Bagatela en La menor
«Elisa demuestra no haber entendido de qué va el oficio de comunicar. Servil con la doctrina, confunde la militancia con tener criterio, la ideología con la verdad»
Tengo una amiga que siempre llega tarde a todas las fiestas y a todas las polémicas. No es cierto: esa amiga no existe. Pero quería saber lo que se siente al empezar una columna elevando a universal lo irrelevante del sentir particular, falacia ad amicum mediante. Que está de moda. Digo que no existe la amiga en cuestión porque la que llega tarde a todas las fiestas y a todas las polémicas soy yo, lo confieso. Y esta columna es la prueba de ello: voy a hablar de Elisa hoy, que ya ha hablado todo el mundo. Elisa, para quien no lo sepa (que es nadie a estas alturas) es la moza de Móstoles con mejores notas de su promoción en Comunicación en la Complutense. La que se ha pillado tremendo rebote porque han nombrado a Ayuso alumna ilustre en esa universidad y no rompe el diploma porque ella cree que será ilegal, ¿vale?
A mí, que Elisa pueda soltar su arenga inconexa, con la calidad expositiva de la que haría gala un mandril, me parece que es una buena y una mala notica al mismo tiempo. Por un lado, primero la buena, que nuestro Estado de derecho goza de buena salud pese a todo. Que ella haya podido exhibir una desprejuiciada ausencia de educación y un alarmante desconocimiento de las más elementales normas de urbanidad para dar a gritos su personalísimo parecer como si hablara en nombre de toda una generación indica que la libertad de expresión es un bien del que disfrutamos todos en este país. El mismo exactamente del que pudieron hacer uso los que abuchearon a Ayuso y le gritaron «asesina» o ella misma al agradecer la distinción. Nos puede parecer bien o mal, mejor o peor, tanto una cosa como la otra. Pero es legítimo y también lo es que posteriormente se critique. Esa crítica es también libertad de expresión. Y legítima es la de aquellos a los que les parece mal que se nombre alumna ilustre a Ayuso, y lo digan, y también la de los que les parece fatal la alocución desquiciada de la moza de Móstoles, y también. Hasta aquí la buena.
«La criatura es incapaz de articular un discurso mínimamente coherente»
La mala es que su actuación deja en muy mal lugar a la universidad como templo del saber, como institución donde se fomente y aliente la búsqueda de la verdad y el avance del conocimiento. Primero, porque la criatura es incapaz, siendo la de mejor nota de un nutrido grupo de universitarios que han estudiado comunicación (¡Comunicación!), de articular un discurso mínimamente coherente y cuyas partes no se invaliden las unas a las otras. Es incapaz también de hacerlo sin utilizar modismos, coletillas o locuciones excesivamente coloquiales, de alejarse del exceso de emocionalidad o la autorreferencialidad. Siendo yo bastante laxa en lo que viene siendo la expresión oral, no le habría aprobado en primero. Ni te cuento en el último curso del grado. Segundo, y más grave, porque la chiquilla habla de tener criterio cuando lo que está haciendo es lo más alejado de tenerlo o de levemente sugerir que ha alcanzado una mínima comprensión de lo que es el pensamiento crítico.
La niña lo que está haciendo es lo que han hecho siempre los alumnos pelotas: decir lo que, por espabilao o por intuitivo, sabe el listillo que espera escuchar de su boca el profesor. O sea, la autoridad. No hay diferencia alguna entre el alumno con uniforme y mejor expediente de colegio de curas y nuestra Elisa. Solo cambia su dios y su credo, pero la actitud es la misma. Y Elisa, que confunde la militancia (Ayuso, pepera, los ilustres están fuera) con tener criterio, demuestra no haber entendido además de qué va el oficio de comunicar. Servil con la doctrina, confunde la ideología con la verdad y, en esto, uno no puede estar comprometido con ambas. O se está a setas o se está a rolex.