Una moción de investidura
«Lo grave del caso no es que Vox errara el tiro, sino que Sánchez aprovechara la ocasión para reforzar su condición de candidato a la Presidencia del Gobierno»
No fue un circo, ni un esperpento, aunque tal vez sí fuera un disparate. O como mínimo un error de bulto. Por lo visto y oído este martes en el Congreso, Vox se equivocó al presentar la moción de censura o, cuando menos, al no retirarla cuando aún estaba a tiempo. Y lo grave del caso no es que Vox errara el tiro, sino que Pedro Sánchez aprovechara la ocasión para reforzar su condición de candidato a la Presidencia del Gobierno de cara a las elecciones generales de diciembre. En otras palabras, lo de ayer no fue una moción de censura; fue más bien el discurso de un candidato a la investidura llamado Pedro Sánchez, contrapunteado por las intervenciones de un Santiago Abascal más preocupado por ajustar cuentas con unos medios de comunicación que, según él, habían tildado la iniciativa parlamentaria de circo, de esperpento y de disparate, que por preparar el terreno al verdadero candidato propuesto por la moción, Ramón Tamames.
Y es que las intervenciones del actual el inquilino de la Moncloa –que no desaprovechó, por cierto, la ocasión que le brindó Abascal para erigirse, con todo el cinismo, en defensor de la prensa libre e independiente y para contraponer diarios económicos y diarios políticos, lo que da idea del concepto que debe de tener de lo que es la información general– no sólo consistieron en una exhibición de cifras y letras conducentes a justificar la excelencia de su actuación como gobernante y a vilipendiar las políticas del PP de Rajoy y las que pudiesen resultar de un futuro gobierno de coalición entre «la derecha y la ultraderecha», sino que incluso se permitió deslizar lo que haría en la próxima legislatura «si los españoles nos renuevan su confianza». Bien es verdad que Abascal, a quien Sánchez había retado a presentar una tercera moción de censura en septiembre, también olvidó en algún momento su condición de telonero asegurando que iba a derogar cuantas leyes hicieran falta.
Y junto a ellos, claro, el candidato, un Tamames con 89 años al que la duración del debate jugó una mala pasada: tuvo que esperar cerca de dos horas y media para tomar la palabra; interrumpió al presidente Sánchez cuando este se encontraba en el uso de la palabra reprochándole que utilizara en su respuesta «un tocho de 20 folios»; le afeó luego el haber empleado en su filípica contra la derecha toda una hora y 40 minutos, haber explicado «lecciones de cosas» que nadie había pedido y haberle atribuido palabras que él no había dicho, e hizo lo indecible para terminar cuanto antes al anunciar que ya no intervendría más. Pero, ante su asombro, vio como la vicepresidenta Yolanda Díaz tomaba el relevo de Sánchez y subía a la tribuna para soltar sin piedad ninguna un discurso autocomplaciente de una hora larga, entre admonitorio –de maestrilla– y mitinero, en el que no faltaron lisonjas para el presidente y para el resto de los ministros del Consejo –la cara marmórea de Irene Montero cuando fue mencionada era todo un poema–. En su contrarréplica, Tamames se limitó a indicarle a la vicepresidenta que imaginaba que aquello que acababa de exponer era el programa de Sumar.
«Lo que él concebía como una honrosa despedida de su vida política se habrá convertido en un valioso servicio a Sánchez»
Si la moción fue un error, también lo fue la elección del candidato. No sólo por los achaques propios de la edad; también por lo que podríamos denominar los usos y costumbres de su época de diputado y político en activo en comparación con los actuales. Y eso incluye el lenguaje, claro. Cuando Díaz le habló de «sororidad», le faltó poco a Tamames para pedirle a Abascal las sales. Además, hay que tener en cuenta que la filtración de su discurso, que muchos miembros del Gobierno llevaban impreso y más o menos subrayado y anotado, no le ayudó en nada, por más en su intervención de ayer lo acortara y modificara de modo notorio. Por desgracia, lo que él concebía como una honrosa despedida de su vida política, como un último servicio a España, se habrá convertido en un valioso servicio a Pedro Sánchez.
En definitiva, el debate de ayer por la mañana en el Congreso tuvo un único vencedor, el actual presidente del Gobierno, que pudo exponer sus presuntos logros como gobernante, volver de forma machacona sobre la dupla derecha y ultraderecha, y hasta colgarse la medalla de afirmar –él, cuyo principal atributo es el dominio de la mentira– que Vox es incompatible con la verdad. El principal perdedor fue el partido proponente. Pero tampoco deben de estar muy contentos en las filas de Podemos con el espaldarazo que la intervención de la vicepresidenta Díaz, en sustitución de la del presidente, supone para la promoción de su nueva formación política, Sumar. En cuanto al PP, está claro que hizo bien en desmarcarse de la iniciativa y no comparecer, cuando menos al primer nivel.
Respecto a la influencia que pueda tener el desenlace de la moción en las elecciones de diciembre, nada puede aventurarse, creo. Faltan aún cerca de nueve meses y antes habrá que atender a lo que nos depare, para bien o para mal, la cita múltiple de mayo. Confiemos, en todo caso, en que la verdad –no la de Pedro Sánchez, la verdad a secas– al final prevalezca.