THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Benedicto

James Woke: licencia para censurar

«En lugar de censurar libros o derribar estatuas, la Inquisición de la izquierda radical podría dedicarse a escribir sus propias novelas y vender sin subvenciones»

Opinión
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James Woke: licencia para censurar

Película de James Bond.

El James Bond sexista y homófobo de los años 50 será sustituido por el James Woke con licencia para censurar de 2023. Las novelas de Ian Fleming se volverán a publicar con motivo del 70 aniversario del primer libro sobre el famoso espía británico, pero sin referencias raciales tras la revisión a la que se han visto sometidos por quienes la editorial del escritor denomina «lectores sensibles».

Y llueve sobre mojado. Hace pocos días que las obras del también británico Roald Dahl también querían ser reescritas por su editorial para eliminar palabras como «gordo» en el libro Charlie y la Fabrica de Chocolate o «gran cara de caballo» a la hora de describir a la señorita Trunchbull en Matilda. Ante las presiones y las críticas la editorial Penguin se ha visto obligada a publicar la versión nueva y también la antigua del autor para niños. 

Reescribir una novela es censurar su contenido original con mayúsculas y es lo que persigue el movimiento woke desde sus inicios. En 2018 dos novelas clásicas antirracistas como Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, y Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, quedaron fuera del programa de estudios en un distrito escolar del estado de Minnesota en los Estados Unidos, porque las críticas raciales hacían que los estudiantes se sintieran «humillados o marginados».

La misma censura que padecen artistas, escritores o profesores en dictaduras o teocracias como las de Cuba, Irán o Corea del Norte, se impone en Occidente con métodos más sutiles que las fatuas, pero igual de efectivos. Las hordas censoras de la cultura de la cancelación no dejan títere con cabeza. Ahora le ha tocado al espía de su majestad. Cuando Fleming escribió sus libros sobre James Bond, el Imperio Británico languidecía y no eran más que una manera de levantar la moral de los habitantes de una nación en decadencia. La manía persecutoria de intentar llevar los valores actuales a las novelas o comics escritos hace varias décadas tiene como consecuencia acabar con la libertad de sus creadores. 

«El arte no tiene por qué seguir a esos apóstoles de la moral pública que sacralizan lo políticamente correcto»

Entender una época es respetar el contenido de sus obras artísticas. Censurar partes de un libro o tapar las partes pudendas de una escultura o derribarla no nos permite interpretar, aprender y, ni tan siquiera, mejorar ese momento de la historia. El artista tiene derecho a la integridad creativa de su trabajo; sacar el insulto, la homofobia o la misoginia de sus obras las convierte en algo diferente para lo que fueron creadas. El arte no tiene por qué seguir a esos apóstoles de la moral pública que sacralizan lo políticamente correcto y entronizan la autocensura. 

Ahora que la izquierda cultural parece estar de capa caída en Estados Unidos, al otro lado del Atlántico nos hemos propuesto resucitar al fundamentalismo woke. No nos extrañe que, en cualquier momento, el Ayuntamiento de Barcelona decida cortar el prepucio a la Torre Agbar por ser un monumento a la falocracia, ante el estupor del arquitecto Jean Nouvel; o que el Ministerio de Educación decida reescribir La Gitanilla de Cervantes por racista o las obras de Quevedo por misóginas; o que en la Biblia Adán y Eva sean sustituidos por Ada y Evo. 

En lugar de censurar libros o derribar estatuas, la Inquisición de la izquierda radical podría dedicarse a escribir sus propias novelas o a esculpir personajes morales, a su entender, y políticamente correctos. En lugar de prohibir, por qué no crear y vender sin subvenciones.

Ante este panorama, no es de extrañar que último James Bond de película terminara muriendo. Quizás fuese un acto de autocensura. 

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