El PSOE y el Monte Sinaí
«En la política española están las formaciones que pugnan por el poder con un ideario y, en otra dimensión, se ubica el PSOE para cumplir una misión histórica»
«¡¿Pero qué más quieren?!»
Mi amigo se alteraba al conocer la dimensión del trasvase de votos del PSOE al PP que revelaba el análisis hecho por Kiko Llaneras a partir de la última superchería de Tezanos. «La economía no va tan mal a pesar de la guerra, se ha sorteado la pandemia, pintamos en Europa…». El tercero en la discordia del aperitivo sabatino, antaño alto cargo en alguna de las administraciones del PSOE, asentía.
Desde que logró la abrumadora victoria electoral de la que ayer se cumplieron 40 años el PSOE ha llegado a ser a la política española como el Barça al fútbol: «Más, mucho más que un partido político». Se ha dicho que el PSOE es un «estado mental», que ha logrado como nadie «parecerse a España» o, incluso, que España «se parezca a él». Ahí es nada. Todo eso es en algún sentido verdad, por causas profundas que no soy capaz de aislar ni identificar con precisión, pero que han venido propiciando una perniciosa auto-adscripción en sus dirigentes: la de ser los profetas, los que guían y custodian una Alianza que remeda a la de Dios con el pueblo judío en el Monte Sinaí.
Y es que no se trata solo de que, como ha proclamado Patxi López esta semana en el Congreso, el PSOE haya puesto en pie la educación, la sanidad y las pensiones en España, sino que «está llamado a hacerlo», le «corresponde». Reparen en la sutileza con la que la exvicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo aleccionaba a Pablo Iglesias en su acalorado debate, también esta semana, a propósito de la ley trans: «¿Sabes qué partido tiene la gran obligación de ganar las elecciones?… Nosotros. ¿Sabes a quién se le vuelven muchas de las cosas cuando no se hacen con rigor? A nosotros que llevamos en peso una parte muy importante de la modernización de este país en todas las direcciones».
Es decir, en la política española están las formaciones que pugnan por el poder con un ideario y propuestas, y en otra dimensión o liga, en algún sentido por encima, se ubica el PSOE para cumplir una suerte de misión histórica. En tiempos se trataba de algo tan chusco y mistérico como la «unidad de destino en lo universal». Hoy es el bien común, la igualdad, el progreso, el bienestar, el diálogo o la dignidad misma de la política.
«Esta actitud mesiánica encuentra eco en quienes acaban comportándose no como ciudadanos sino como creyentes»
El problema, como revela ese aperitivo que estoy evocando, es que esta actitud mesiánica encuentra eco en quienes efectivamente acaban comportándose no como ciudadanos, dispuestos a someter a escrutinio y evaluar a sus representantes, sino como creyentes deseosos de renovar su fe y confirmar la Alianza del PSOE depositando una papeleta en una urna. No importarán entonces los pactos alcanzados con antiguos terroristas de arrepentimiento fijo discontinuo y con sediciosos, ambos grupos afanados en quebrar la ciudadanía común; apenas si rozará la conciencia el hecho sobrecogedor de que se haya convenido no recurrir al Tribunal Constitucional una ilegalidad flagrante permitiendo así que persista una inmersión lingüística que busca expurgar lo «español» de Cataluña; no se tendrá en cuenta las numerosísimas veces en las que se ha faltado a la palabra o se ha cambiado radicalmente de opinión sin dar razón alguna para ello, o se ha contribuido a una degradación institucional inaudita –que incluye al Parlamento, reducido a una eco-chamber de modos adolescentes- o se está dispuesto a hacer el caldo gordo a quienes sin tapujos quieren liquidar el régimen constitucional resultante de la transición y azuzar viejos rencores y odios; se pasará por alto que se acepte el cese de la presidenta del Consejo de Estado para volverla a nombrar como consejera de ese mismo órgano y así poder permanecer en la institución de manera vitalicia; se pasará de puntillas sobre algunas reformas legislativas que abundan en los peores estereotipos de género para los varones, cuando otra y simultánea permitirá ser mujer (u hombre) con la mera voluntad, haciendo imposible desde ese momento toda racionalidad en la diferencia de trato; se echará como pelillo a la mar el abusivo y fraudulento recurso al decreto-ley, el amiguismo campante en la selección de cargos y asesores…
Todo eso, y más, en el fondo huelga, pues, en efecto: ¿qué más se puede querer que formar parte de la ciudadanía escogida y ungida, ser modesto pero firme costalero del único partido que como en una misión divina está obligado a ganar las elecciones?