Dulzuras del español acosado
«El español es el idioma de España, pero más de Hispanoamérica, donde las literaturas propias llevan más de un siglo de muy notable excelencia»
Sabemos que el español es a día de hoy, y crece, una de las cuatro lenguas más importantes del mundo. En número de hablantes la primera es el chino, y en expansión geográfica el inglés. El español es la cuarta en número global de hablantes y el segundo idioma más extendido. Para 493 millones de personas es su lengua materna, y es lengua sabida y usada por 591 millones. Al menos 62 (de uno u otro modo, materno o aprendido) lo hablan en EEUU.
¿Debe decirse español o castellano? Sin duda ahora español, siendo castellano un estadio histórico de la lengua. De modo similar nadie dice ya toscano, sino italiano. En las constituciones de muchas repúblicas de nuestra América, se dice aún, que la lengua oficial es el «castellano», ese leve arcaísmo nacionalista, es un fruto oblicuo de la independencia. Países recién independizados de España no quisieron decir que hablaban español y eligieron «castellano», aunque fuera lo mismo. Todo ello está perfectamente explicado en el libro de Amado Alonso Castellano, español, idioma nacional, cuya primera edición sale en Buenos Aires en 1938. Este arcaísmo independentista carece hoy de sentido, en todo lugar pone «se habla español» y hasta chicos (colombianos, por ejemplo) que estudian castellano, dicen que hablan español. A ello ayuda el inglés -que tanto acosa, de otra parte- pues se dice «spanish» y nunca «castilian». Que en la propia España se insista en «castellano» fue un error de la Transición. Catalán, gallego o vasco debían ser lenguas españolas, así es que la primera debía ser castellano, como para no ofender. Todas las lenguas de las comunidades autónomas, perfectamente cuidadas, son lenguas habladas en España, pero no español. Y no hay ahí agravio para nadie. El problema actual (feo) del español en Cataluña, no es un problema lingüístico –el bilingüismo es una realidad admirable- sino un serio problema político, nacido del odio (odio exactamente) que el más tosco catalanismo profesa a España y de ahí -más necio aún- al español. Cretinez política que no de lenguas.
A quienes nos gusta nuestra lengua, y pretendemos paladearla y cuidarla, nos contenta comprobar la gran diversidad del español en Hispanoamérica, y su unidad de base, al estudiarse con gramáticas consensuadas por las Academias del español en los 21 países. Decir celular por móvil o carro por coche -entre tantas otras- dan sabor de variedad y se aprenden fácil. Si España representa el pasado largo, la construcción del español (hasta el siglo XIX seguro) y hoy un punto muy importante, aunque pequeño del idioma -54 millones de hablantes frente a los 62 de EEUU- la base de la importancia real y viva de nuestro idioma está en América. Sólo en México hay ya más de 126 millones de hablantes.
En un librito culto, didáctico y reciente editado en México, Nuestra lengua. Ensayo sobre la historia del español, el joven profesor David Noria se atreve a hablar, hoy mismo, de «La edad mexicana del español». Si acaso levemente exagerado, razón no le falta. En algún lugar -pocos aún- donde se anuncia «Se habla español» se pone una bandera mexicana y no de España. Igual «English spoken» lleva, en los mismos sitios la bandera de EEU y no de Gran Bretaña. El español es el idioma de España, pero más de Hispanoamérica, donde las literaturas propias llevan más de un siglo de muy notable excelencia.
«La gran mayoría, poco culta, se expresa con muy escaso vocabulario. ¿Sabrían que «grandérrimo» es igual que grandísimo, o que el palito de la eñe, se dice virgulilla?»
Al español lo acosan hoy no las alicortas políticas del nacionalismo, sino la falta de estudio del idioma por sus propios hablantes. La lengua popular distorsionaba antes las palabras («señá» por señora) y son la radio y la televisión quienes han corregido la distorsión a cambio de una gran pobreza idiomática. La gran mayoría, poco culta, se expresa con muy escaso vocabulario. ¿Sabrían que «grandérrimo» es igual que grandísimo, o que el palito de la eñe, se dice virgulilla? No hace falta tanto, el problema de la pobreza cultural lingüística es aún más bajo. Además, acaso más superficial de lo que parece, está el empleo snob del inglés de modo innecesario, «bakery» por pastelería o «outfit» por atuendo, vestimenta, entre otras. Pero lo mismo ocurre con otras cultas lenguas de Europa.
Tenemos una lengua poderosa, sabia y muy variada. El lector lo sabe bien, y por eso puede leer a José Emilio Pacheco o a Francisco Brines (entre muchos) o bañarse en delicias pasadas como el gran Juan Valera, exquisito, o más reciente Gabriel Miró, al que se lee casi con el diccionario a mano. Las lenguas son bellas. Cultura y variedad las embellecen más todavía.