Democracia no es solo contar votos
«Una democracia debe basar sus decisiones en la separación de poderes y en el imperio de la ley, un principio que ni gobiernos ni parlamentos pueden saltarse»
En el año 1960, la niña de color Ruby Bridges pudo por fin asistir a su colegio en el Estado de Luisiana, pero tuvo que hacerlo protegida por decenas de agentes del FBI en una imagen que dio la vuelta al mundo y que posteriormente fue inmortalizada por el artista Norman Rockwell en su icónica obra The problem we all live with.
Seis años antes, en 1954, el Tribunal Supremo estadounidense había emitido su famosa sentencia sobre el caso Brown v. Board of Education of Topeka mediante la cual declaraba que todas las leyes estatales que permitían la segregación racial en las escuelas eran inconstitucionales, por lo que a partir de ese momento los niños blancos y los de color debían ir juntos a los mismos colegios. Una sentencia que muchos Estados sureños tardaron años en aplicar y algunos solo lo hicieron cuando fueron obligados a ellos por la fuerza.
La máxima instancia judicial norteamericana y además en una decisión unánime, estaba así declarando no solo la vigencia de la separación de poderes, sino además que la Constitución estaba por encima de todas las leyes votadas por los parlamentos de los Estados democráticamente elegidos y que estos, a pesar de contar con mayorías suficientes, no podían legislar contra los derechos fundamentales recogidos en la misma.
Interesante, ¿verdad?. Y tremendamente aleccionador para nosotras, los españolitas a las que el Gobierno de la nación y toda su corte de aliados políticos y mediáticos están tratando de convencernos de que en democracia lo único determinante es la voluntad popular y que todo lo que no sea consultar permanentemente al pueblo es completamente inaceptable.
«Una democracia, además de basarse en la voluntad de la mayoría, también es el procedimiento para que esa voluntad no conculque los derechos de las minorías»
Un argumento que a pesar de parecer demoledor es peligrosamente simplista ya que si bien los votos y el Gobierno de la mayoría son el componente determinante de la democracia, esto no es suficiente para que esa democracia sea ni completa, ni válida ni, sobre todo, efectiva porque además de esos dos ingredientes, una democracia realmente existente debe basar sus decisiones en la separación de poderes y en el sacrosanto principio del imperio de la ley, un principio que ni gobiernos ni parlamentos pueden saltarse a la torera si pretenden seguir llamándose democráticos.
Esa es la principal razón por la que las democracias modernas por un lado han mantenido determinados asuntos, especialmente los relativos a los derechos fundamentales, fuera del juego de mayorías y minorías y, por otro, han establecido mecanismos judiciales eficientes de tutela constitucional de los mismos.
Porque una democracia, además de ser un sistema político basado en la voluntad de la mayoría, también es el procedimiento capaz de articular que esa voluntad no pueda conculcar los derechos fundamentales de las minorías mediante dos principios fundamentales, la separación de poderes y el imperio de la ley, y esto es algo que parece que olvidan interesadamente quienes están hoy defendiendo que una mayoría parlamentaria debe imponerse sobre la opinión razonada del Tribunal Constitucional. Sea cual fuere la composición del mismo.
Por cierto, gracias a la decisión del Tribunal Supremo estadounidense y a la determinación del presidente Dwight David Eisenhower a la hora de hacer que se cumpliese, Ruby Bridges pudo acudir a la universidad y desarrollar una exitosa carrera como defensora de los derechos civiles.