THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Benedicto

La inquisición iraní

«Las fuerzas de seguridad de la teocracia han asesinado a 476 personas, incluidos 64 niños y 34 mujeres, solo durante los dos primeros meses de las protestas»

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La inquisición iraní

Ilustración. | The Objective.

A principios de los 80 Siniestro Total triunfaba con el Ayatolá, no me toques la pirola. Cuarenta años después la canción suena con un estribillo más macabro en Irán. En la sociedad persa del siglo XXI una panda de barbudos con turbante amenaza con crucifixiones, amputaciones o pena de muerte a aquellos que quieren vivir y expresarse libremente.

Tres meses después de la muerte bajo custodia policial de la joven Mahsa Amini, tras ser detenida por no llevar el velo bien colocado, la disidencia iraní sigue saliendo a la calle de manera valiente, mientras la represión violenta de los clérigos chiíes va in crescendo.

Las protestas contra el régimen, aunque lideradas por las mujeres, involucran a toda la sociedad, incluidas celebridades del mundo artístico o del deporte, y se han convertido en las más importantes desde la llegada de los ayatolás al poder en 1979. Más de cuarenta años sin libertades, bajo una teocracia que no tiene gobiernos conservadores o reformistas sino distintos perros con los mismos collares autoritarios; han roto con la paciencia de una ciudadanía que, además de una fuerte crisis económica y una inflación del 40%, sufre una brutal represión.

La Asociación de maestros del seminario de Qom exige que cualquiera que «instigue el miedo en la sociedad» al participar en protestas antigubernamentales se enfrente a la horca sin juicio justo, a que le corten los dedos de las manos y los pies y a castigos más «indulgentes» como el exilio. Este grupo de clérigos de la rama dura, seguidores leales del octogenario líder supremo iraní Ali Jamenei, utiliza el crimen que denominan «librar la guerra contra Dios», que tiene más de 1.400 años de antigüedad, para infundir el terror a quienes se enfrentan al régimen teocrático.

«Si le castigan con la pena de muerte, el futbolista Amir Nasr-Azadani será el tercer manifestante que es ejecutado»

Mientras los mulás del Consejo Supremo de Qom, centro espiritual del chiísmo y cuna de la revolución jomeinista, se benefician de los recursos financieros del Gobierno y de las ventajas políticas de una estrecha relación con el régimen, un patíbulo espera a los manifestantes, como en la ciudad de Isfahan, donde ya se ha instalado una plataforma en la que poder ahorcar públicamente al futbolista Amir Nasr-Azadani. Si le castigan con la pena de muerte, será el tercer manifestante que es ejecutado. Dos jóvenes de 23 años ya fueron ahorcados sin la más mínima garantía jurídica ni el derecho al debido proceso.

La ONG Iran Human Rights denuncia que las fuerzas de seguridad de la teocracia iraní han asesinado a 476 personas, incluidos 64 niños y 34 mujeres, solo durante los dos primeros meses de las protestas nacionales. Además, al menos 100 manifestantes corren el riesgo de ser ejecutados, como el rapero Toomaj Saleh arrestado por «difundir la corrupción en la tierra» y, como denuncia la ONU, torturado debido a que publicó vídeos de apoyo a las protestas, un cargo que conlleva la pena de muerte, en procedimientos judiciales celebrados a puerta cerrada y sin la presencia de su abogado.

Aunque las protestas han bajado de intensidad en las últimas semanas, no han cesado y el lema «Mujer, Vida, Libertad» ha traspasado las fronteras persas y se ha hecho eco en todo el mundo frente a la barbarie de los mulás. Sin embargo, en la Unión Europea el Alto Representante, Josep Borrell, parece empeñado en edulcorar la imagen del régimen iraní al querer cerrar el acuerdo nuclear con Irán roto de manera unilateral por EE.UU. en 2018. La Europa que hace un estandarte de los derechos humanos y del Estado de derecho no debe negociar con una teocracia que ejecuta a sus ciudadanos. Harían bien tanto Borrell como el antiguo Alto Representante Javier Solana, en aprovechar sus contactos con los ayatolás para presionarles y evitar futuros asesinatos de Estado antes de pactar la reducción del enriquecimiento de uranio con un país que también proporciona drones a Rusia para matar ucranianos. Igual que nuestras ministras Montero y Belarra, tan acostumbradas a lanzar sus fetuas feministas, podrían mostrar algo de solidaridad por los derechos de las mujeres iraníes.

La juventud iraní se ha cansado de la revolución islámica y ha puesto en marcha su propia rebelión hartos de que los basiyís (milicias de voluntarios cercanos a los Guardianes de la Revolución que patrullan las calles) les golpeen cuando salen de una discoteca o de un concierto de rock o les obliguen a soportar en verano más de 40 grados de temperatura en las aulas universitarias bajo el manto opresor del chador. Esos jóvenes no merecen que Occidente mire hacia otro lado, por mucho que Teherán se postule como alternativa al gas y petróleo ruso. Ceder al chantaje del régimen iraní es ser cómplice de los próximas muertes o mutilaciones de la Inquisición de los ayatolás.

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