THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Seis semanas en Reno

«Sánchez quiere convencer a los votantes de que ha llegado la hora de separarse de nacionalistas y separatistas. El divorcio debe llegar antes de las elecciones»

Opinión
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Seis semanas en Reno

Ilustración de Erich Gordon.

Cualquier aficionado al cine clásico habrá notado que son muchos los personajes hollywoodenses —sobre todo en la comedia sofisticada de los años 30 y 40— que mencionan Reno a la hora de divorciarse. La razón es pintoresca: hasta que California no introdujo en 1969 el divorcio por mutuo acuerdo, los jueces norteamericanos exigían una causa probada —abandono, adulterio, maltrato— para autorizar la disolución del matrimonio. Salvo en Nevada: desde comienzos del siglo XX era posible divorciarse allí sin dar explicaciones y en 1931 se introdujo una reforma que acortaba a seis semanas el tiempo de residencia necesario a tal fin. Lejos de compadecerse de quienes deseaban liberarse de un matrimonio infeliz, las autoridades estatales trataban de crear una industria turística autóctona —el desarrollo de Las Vegas no se produce hasta los años 50— atrayendo a los ciudadanos acomodados que pudieran pagarse la estancia. Funcionó: la ciudad se convirtió en la «capital mundial del divorcio», ofreciendo diversión en la hora del adiós y suministrando a la cultura popular un tropo cuyo significado tenemos hoy que buscar en Wikipedia.

Pues bien: tratando de aprovechar la ficción del borrón y cuenta nueva propia del Año Nuevo, ese simpático vudú del calendario al que todos somos aficionados, Pedro Sánchez quiere convencer a los votantes de que ha llegado la hora de separarse de nacionalistas y separatistas. ¡Se instala en Reno! El divorcio debe materializarse a la mayor brevedad, ya que quedan menos de seis meses para que se celebren esas elecciones municipales y autonómicas que marcarán el resultado posterior de las generales. Y aunque Sánchez no pasará ese tiempo divirtiéndose, como hacían los divorciables en Nevada, quiere que nos alegremos nosotros: para eso sirven el triunfalismo económico y la rebaja del IVA alimentario. Es como un mago que juega con nuestra atención: si miramos su mano izquierda, nos olvidamos de la derecha.

«Nadie sabe cuánto pesará en el ánimo del votante el fiasco del ‘solo sí es sí’ o la controvertida aprobación de la ‘ley trans'»

Va de suyo que la pregunta es si esta maniobra será suficiente: si los votantes —sobre todo los situados en el centro-izquierda— le concederán el divorcio. ¿Podrán olvidar la despenalización a la carta de la sedición y la reforma a la baja de la malversación? ¿Aceptarán la naturalización de Bildu como socio ordinario de gobierno? Hay escenas que no ayudan: un día se celebra una multitudinaria manifestación en Bilbao para apoyar a los presos de ETA y al otro sale ERC a exigir el referéndum de autodeterminación o se suma a la manifestación convocada por Puigdemont contra la cumbre hispano-francesa de Barcelona. O sea: no disimulan.

Mientras tanto, los nuevos magistrados del Tribunal Constitucional realizan declaraciones ambiguas sobre la constitucionalidad del referéndum, recordando así a los españoles que si el tema está sobre la mesa es porque la supervivencia del Gobierno depende de quienes lo ponen sobre la mesa. Al PSOE le resultará aún más complicado disociarse de Podemos, ya que ambos se sientan juntos en el Consejo de Ministros: nadie sabe cuánto pesará en el ánimo del votante el fiasco del solo sí es sí o la controvertida aprobación de la ley trans. No puede descartarse que el malestar con el gobierno sea más fuerte y se encuentre más extendido de lo que parece a primera vista.

En las estrategias concebidas para despistar al votante, por lo demás, hay algo deprimente. ¿Por qué disimular tanto? ¿No sería más honesto que el Gobierno se hiciera cargo de las decisiones adoptadas a lo largo de la legislatura y reivindicase abiertamente la idoneidad de sus socios? En el cálculo que conduce a celebrar incómodas sesiones parlamentarias cuando juega la selección española de fútbol o aconseja rebajar el IVA solo cuando se acercan las elecciones se manifiesta una alarmante pobreza de espíritu: como si los ciudadanos fueran niños a los que se trata de engañar. Por ejemplo, fingiendo un divorcio. ¡Si nadie se va a Reno! Y a estas alturas será difícil que el público —los votantes— pueda creerse lo contrario.

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