THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Bond y Juliette

«Uno de los disfraces más socorridos del vicio es la apariencia de virtud. Mejor no saber lo que les va a estos nuevos puritanos. Además de mutilar el pasado»

Opinión
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Bond y Juliette

Erich Gordon

Lo he contado en alguna ocasión. Año 2008. Estaba pasando unos días en París, había llovido y me iba a comer con Pierre Le-Tan a una brasserie cercana al río. Antes de cruzar el Sena, Pierre quiso que pasáramos por delante de Shakespeare & Co. Se detuvo ante una vitrina-escaparate que parecía el gabinete de un naturalista. Había en ella una colección de libros cuyas cubiertas, ilustradas con colores muy pálidos, eran preciosas. Sus motivos eran cráneos, arañas, pulpos, caracolas-peine, gallos de san Pedro, rosas, pistolas, heráldica, fragmentos de esqueleto, (ni una sola chica en bikini y ya verán después por qué lo digo). Parecían, esos libros, todos juntos, una colección de láminas que le habría encantado al emperador Rodolfo, el de las Wunderkammer. Cuando me fijé en sus títulos, vi que eran los de las novelas de Ian Fleming, su serie sobre las fabulosas andanzas del agente 007.

En aquel momento los habría comprado todos para exponerlos en algún lugar de casa como estaban allí, de cara, pero eran carísimos: a mil y algo la pieza. Le pregunté a Le-Tan quién era el autor de esos dibujos. Me contestó con otra pregunta: «Son una maravilla, ¿verdad?» Y añadió: «De Richard Chopping, murió hace poco con noventa años; de ahí que los expongan, pero su precio es demasiado alto». El jueves busqué esos libros en internet y los pocos que aparecen están a más de 3.000 euros y un poco menos de 5.000: su precio se ha multiplicado. Y desde luego son de una fineza que no tiene precio. Una vez más pude comprobar que Dios no le ha llamado a uno por el camino de los negocios.

La borrasca Juliette ha traído otra nueva de los inquisidores: la censura a James Bond y ya tardaban, no hay que dejar ni rastro de todo aquello que tanta felicidad ha proporcionado a tanta gente durante tanto tiempo. Sean los cuentos de Perrault o los de los hermanos Grimm, sean los de Roald Dahl, sean las historietas del Tío Gilito –inefable personaje Disney heredero del dickensiano Mr. Scrooge–, o sean las finas chulerías de smoking y dry-martini de 007 (y sólo cito los últimos de los que cuelga el sambenito). Porque de lo que trata este asunto es de combatir el pasado –que no puede defenderse– para cambiarlo, y de combatir también, la felicidad, habrase visto tamaño descaro. O sea, de una ensoñación puramente patológica. Me pregunto si no entrarán pronto en Cervantes: Sancho Panza, además de estar gordo, tiene un apellido incorrecto políticamente y don Quijote ataca unas instalaciones de energía eólica. Eso por no hablar de las chanzas al licenciado Vidriera, que no tienen perdón. No doy más ideas porque son capaces, pero me temo que Shakespeare el sádico se puede ir preparando.

«Pronto las películas de James Bond se comprarán –caras, por supuesto– en tugurios clandestinos»

¿He dicho sádico? ¿Tiene relación la tormenta Juliette con el nuevo caso Bond? Yo creo que algo de relación debe de haber: pensemos en el nombre, Juliette. Y desempolvemos luego de nuestro Pleistoceno particular las novelas del marqués de Sade, Justine y Juliette. Juliette era la hermana de Justine. Y si esta se subtitulaba Los infortunios de la virtud, Juliette lo hacía como Las prosperidades del vicio, lema que también le iría al pelo a James Bond, aunque lo suyo fuera al servicio de Su Majestad y Moneypenny se quedara siempre a dos velas (supongo que también este asunto lo arreglarán inmediatamente). Juliette siempre acumulando rentas.

Cuando murió Ian Fleming –que había sido un mediocre agente secreto y proyectó sus fantasías sobre su personaje, escribiendo como un poseso en una casa junto al mar en Bahamas–, se supo que sus relaciones erótico-amorosas no eran, digamos, muy ortodoxas. Que pasaban inevitablemente por la pala, la fusta y otras lindezas, quiero decir. Y tal vez sea esto lo que le ha puesto la cabeza como un bombo al nuevo censor de sus obras, dispuesto a mutilarlas, si no a cancelarlas y sanseacabó. Pronto las películas de James Bond se comprarán –caras, por supuesto– en tugurios clandestinos. Como ciertas historietas del Tío Gilito, con las que tanto nos reímos en la infancia y no por eso acumulamos monedas en una caja fuerte para zambullirnos en ellas. Esta semana hemos escuchado las risas de Juliette en forma de ventiscas árticas, copiosas nevadas y desastres sin fin, envueltas en una gran belleza blanca.

La cosa es: ¿la idiotez, tiene cura? Porque todo esto parece un cuento tramado por un idiota. U otra cosa más sintomática: no hay que olvidar que uno de los disfraces más socorridos del vicio es la apariencia de virtud. Volvamos a Sade: todos sus malvados forman parte del establishment de su tiempo, los mismos que James Bond acaba desenmascarando en sus novelas y películas. Mejor no saber lo que les va a estos nuevos puritanos. Además de mutilar el pasado, quiero decir.

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