MyTO

Los viejos demonios

«Se percibe entre los políticos el suave aliento de los males de nuestra historia: la inquina, el tribalismo, el desprecio de las instituciones, la falta de cultura liberal»

Opinión

Erich Gordon

  • Desde siempre me ha gustado leer y escribir. En el Derecho he
    encontrado el rigor del método y en el periodismo el gusto por la
    literatura. Prefiero hacer reflexionar al lector que convencerle. Me
    considero racionalista, liberal y socialdemócrata.

Esta confusa etapa política que atravesamos quizás empezó con una frase: «Usted no es una persona decente, Sr. Rajoy». ¿La recuerdan? Fue pronunciada por Pedro Sánchez en un debate electoral retrasmitido por varios canales de televisión una semana antes de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015. Rajoy, algo descompuesto ante una acusación tan grave, le replicó con dureza: «Se trata de una afirmación ruin, mezquina y deleznable».

El debate versaba en aquel momento sobre el caso Gurtel y la corrupción en el PP. Con la frase de Sánchez se desbordaron todas las formalidades habituales en los debates políticos y, probablemente, se rompieron algunos puentes en las relaciones personales, además de constituir un aviso para navegantes de otros partidos.

El todo vale, el insulto sin límites, había comenzado: los adversarios ya se habían convertido en enemigos y las polémicas ya no se establecían en términos políticos sino personales y morales. Empezaba una nueva etapa en la política española, la de la polarización: dos bloques antagónicos e irreconciliables, no diversos partidos pugnando por atraer legítimamente el voto de los electores. Pero nadie podía pensar hasta dónde llegaríamos en los años siguientes.

Hasta entonces y desde la Transición, la política española había discurrido entre límites de una cierta corrección. Suárez tuvo que soportar muchos desprecios y se le maltrató con saña pero, a la postre, quienes le hundieron fueron sus compañeros de partido. A Carrillo se le recordaba Paracuellos y a Fraga su pasado franquista. Eran armas legítimas en la contienda política porque no podían negar los hechos aunque fueran del pasado, incluso del pasado juvenil como era el caso de Carrillo.

«En los 90, el ambiente empezó a crisparse. Se había emprendido un mal camino: utilizar mentiras en lugar de hechos demostrados»

En los noventa la tensión aumentó y se sobrepasaron ciertos límites porque se generalizó el uso de algunas falsedades al acusar a todo un partido por lo que habían hecho algunos de sus miembros. El PP diciendo que los socialistas eran unos corruptos -y alguno los hubo- y el PSOE acusando a los populares de franquistas -y algunos lo habían sido en el pasado- y llegando incluso a utilizar la imagen de un doberman para señalarlos como fieros y violentos. El ambiente empezó a crisparse, se cargaban las tintas del contrario sin argumentos políticos, se había emprendido un mal camino: utilizar mentiras en lugar de hechos demostrados.

Los chistes sobre el bigotillo de Aznar fueron críticas facilonas, pero en el fondo quien quedaba mal era el que las profería porque demostraba no tener recursos dialécticos de mayor calado. El Pacto Antiterrorista propuesto por Rodríguez Zapatero y aceptado por el PP,  no por los demás partidos, fue un ejemplo de la necesidad de aunar voluntades y tener sentido de Estado. Rodríguez Zapatero fue un político bien educado en las formas pero cometió dos graves errores de fondo que dejarían rastro: el estatuto de Cataluña de 2006 y la primera Ley de Memoria Histórica.

En cuanto a lo primero, se mostró débil al apoyar el pacto de los socialistas catalanes con ERC para formar gobierno con el fin de aprobar un nuevo estatuto. En cuanto a lo segundo, remover el asunto de la guerra civil significaba, más allá de la letra de la ley, una vuelta al trágico enfrentamiento cainita que ya parecía superado por el nuevo clima de entendimiento en la Transición, cuyo fruto más visible fue una Constitución consensuada y aprobada por una apabullante mayoría.

Pero la semilla de la discordia se sembró entonces: la unidad territorial empezó a resquebrajarse, el espíritu guerracivilista asomó la cabeza. La España de los sentimientos, de las pasiones, de los bloques irreconciliables. Empezaba a socavarse la consciencia constitucional cuya base era la reconciliación, la concordia, el acuerdo. Se daba paso a la enemistad, al rencor y a la hostilidad. No entre ciudadanos, claro, sino entre políticos que, naturalmente, fueron envenenando el espíritu de muchos ciudadanos, contaminaron el ambiente.

«En esta lamentable encrucijada nos encontramos, en la España de los bloques irreconciliables»

De repente, se consideró que lo único importante era alcanzar el Gobierno, procurando sobre todo que los contrarios, el otro bloque, no volviera a gobernar nunca jamás. Se infiltró entre nosotros el virus populista; se empezaron a olvidar las bases mínimas de toda democracia, por ejemplo el espíritu de tolerancia y la división de poderes; se desconfió y combatió el sistema constitucional, ese despreciado «régimen del 78»; se menospreció la necesidad de los pactos entre afines para gobernar, bastaba la suma de escaños, simplemente los números, aunque fuera entre socios con finalidades incoherentes. Del debate político se pasó al insulto moral, -«usted no es una persona decente»-, sin aportar pruebas ni motivaciones, prescindiendo de la presunción de inocencia, principio fundamental de la razón ilustrada.

Y en esta lamentable encrucijada todavía nos encontramos, en la España de los bloques irreconciliables, no en una España plural y diversa en busca de acuerdos razonables. Nuestros políticos, los unos y los otros, no saben, o mejor, no quieren, alcanzar un pacto para renovar un órgano como el Consejo General del Poder Judicial porque, entre sus funciones, está la de designar magistrados del Tribunal Constitucional cuyo voto será decisivo para resolver asuntos a los que se ha comprometido el Gobierno para seguir conservando el apoyo en las cámaras de los independentistas catalanes que, además, arrastran a Bildu y, casi siempre, al PNV.

No importa dar una imagen politizada de la justicia, es decir, socavar una de las bases democráticas del sistema, porque lo que sólo importa es ganar, ganar y ganar, como en el fútbol. Se percibe entre los políticos el suave aliento de los viejos demonios de nuestra historia: la inquina, el tribalismo, el desprecio de las instituciones, la falta de cultura política liberal. Se encuentra a faltar la tolerancia y la inteligencia. Las enseñanzas de la historia. O salimos de esta, o volverán a envenenarnos.

8 comentarios
  1. WhiteRussian97

    Razón no le falta, don Francesc. Quizá sí algo más de severidad. Un cordial saludo.

  2. 23xtc

    Copio lo que escribe Alejandro, ya sebe de su medio:

    EEUU, por ejemplo, “reserva esa denominación [“seditious conspiracy”, es decir, conspiración para cometer sedición] para la forma más grave de atentado contra el Gobierno de los EEUU”

    Alemania, el delito aplicable a los hechos probados en el procés es el de alta traición contra la Federación, recogido en el artículo 81, y no el de perturbación del orden público (artículo 125)

    Francia, “los artículos 410.1, 412.3 y 412.4 del Código Penal castigan con penas de especial gravedad –que pueden llegar [desde los 10 o 15 años] a cadena perpetua para los dirigentes del movimiento insurreccional– los ataques a los intereses fundamentales de la nación, entendiendo por tal su independencia, la integridad de su territorio, su seguridad y la forma republicana de sus instituciones”. Una descripción que se amolda mucho más al procés que lo que Francia define en el artículo 433.6 como “rebelión”

    Código Penal italiano “sanciona con una pena privativa de libertad no inferior a los 12 años los ataques violentos contra la integridad, independencia o unidad del Estado”.

    Bélgica, “el atentado que tenga por objeto destruir o cambiar la forma de Gobierno o el orden de sucesión al trono se castiga con pena de 20 a 30 años, imponiendo la misma pena al delito consumado y al intentado” (artículo 104)

    Portugal: “Al margen incluso de cualquier género de violencia y con idéntica equiparación entre el delito consumado y el intentado, el artículo 308 del Código Penal portugués, entre las distintas alternativas típicas que contempla, castiga como delito de traición con una pena de 10 a 20 años de prisión a quién, con abuso de funciones soberanas, intenta separar de la patria una parte del territorio”

  3. Asurbanipal

    • Traidor a los muertos (de ETA), chisgarabís, bobo solemne, etc. Esos insultos de Rajoy a Zapatero no inauguran ninguna época nueva. No hacen que se «desborden las formalidades». Tal «privilegio», según parece, solo está al alcance del pérfido Sánchez. ¿Con Sánchez comienza «el insulto sin límites»? ¿Ahí se separan los dos bloques? Esto parece muy poco imparcial.

    • ¿Es verdaderamente un abuso pensar que «M. Rajoy» no es una «persona decente»? Por no aludir a otras razones, como la propia Gürtel.

    • ¿El consenso y la «reconciliación» del 78 implicaba que debían mantenerse en las calles y en el Estado los homenajes a los golpistas del 36? ¿Y que no podía el Estado honrar a los defensores de la República y a las víctimas de los golpistas, y como mínimo rescatar sus restos? ¿Era parte del precio de la transición? ¿No tenía que llegar el día en que eso cambiara? La superación del «trágico enfrentamiento» conllevaba al parecer dejar todo eso como lo dejaron los franquistas. A su gusto, por los siglos de los siglos. Pues no.

    • Yo por lo menos nunca votaría a un partido que no quisiera gobernar (como Vox, probablemente) y que no hiciera lo posible (en buena lid, claro) para que el adversario no volviera al gobierno.

    • Para algunos, el «acuerdo», incluso el propio régimen del 78, consiste sobre todo en que prevalezca siempre la voluntad de la derecha.
    Ahora unos políticos, los del PP, no quieren llegar a un acuerdo sobre el CGPJ, a despecho de su obligación constitucional y para mantener su mayoría y por tanto su dominio sobre ese órgano y otros como el TC. Ellos son quienes obstruyen. Se trata de ganar, claro, para defender su poder y también determinados objetivos sociales. Igual que la izquierda. Pero esta no obstruye.

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