THE OBJECTIVE
Carlos Granés

Mociones de censura y degradación política

«La ola populista que recorrió España y Europa desde mediados de la década anterior infantilizó y latinoamericanizó el oficio»

Opinión
55 comentarios
Mociones de censura y degradación política

Pedro Sánchez.

Así como los F-16 tienen un mecanismo que permite la eyección del piloto en casos de dramática urgencia, las Constituciones suelen tener algún artículo que permite la remoción del presidente o de los altos funcionarios para salvar algo que está por encima de ellos: la convivencia o la salud democrática de las naciones. Esos dispositivos están pensados para situaciones excepcionales, como es obvio, y quien tenga dudas que imagine a un piloto activando su silla eyectable, no para salvar su vida sino para tomarse un selfie que incendie las redes. Las consecuencias son obvias. Como mínimo, se le prohibiría pilotar un avión en lo que le queda de vida. 

Los políticos también solían ser prudentes y responsables a la hora de poner en marcha este mecanismo constitucional. A ninguno se le habría ocurrido invocarlo como un simple golpe de efecto, para hacer ruido, cambiar la agenda informativa y llamar la atención de los medios. Pero sabemos lo que ha ocurrido: la ola populista que recorrió España y Europa desde mediados de la década anterior infantilizó y latinoamericanizó el oficio. Los Parlamentos se llenaron de nuevos políticos que irrumpieron como chiquillos en casa ajena: tocándolo todo, desatendiendo los protocolos, bailando en medio de la sala o metiendo los dedos en los enchufes. No entraron payasos, como el brasileño Tiririca, el segundo congresista más votado en la historia de su país, pero casi. 

Entraron Podemos y Vox, dos partidos que se parecen en el uso estratégico del gesto, el vídeo y la performance. En los años setenta, el artista argentino Roberto Jacoby se inventó una práctica conocida como el arte de los medios, que consistía básicamente en instrumentalizar los informativos para que hablaran de obras inexistentes. Algo similar es lo que hacen estos partidos. Irrumpen como chiquillos para que las cámaras los enfoquen, y aprovechan el pantallazo para autopromocionarse a sí mismos sin necesidad de tener obra. Es decir, sin tener ideas o proyectos. 

«Vox y Podemos han utilizado la moción de censura con este propósito, para sacarse un selfie, darse importancia por unos días y ganar la cobertura mediática que no consiguen gracias a sus virtudes políticas»

Ambos partidos han utilizado la moción de censura con este propósito, para sacarse un selfie, darse importancia por unos días y ganar la cobertura mediática que no consiguen gracias a sus virtudes políticas. Prefieren la farsa, el espectáculo, el vídeo chusco y la trinchera cultural, porque en ese juego infantil de ¡pum!, ¡pum! y ¡pam!, ¡pam! pueden desmelenarse y soslayar su falta total de madurez política, de visión, altura y remedios para males reales.

Ahora nos encaminamos en España a la cuarta moción de censura en cinco años y medio. Vamos a un promedio de casi una por año, no muy lejos de Perú, en donde tres presidentes distintos han sido sometidos a un total de siete procesos de vacancia por incapacidad moral, una fórmula ambigua que se presta para toda suerte de oportunismos y arbitrariedades, en un lapso de tiempo similar. Esto podría demostrar que a mayor degradación política, más se manosea este recurso constitucional. Lo mismo está pasando hoy en día en Ecuador, donde se quiere enjuiciar al presidente con la truculenta acusación de la traición a la patria, y antes fue en Brasil, donde una dudosa coalición logró expulsar a Dilma Roussef mediante el impeachment. Este desmadre no depura la política, la envilece y la convierte en una esperpéntica guerra de relatos que justifican el desguace constitucional. 

El uso torticero de estas clausulas constitucionales empezó, y que nadie se extrañe, en 1947, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón. Para deshacerse de jueces que no tenía alineados, rebuscó un artículo que permitía enjuiciar a los miembros de la Corte Suprema de Justicia por mal desempeño del cargo. Los legisladores peronistas esgrimieron como prueba el reconocimiento que los jueces dieron al golpe de 1943, pero olvidaron señalar que el mayor beneficiado de esa mala práctica había sido, vaya paradoja, el mismo Perón. Se castigaba haber legitimado un golpe; se perdonaba haber sido vicepresidente de la dictadura. 

Los populistas perdieron el pudor y empezaron a usar estas tretas con cinismo. Y como hasta ahora les ha dado resultados, el fenómeno se ha extendido. Ahora tenemos en España políticos infantilizados –no hay que olvidar que el travieso Sánchez Dragó está detrás de la nueva moción de Vox–  que convierten la política en una disciplina artística, en una performance que hincha los ánimos, despierta pasiones, entretiene a los octogenarios rebeldes, pero nada tiene que ver con aquello para lo que se inventó, al menos en su versión moderna: poner el poder al servicio de la gobernabilidad y la solución de problemas.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D