THE OBJECTIVE
Javier Santamarta

Domingo de Soto, el gran desconocido de la Escuela de Salamanca

Su conocimiento, su integridad, su bonhomía, hizo de él leyenda en vida. En Salamanca se decía que quien conociera a Soto, conocería sobre todo, pues ciertamente fue todo un maestro

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Domingo de Soto, el gran desconocido de la Escuela de Salamanca

La Escuela de Salamanca es una de las grandes aportaciones de esa España que tantos niegan como existencia en ese siglo XVI. Admitiendo que es cierto que aún no existe el Estado nación, que surgen tras el Tratado de Westfalia de 1648 y la Guerra de los Treinta Años, ni el concepto de nación liberal decimonónico, esa España que se ha convertido en un imperio está redefiniendo el mundo. Un mundo verdaderamente global. Por vez primera en la Historia. Con fronteras en el Atlántico y en el Pacífico. Que se encontró realizando una conquista en lo que se llamará América, a la que quiere definir. Preguntándose qué está haciendo y cómo debería de hacerse. Porque las conquistas, cualquier conquista, se suelen realizar a sangre y fuego. Y así se comenzó a hacer. Donde los abusos podían surgir. Donde la crueldad podía enseñorearse. Y por esto surgieron voces que denunciaron esos abusos y esa crueldad. Como el Grito de Montesinos, de ese dominico muchas veces olvidado como es Antonio de Montesinos, en 1511, que conducirá a las Leyes de Burgos de 1512, o a la Controversia de Valladolid de 1550 para dilucidar de una vez qué derecho se tenía para lo que se estaba realizando en aquellas tierras.

La Escuela de Salamanca tendrá un papel fundamental en este momento, teniendo a Francisco de Vitoria como uno de sus paradigmas. Una Escuela que también contará con otros nombres increíbles como Francisco Suárez. Que será puntera en la visión de conceptos económicos modernos, fundadora de la ciencia económica, siglos antes que la más conocida y reconocida Escuela austriaca. Con personajes como Martín de Azpilicueta o Luis de Molina. El listado en general sería bien largo, con nombres de sobra populares como Fray Luis de León. Pero, ¿cómo es posible que uno de los más grandes hombres que fuera parte inherente de esa Escuela, y pionero en varios aspectos de los que tratara, sea tan desconocido? Porque, seamos francos. Hablar de Domingo de Soto, fuera de Segovia, donde naciera, o de Salamanca, donde se encuentra su tumba en el bellísimo Convento de San Esteban, es hacerlo de un total desconocido. Y sin embargo…

El dominico Domingo de Soto fue en su propio tiempo uno de los más importantes miembros, no ya de la Escuela de Salamanca, sino del mundo intelectual español. Admirado y reconocido por los mismos reyes. Por Carlos V, del que acabará siendo su confesor, y al que le ofrecerá por sus servicios el Obispado de Segovia, que rechazará para seguir con su labor académica. Por Felipe II, que le escuchará siendo príncipe en una de sus lecciones (de sus conferencias, diríamos hoy), en Salamanca, y que acabará haciéndole mediador en una controversia con el Papa. Normal. Su padre le había encargado ser el representante español en el famoso Concilio de Trento, sustituyendo al gran Francisco de Vitoria, que se había puesto enfermo, y el suplente acabaría siendo el protagonista exitoso de aquella asamblea. Tanto que sus disertaciones serían publicadas. El sermón previo a la sesión inaugural causó tanto asombro que sería ya impreso ese mismo año.

En general, las obras de Domingo de Soto eran auténticos best–seller publicándose, no ya en España (Salamanca, Alcalá de Henares, Medina del Campo… Los lugares habituales de publicación editorial del momento), sino en París, Amberes, Lyon, Venecia, Lovaina… ¡Por toda Europa! De sus 29 obras se conocen 225 ediciones. De una de sus obras más célebres, De iustitia et iure, se imprimieron hasta 30 ediciones ¡en el siglo XVI! Si esto no es éxito… Pero lo más fascinante es que tocaría varios aspectos como un auténtico polímata. Desde la economía al derecho de gentes, pasando por la teología, cuya cátedra se la ganó por oposición, tras haber estudiado en Segovia, Alcalá y París. Acabando en Salamanca como uno de sus más prestigiosos profesores, junto con el mencionado Vitoria. «Con Vitoria y Domingo de Soto en Salamanca, el Renacimiento teológico y teológicojurídico adquiere su forma definitiva; con ellos dos la Universidad de Salamanca será la primera universidad del mundo, arrebatando el cetro a la de París», se llegó a decir. 

Pero este hombre va a ser un pionero de la ciencia moderna. Será capaz de conectar la abstracción matemática con la realidad física para así explicar las leyes de la naturaleza. De este modo, y explicando la Física de Aristóteles, aplicará el teorema del valor medio, que se desarrolló en el Merton College de Oxford, y que había estudiado en París, enunciando una teoría mucho antes de por quienes la conocemos. Domingo de Soto se anticipa a Galileo Galilei en 60 años (1604) y a Isaac Newton en más de un siglo (1687) en la enunciación por primera vez de una ley de caída de los «graves», como movimiento uniforme acelerado (1545). «La caída libre de los cuerpos es un movimiento uniformemente acelerado (uniformites disformis), donde la distancia recorrida depende del tiempo transcurrido». ¡Casi nada! Pero… ¿alguno lo hemos estudiado alguna vez? Me temo que no. 

Para no olvidar ninguna de sus facetas, fue también un defensor de los indios americanos. Sería uno de los llamados a la Controversia de Valladolid, con sus máximos exponentes representados por Bartolomé de Las Casas («indigenista») y por Juan Ginés de Sepúlveda («colonialista»). Soto va a defender la evangelización pacífica del Nuevo Mundo. Actuando como árbitro, siempre tenderá a abogar para que las votaciones en esta Junta cayeran del lado de los indígenas. Será, además, quien realizará el resumen de la controversia, siendo publicada en Sevilla en 1552.

Su conocimiento, su integridad, su bonhomía, hizo de él leyenda en vida. En Salamanca se decía que quien conociera a Soto, conocería sobre todo, pues ciertamente fue todo un maestro. A su fallecimiento en 1560 acudiría en pleno la Universidad de Salamanca, siendo quien leyera sus honras fúnebres uno de sus discípulos, Fray Luis de León. ¡Qué menos que otro gran hombre para este grandísimo sabio que Segovia dio al mundo!

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