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Jorge San Miguel

Los resultados

«De aquellos lodos asamblearios del 15M sólo podía salir el cemento armado de las jetas de hoy. Se han bloqueado las reformas y deteriorado nuestra democracia»

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Imagen de la Puerta del Sol durante el movimiento 15M. | Wikimedia Commons

La política te emputece a casi todos los niveles, pero también te dota de ciertas disciplinas morales, por extraño que parezca. Por ejemplo, te enseña para qué valen casi siempre las credenciales en el mundo de los hechos crudos; y te obliga a considerar los resultados, por injustos que parezcan. Así miro yo ahora la vida -también la mía, claro, para empezar. Sabiendo que, como anota Kipling en el poema favorito de Harvey Keitel, JAPR y mi querido Paco Igea, el éxito y el fracaso son dos impostores; pero a menudo los únicos criterios que tenemos a mano y, por tanto, los mejores. Y que, en un mundo de jetas, anclarse a un juicio imperfecto es mejor que no tener ninguno; como en marzo de 2020 era mejor ponerse en la cara unas bragas usadas que esperar la certificación ISO.

Así lo discutía el otro día con un amigo, también baqueteado en las nuevas políticas de estos años, acodado en la barra de un café; como dos veteranos penosos pero «resilientes», beautiful losers. Él me hablaba de un líder de su trinchera que, aplastado por su propia faramalla teórica y la incapacidad de organizar personas de carne y hueso, ha terminado como personaje secundario en su propia película. Yo, obvio, podría hablar de la primera inteligencia política que he conocido, que lleva tres años en la vida civil y sin visos de volver a este tiovivo siniestro. Mañana, con incontables menos méritos, seremos nosotros los arrumbados, y ni siquiera hablará nadie de nosotros en la barra de un bar.

Todo esto venía a que hay que fijarse un poco en los resultados. He leído en Twitter, donde hay mucho gañán pero también mucha gente fina, que «el 15M no tiene un partido que lo represente». Yo creo que es al revés, mira. De aquellas demandas sólo podían salir estas ofertas; o, en la cita de Lacan que servidor, que siempre ha sido un gilipollas, repetía por entonces, «ce à quoi vous aspirez comme révolutionnaires, c’est à un maître. Vous l’aurez» . El estrambote es que el amo, al final de la historia, no ha resultado ser el previsible, que ahora hace podcasts, sino el presidente del Gobierno. Pero el resultado, también, casi más que nada, en lo discursivo, es muy similar.

«Se rebaja el delito de malversación porque la modalidad más desvergonzada de casta que existe en España así lo exige»

Contra las exigencias irrazonables de los manifestantes de 2011 -la rendición draconiana de cuentas, la hiperdemocracia pre y post procesos, la renovación radical de la vida pública, las aspiraciones de culminación romántica, final feliz, de la experiencia civil-, lo que tenemos es un modelo exacerbado de la democracia setentayochista de partidos; pero desgajada del émbolo de las instituciones del 78. En su lugar, hemos importado las formas democráticas y mediáticas de los dos basureros civiles de Europa occidental – obligado es decirlo, porque así lo querían nuestras izquierdas y lo admitía una porción no insignificante de los nacidos en democracia. Y se rebaja el delito de malversación porque la modalidad más sólida y desvergonzada de casta que existe en España así lo exige.

En otra cita favorita de estos apuntes, lo exagerado es insignificante, y de aquellos lodos asamblearios sólo podía salir el cemento armado de las jetas de hoy. No sólo se han bloqueado casi todas las reformas que podían mejorar marginalmente la vida española, sino que la calidad y la transparencia de nuestra democracia se han deteriorado de forma sustancial, ya veremos cuánto -y no parece poco. Contra aquella chistosa hiperdemocracia de las plazas y las plazuelas, impera hoy una legislación motorizada que lesiona los derechos de los parlamentarios, toma el pelo a la opinión pública -no más de lo que ella permite, por supuesto- y ha acabado en conflicto institucional con el TC; conflicto que no es previsible que mejore antes de enfangarse más.

Y qué decir de aquel mandato imperativo que salía hasta en los chistes de Forges. Hoy no es que no se acuerde nadie, es que nos cuelan mutaciones legales y hasta constitucionales en enmiendas de leyes que no tienen relación; y la mejor guía de la actuación del Gobierno es leer al revés el programa con el que su principal partido se presentó a las últimas elecciones. En fin, la ingenuidad es quizás el único pecado que no nos podemos permitir a estas alturas, pero vean por resumen el grand finale del ciclo feminista: una ley que rebaja las mismas penas por delito sexual que en su día fueron piedra de escándalo por insuficientes. La política emputece, y cuánto: pero lo que enseña.

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