THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

De homenaje a plebiscito

«Mientras millones lamentaban la muerte de Isabel II, nuestros cronistas cuestionaban al nuevo rey Carlos para generar la duda sobre la corona de casa»

Opinión
2 comentarios
De homenaje a plebiscito

La reina Isabel II, recientemente fallecida, junto a su hijo, el nuevo rey Carlos de Inglaterra | Reuters


Aunque en España siempre haya habido anglófilos, desde la impresión que me causaron las imágenes del funeral de Winston Churchill –yo tenía ocho años y aún recuerdo las grúas del Támesis inclinándose sobre el río en señal de respeto– hasta las imágenes del funeral de la reina Isabel II, digamos que hay una diferencia: ya teníamos las Apuntaciones sobre Inglaterra, de Moratín, pero no se había publicado Pompa y circunstancia, y luego diré por qué cito el libro de Peyró.

Son mayoría las generaciones de nuestro país que nunca habían visto un ritual y liturgia como los de la casa real británica en el momento más solemne de la vida: su fin. Y son mayoría las generaciones de nuestro país que estos días pasados han podido contemplar el respeto de una nación de tres naciones por sus reyes e instituciones. Un respeto que aquí apenas se conoce. Quizá sea este desconocimiento lo que ha provocado un extraño sarpullido en nuestros hermeneutas de los fastos funerarios de la casa Windsor y por eso se han dedicado a contrastar lo que veíamos, con su opinión sobre la pervivencia de la monarquía, agarrándose a datos puramente aleatorios. Había momentos en que la sensación era la de que no podían resistir la devoción unánime por la reina Isabel II, fuera en Gales, en Escocia, o en Inglaterra. Y entonces había que sacar punta a la noticia y emergían unas estadísticas de vete a saber dónde que aseguraban que la mayoría de porcentajes en un sitio o en otro rozaba el republicanismo o entraba directamente en él. ¡Vaya! ¡Y nosotros sin enterarnos! La nación de tres naciones cuyo himno es ¡Dios salve al Rey! resulta que está a punto de ver la luz del gorro frigio y salir a pasear con el pecho al aire. Qué cosas. Y no habría venido mal tampoco informarse –sin ir más lejos en Pompa y circunstancia– para no decir el rey Felipe –refiriéndose al duque de Edimburgo– o llamar era isabelina al reinado de Isabel II –¿dónde dejan la época de Isabel I, la del cabello de fuego, y Jacobo I?– y otras artificiosidades de recién llegado.

No sólo eso: rápidamente se pusieron de acuerdo nuestros informadores en que la máxima preocupación de los españoles era el lugar donde se iban a sentar los reyes Felipe y Letizia y sus reales padres o suegros, según se mire, durante la ceremonia religiosa. ¿De verdad creían que ésta era la noticia para España? ¿O se trataba de inventar, una vez más, la realidad cotidiana en favor de sus prejuicios o maneras de adornar su profesión? Pues ocurrió como en todos los funerales de familia: que padres e hijos se sentaron juntos. Se lleven como se lleven. Pero, ay, eso no fue suficiente y hubo que matizar: que el protocolo del gobierno –¡del Gobierno británico!, dijeron– los había juntado en una especie de fatalidad protocolaria y ellos no sabían. Y venga a insistir con el tema: antes y después del funeral, cronistas y contertulios en los estudios. Y a nadie se le ocurrió decir: ¿pero de qué estáis hablando?, ¿dónde la preocupación? Dejad que veamos y escuchemos la ceremonia con tranquilidad y a ver si se nos contagia parecida altura de miras de los que allí están; no la bajéis al barro. Pues nanay.

«Lo que era un maravilloso homenaje a la reina Isabel II se intentaba transformar en un plebiscito sobre la misma»

Porque había otra maniobra detrás y lo gracioso era lo paradójico de esta maniobra y cómo la realidad la desmentía. Mientras millones de personas lamentaban la muerte de la reina y se consolaban con los impresionantes ritos de despedida, nuestros cronistas ponían en duda la corona cuestionando la efectividad del nuevo rey Carlos –y venga tintero y venga pluma– como si no estuviera educado para llevar su peso y propiciar su continuidad en el tiempo. Y la insistencia de esa duda despertaba la inmediata sospecha de que escondía un afán traslaticio. Al dudar de la corona británica –la más importante del mundo ahora– se generaba muy conscientemente la duda sobre la continuidad de la corona de casa. Una maniobra tosca, pero precisamente por eso muy evidente.

Total: que lo que era un maravilloso homenaje a la reina Isabel II –una mujer que de no existir la monarquía no habría sido cómo fue, ni despertado la admiración que despertó en todo el mundo–, se intentaba transformar en un plebiscito sobre la misma. Lo nunca visto. O sí: demasiadas veces. Apoyado en el relativismo, el convencimiento de que la realidad no es –aunque veamos a millones de personas de sentido duelo– sino que se crea, es moneda de cambio habitual, pero me temo que esta vez ha hecho el ridículo. Aún así, continuarán dando la lata.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D