sostenes del Gobierno, declare que el indulto a Griñán por malversación lo «vería bastante mal»? Eso se lo dice al mismo Gobierno que indultó a su sedicioso jefe político por ese mismo delito. Hay que ser muy, pero que muy Rufián para llegar a cabalgar las contradicciones con esta soltura. Ni las hermanas Serra. 

Pero no, no es todo cosa de los políticos. Este es un tiempo en el que las libertades básicas se defienden a beneficio de inventario: una asociación, o un grupo de ciudadanos muy activos y activados, puede, sin asomo de sonrojo, censurar – con razón- que la futura ley trans se tramite por el procedimiento de urgencia para evitar así el debate y la comparecencia de expertos, y, a las pocas horas, hacer una convocatoria para «liarla parda» el año que viene porque se celebrará en Bilbao un Congreso sobre gestación por sustitución. ¿Las razones? Entre otras, que se va a hacer propaganda de una «actividad ilegal».

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Imagino que esta misma asociación y sus correligionarios cesarán en sus actividades -sus congresos o reuniones en los que con muy buenos argumentos se pone en cuestión la auto-identidad de género y la teoría queer– tan pronto como la ley trans entre en vigor. Y llaman a «liarla parda» muchos de quienes protestaron con toda razón porque se la liaron parda a los psicólogos José Errasti y Marino Pérez cuando presentaron en Barcelona su libro Nadie nace en un cuerpo equivocado, un libro acusado de transfobia por mucha gente que no lo había leído. La lógica es la misma que en el supuesto de la gestación por sustitución: no es solo que ni siquiera se esté dispuesto a escuchar al disidente u objetor, sino que se apuesta porque que nadie lo haga. Nadie debe debatir o discutir (o leer) sobre aquello que una determinada cofradía ha pre-juzgado y que administra como un dogma. Hay ilustres reminiscencias históricas de este modus operandi. El Campo de’ Fiori en Roma, por un poner, les permite evocar una célebre instancia de consecuencias terribles.

Y es esa misma la lógica –oscurantista, reaccionaria- que ampara lo pardo que cabe liársela a Macarena Olona en la Universidad de Granada, a Cayetana Álvarez de Toledo en la Universidad Autónoma de Barcelona, y a tantos otros ‘cancelables’ a los que, con el expediente inquisitorial de que «fomentan el odio», se debe acallar. Y eso en la Universidad, pública, por supuesto, donde pueden siempre campar los energúmenos y casi nunca quienes deben proteger las libertades de todos. Sí, Macarena Olona consiguió finalmente dar su conferencia –por cierto, sobre el alcance de las libertades fundamentales a la luz de la sentencia del Tribunal Constitucional que declaró la nulidad de la declaración sobre el estado de alarma, una decisión que ella misma propició con su recurso, un tópico clásico en el fascismo europeo- pero, como ocurrió en el caso de Cayetana Álvarez de Toledo, fue solo gracias a su determinación y coraje, a poner su integridad física al servicio de las libertades de todos. Y eso sin «punto violeta» al que acudir y con más de un pinchazo y empujón.

Y mientras tanto nuestros representantes, estatales o autonómicos, a lo suyo, a la legislación ‘santimonia’. Esta semana hemos conocido las andanzas del Proyecto de Ley de Biodiversidad y Patrimonio Natural de La Rioja (gracias a Juan Ramón Liébana). Cuenta, por supuesto, con su buen pertrecho de «principios». 20 concretamente (artículo 2) entre los que les destaco el p), el principio de: «…contextualización de las actuaciones en biodiversidad en su contexto o problemática socioeconómica, territorial y social, que se encuentran también, sin duda, en la base del proceso crítico que se pretende subvertir». Yo tampoco lo entiendo pero me pasma igualmente

Termino ya con mi última conjetura cuñada: tengo para mí que la proliferación de principios, el constante engorde de su nómina es inversamente proporcional al resguardo y garantía de los más importantes. Volver ‘al principio’ y a los principios, pocos, los clásicos de la democracia liberal, modestos en su número y escuetos en su semántica, pero cruciales para la convivencia civilizada, es exacta y urgentemente lo que a mi juicio necesitamos.   

6 comentarios
  1. JohnGalt

    «Volver los principios de la democracia liberal, modestos en su número y escuetos en su semántica, pero cruciales para la convivencia, es lo que necesitamos»
    Pues eso.
    Primera norma de convivencia liberal: Respetar el derecho a opinar de quienes piensan de manera diferente a la tuya.
    Si no tegusta lo que dice, con no ir a escucharla (nadie te obliga a ello) es suficiente.
    Incluso puedes ejercer tu derecho a dar también tu opinión en otro acto (si no consigues juntar más de diez o doce personas, pues mala suerte)
    Pero nunca, nunca, nunca, nunca (salvo que seas un FASCISTA de mierda) debes creerte con el derecho de impedir que los que piensan de maner diferente a la tuya se expresen y que el que quiera vaya a escucharles.
    Todo muy básico y comprensible, salvo que estés enfermo de intransigencia, intolerancia, dogmatismo, sectarismo, odio y fascismo, como los cretinos que intentan boicotear permanentemente a quienes defienden otras ideas.

  2. ToniPino

    ¿Y cómo lo hacemos? El acoso a Olona fue una vergüenza y, por mucho que nos disgusten sus ideas y actitudes (como es mi caso), de ningún modo estuvo justificado el escrache, pero su partido contribuye poco a evitar la polarización y su respuesta a los excesos de esta izquierda no es precisamente la mejor forma de luchar por esa “convivencia civilizada” por la que el articulista aboga.

    Vox y la izquierda se retroalimentan y así es difícil salir de la situación. Si a los excesos de unos oponemos los excesos de otros mal vamos. El problema es que se ve la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.

  3. Pinton

    No, si los principios los saben escribir. Otra cosa es cuando los ponen en práctica.

    Por ejemplo, los 17 fimantes que provocaron lo de la Sr. Olona en la Universidad de Granada firmaron un manifiesto único donde hablan de muchos derechos, todos ellos muy abstractos, todos ellos reconocidos en nuestras leyes. Y sin embargo, basta ver fotos y vídeos para apreciar los nada democraticos brazos al cuello o los nada reconfortantes gritos progenocidas (Lenin y Stalin).

    Además de los principios, también deberíamos revisar los derechos. Aunque, después de conocer que una diputada francesa quiere recuperar el «derecho a la pereza» inspirado en el libro del yerno de Karl Marx, igual es mejor dejar la revisión para cuando baje la ola negacionista.

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