THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

El instinto proteccionista

«El intervencionismo puede tener efectos positivos, como el tope al gas de Portugal y España, pero también crea distorsiones y deslocalizaciones no deseables»

Opinión
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El instinto proteccionista

Banderas de EEUU y la Unión Europea. | Nicolas Maeterlinck (Belga Press / Contact Photo)

En los últimos quince años el mundo ha vivido una serie de crisis encadenadas que han puesto a prueba nuestro modelo de crecimiento económico. Desde la crisis financiera de 2008, gérmen de la Gran Recesión que por culpa de la austeridad se prolongó hasta 2013, al colapso económico provocado por la pandemia cuya salida se vio frustrada por los choques de la oferta que propulsaron la inflación, hasta la crisis energética resultante de la invasión rusa de Ucrania que ha intensificado esos desequlibrios y frenado la ansiada recuperación. En las tres decadas anteriores hubo un cierto consenso: las políticas ultra liberales y la globalización sin límites eran la receta para asegurar la prosperidad. Pero es un modelo que hoy parece estar en extinción. Frente a la desregularización, se ha impuesto la inversión pública y el intervencionismo. Frente al libre comercio, el proteccionismo.

¿Estamos viviendo un periodo de regresión o por el contrario avanzamos hacia un cambio de paradigma económico que sepa dar una mejor respuesta a retos tan colosales como la creciente desigualdad, el cambio climático o la supervivencia de lo que en su último libro el columnista del Financial Times Martin Wolf define como Capitalismo Democrático? Ocurrió con la revolución keynesiana que con su receta entonces insólita de aumentar el gasto público para estimular la demanda consiguió superar la Gran Depresión de la década de los años 30 del siglo pasado. O con el monetarismo que aplacó la salvaje inflación de finales de los años 70 y principios de los 80. 

Hoy se usan ambas políticas. Pero están en conflicto. Porque el entorno es tan adverso que el mix de ambas no parece dar los resultados deseados. Los Gobiernos disponen de unos fondos extraordinarios, pactados en su momento para procurar una salida veloz del socavón causado por la pandemia y transformar de paso las economías receptoras hacia un modelo de crecimiento más verde y digitalizado en un contexto de escasez de muchos materiales necesarios para alcanzar esos objetivos. Su política fiscal expansiva va en contra de los esfuerzos de los bancos centrales para combatir la inflación más alta de las últimas cuatro décadas con una política monetaria restrictiva intentando no dañar en exceso el crecimiento. Difícil equilibrio.

El camino no está ni mucho menos despejado pese a que las previsiones de crecimiento mundial han mejorado en los últimos meses.

En Europa además aumentan las presiones de los países acreedores, Alemania, Holanda, Austria, etc., para regresar cuanto antes a la disciplina fiscal ante el alarmante aumento de la deuda pública de los países fiscalmente más indisciplinados y eso puede ser un problema para España, al igual que Italia o Grecia. Y si a eso añadimos la subida de los tipos de interés, la cosa se complica aún más para estos últimos. La apertura de China, que ha decidido poner fin a su restrictiva política de Covid Cero que seguía bloqueando las cadenas de suministro y excluido del turismo mundial a casi 200 millones de personas, puede ayudar, pero las heridas de todo lo sucedido han provocado unos cambios en las políticas públicas nacionales y las relaciones comerciales internacionales cuyas consecuencias pueden ser irreversibles.

Tomemos como ejemplo lo que está ocurriendo en Estados Unidos. The Economist dedica su portada al asunto en su última edición. Big, Green and Mean. La Administración Biden no ha desmontado nada de la hostil política proteccionista de su antecesor, Donald Trump. Ha ido incluso más lejos. En los últimos dos años ha puesto en marcha un plan para transformar el país con una inversión pública por valor de dos billones de dólares (un euro valía ayer 1,07 dólares). Motivado en gran medida por su afán de contrarrestar el creciente poderío económico, militar y estratégico de su enemigo número uno, China, las medidas suponen también un ataque a los intereses económicos de sus aliados europeos.

Tres son las patas de actuación del Gobierno americano: inversión en infraestructuras por 1,2 billones de dólares; la llamada CHIPS Act (para impulsar la fabricación nacional de semiconductores) por 280.000 millones de dólares, y la Inflation Reduction Act (IRA), dotada con 400.000 millones pero que podría elevarse al doble de esa cantidad. Todo ello pasa por subvencionar toda actividad económica que promueva la mejora de carreteras, puentes, conexiones digitales y la transición hacia energías verdes del país. Eso sí, sólo si está fabricado en terriotorio nacional. Las empresas extranjeras son bienvenidas, como ya se están postulando muchas, pero estas recibirán subvenciones sólo si su producto está Made in USA. Proteccionismo en clave nacionalista. 

La Unión Europea está sometida a una creciente presión para responder. Si Estados Unidos está embarcado en un plan para reiventarse económicamente y proteger sus intereses, ¿qué ha de hacer Europa? De momento, sólo ha habido gestos. Y preocupación. Son muchas las empresas europeas que engrosan la lista de las dispuestas a trasladar parte de su actividad (y su vital inversión en capital y recursos humanos) a EEUU. La Comisión Europea, que incialmente celebró la iniciativa americana como una contribución para frenar el cambio climático, se ha comprometido a proponer medidas para proteger a la industria europea, pero no hay nada encima de la mesa. 

«Europa parece haber aprendido de las consecuencias de la austeridad en la anterior recesión»

El intervencionismo puede tener efectos positivos, como por ejemplo el tope al gas fijado por Portugal y España, pero también crea distorsiones y deslocalizaciones no deseables. Otras ayudas públicas como los ERTEs, financiados en parte por el Fondo Social Europeo, se han demostrado muy eficaces para mantener el empleo en una situación de crisis puntual como el cierre de la actividad durante la pandemia. Europa parece haber aprendido de las consecuencias de la austeridad en la anterior recesión. El gasto público y las ayudas puntuales sirven para salir más rápidamente de las crisis, pero son instrumentos muy tentadores de mantener en el tiempo electoralmente hablando. Y alejarse del deseable equilibrio de las finanzas públicas compromete el bienestar de las siguientes generaciones obligadas a hacer frente al pago de una creciente deuda. Un escenario tan poco deseable como el que provocó la desregularización que caracterizó los noventa y principios de los 2000 y que ya sabemos a dónde nos llevó: burbuja financiera, inmobiliaria, crisis de la deuda…. ¿Cómo encontrar el equilibrio? 

¿Y la slowbalization? Es un fenómeno que afecta a muchas de las economías más abiertas que vieron frustrada la salida de la crisis de la pandemia, cuando el fuerte rebote de la demanda no podía ser satisfecho debido a la interrupción de las cadenas de suministro, y que posteriormente han sufrido las consecuencias de su excesiva dependencia en la importación de energía. Hoy algunas se replantean trasladar parte de su producción a territorio nacional o a países más fiables y cercanos geográficamente. Una tendencia que puede tener costes indeseados. No debemos olvidar que más de 1.500 millones de personas han salido del umbral de la pobreza en los últimos 40 años gracias al motor del comercio que en ese periodo duplicó la tasa de crecimiento. Para el Banco Mundial el freno en los flujos del comercio mundial es un motivo de preocupación.

Y otra cuestión: ¿hasta qué punto ha sido la globalización responsable de los bajos precios experimentados en las tres décadas anteriores a la pandemia? Aquí, el Banco Internacional de Pagos explica cómo las cadenas de producción mundial y la mayor apertura comercial han contribuido a la contención de la inflación. Vistas las dificultades que están encontrando los bancos centrales para doblegarla, el nuevo modelo comercialmente más defensivo que propone Estados Unidos y que podría secundar por Europa puede acabar volviéndose en contra de ambos bloques. Ya sea en forma de mayor presión migratoria, ante la falta de oportunidades allí donde ha salido la inversión extranjera, o por los precios más altos que implica trasladar la producción a casa. 

¿Un nuevo proteccionismo? ¿El resurgir de la política industrial? ¿El regreso al intervencionismo? ¿El agotamiento de la política monetaria? ¿Estímulos fiscales en un entorno de alta inflación? Todo apunta a que estamos inmersos en un periodo convulso de transición económica. Pero, ¿cuál será el modelo que tomará el relevo? 

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