THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

Tendencias alarmantes

«El auge del populismo y el nacionalismo en Suecia e Italia representa una seria amenaza para la supervivencia de nuestra democracia constitucional»

Opinión
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Tendencias alarmantes

La líder de la extrema derecha italiana, Giorgia Meloni. | Reuters

Suecia ha sido el primer aviso. Según todos los indicios, las elecciones italianas del próximo domingo serán el segundo. Las amenazas a la democracia europea van en aumento. 

Hay precedentes significativos. El brexit, Polonia, Hungría y el resto del grupo de Visegrado. Amenazas en Francia con Le Pen y Mélenchon, a un lado y otro del espectro político. En España, hasta ahora está creciendo Vox; Unidas Podemos forma parte del gobierno, coaligado con un PSOE cada vez menos socialdemócrata bajo el efecto contagio de sus socios; y además los partidos nacionalistas vascos y catalanes no respetan, e incluso vulneran sin complejos, las reglas del Estado de derecho. Este es el panorama.

Todo ello no va, al modo clásico, de izquierdas y derechas, va de democracia parlamentaria y democracia populista: un cambio radical en nuestra forma de gobernarnos y en la garantía de nuestros derechos y libertades. La preocupación no proviene de las políticas que desarrollan los gobiernos sino de los cambios que se introducen, o se pretenden introducir, en el marco institucional del Estado. En definitiva, ¿estos años veinte del siglo XXI tendrán un cierto parecido con los años veinte del siglo pasado? No quiero ser alarmista pero ciertas tendencias comienzan a ser, valga la redundancia, alarmantes. 

Suecia fue durante decenios el paradigma de la socialdemocracia. Desde fines de los  años setenta del siglo pasado sufrió un primer retroceso y se fueron alternando, o aliando, socialistas y conservadores. Ya entrado este siglo, el DS (Demócratas de Suecia), un partido en principio neonazi, fue cogiendo fuerza al tiempo que limaba su apariencia más radical y moderaba su estilo y sus posiciones: de neonazi pasaba a ser de extrema derecha. En las recientes elecciones obtuvo el 20% del voto, justo por detrás de los socialdemócratas pero encabezando por primera vez el bloque de la derecha que, por muy poco, resultó ganador. Ahora están negociando un gobierno moderado – conservadores, democristianos y liberales – que, en todo caso, aunque no forme un gobierno de coalición con el DS, estará muy condicionado por éste. 

La causa de este aumento, según todos los analistas, es la inmigración, que ha experimentado en los últimos años un incremento constante. Los votantes del DS atribuyen al descontrol en la entrada de extranjeros la creciente  criminalidad, el deterioro de los servicios públicos (sanidad y enseñanza) y el desempleo. Los demás partidos, también los socialdemócratas y los verdes,  han ido modificando sus posiciones en favor de limitar esta fuerte ola inmigratoria, pero no ha sido suficiente. El 20% de la extrema derecha no es una cifra muy elevada pero marca una tendencia que puede ir en aumento. 

El caso de Italia está por ver, los resultados electorales no se conocerán hasta el recuento de votos, pero tanto los analistas como los sondeos predicen un triunfo de los tres partidos que, en más o en menos, pueden situarse en la extrema derecha. La líder más destacada y reciente, Giorgia Meloni, probable nueva primera ministra, proviene del MSI,  los antiguos misinos de Giorgio Almirante, sucesores  confesos de Mussolini. El partido ha ido cambiando de nombre y ella se ha mostrado en los últimos meses más tibia en sus posiciones, como la extrema derecha sueca, pero todo parece una táctica para no dar miedo a los italianos moderados. 

«Para el populismo, el único que conoce los intereses del pueblo es el líder»

Al fin y al cabo, Mussolini hizo lo mismo en sus comienzos, eliminó  a sus secuaces más extremistas y se mostró conciliador con los demás partidos hasta el asesinato del líder socialista Matteotti. Entonces decidió que era el momento de asaltar el poder, eliminar a la oposición y establecer una dictadura fascista. Meloni está mostrando un rostro moderado pero quizás esté esperando la ocasión para mostrar otro muy distinto.

Como conclusión, algunas son las líneas generales de estas nuevas tendencias de la extrema derecha europea. 

En primer lugar, el populismo, entendiendo por tal, especialmente, tres cuestiones. 

a) Polarizar a la sociedad en dos grandes bloques que se relacionan entre ellos a través de la dialéctica amigo/enemigo, sin la consideración liberal del término adversario político y con la finalidad de eliminar al enemigo como fin último de la política. 

b) El líder – caudillo, duce, führer, conductator –  encarna al pueblo, es el portavoz de los deseos del pueblo, con lo cual sobran los partidos como elementos plurales de intermediación sociedad/Estado. El pueblo, por tanto, es un todo con intereses iguales y no contrapuestos, las élites – económicas, políticas y culturales – que no forman parte de este pueblo deben ser eliminadas porque necesariamente lo traicionan. Naturalmente, el único que conoce los intereses del pueblo es el líder. 

c) Todo ello exige un cambio de sistema político, por ello el populismo es antisistema y rechaza los principios básicos de la democracia parlamentaria: la representación a través de elecciones libres, el principio de legalidad, la división de poderes y el pluralismo político. El pueblo debe ser dirigido desde un solo partido político,  unas instituciones no representativas y un líder.

«Del nacionalismo identitario derivan muchas de las posiciones de extrema derecha: la xenofobia, la antiglobalización, el antieuropeísmo»

En segundo lugar, el nacionalismo, no en el sentido de patriotismo constitucional sino en el sentido identitario. La nación viene de lejos, no nace de un pacto entre individuos libres e  iguales que se plasma en una Constitución como norma suprema del ordenamiento jurídico sino que es producto de la tradición: la lengua, la raza, la historia común, la tradición, la religión y las costumbres, son los principales elementos que constituyen a la nación. El ciudadano no debe obedecer sólo las leyes escritas elaboradas y aprobadas por un parlamento representativo, sino por otras leyes no escritas, dictadas por los intelectuales nacionalistas al servicio del poder y que limitan la libertad individual sin que los ciudadanos hayan participado en su elaboración y aprobación. 

De este tipo de nacionalismo identitario derivan muchas de las posiciones de esta nueva extrema derecha: la xenofobia exterior, que da lugar a guerras, y la interior,  que considera inferiores en derechos a los inmigrantes; la antiglobalización porque destruye la identidad propia; el antieuropeísmo (o euroescepticismo) porque no respeta la soberanía nacional. 

Estos dos vectores, populismo y nacionalismo, de derechas o de izquierdas – para utilizar estos imprecisos términos – estructuran estas posiciones de extrema derecha. Puede decirse que ahora está en los inicios, fase en la que no debe descubrir sus verdaderos fines. Ahora no son anti-demócratas, antes de mostrarse  como tales deben ganar las elecciones y asentarse durante un tiempo en el poder. Cuando puedan intentarán reformas constitucionales que transformen los sistemas parlamentarios en presidencialistas – parece que ya está en la mente de Meloni – y una vez con todos los poderes en sus manos acabar con los poderes de los demás. 

Como suele decir Miguel Ángel Aguilar al finalizar sus artículos: ¡Atentos! Pero esta vez no hay que estar atentos a una decisión política concreta sino a algo más importante: a decidir sobre la misma estructura de nuestros poderes, a la supervivencia de nuestra democracia constitucional. Así pues, ¡más que atentos!

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