Hayek y Harari sobre la inteligencia artificial
«No vamos hacia esa sociedad apocalíptica de la que nos habla el historiador-profeta. Somos incapaces de de crear una inteligencia más compleja que nuestra mente»
Yuval Noah Harari no nos trae una noticia luctuosa sobre Dios, pero sí nos dice que el hombre ha muerto. Mucho aprecio por nuestra especie no tiene. Harari no llorará nuestra pérdida. Antes al contrario. En su celebrada historia de la humanidad, Harari nos cuenta que todo iba bien hasta que llegó el Neolítico. El descubrimiento de la agricultura es el origen de muchas instituciones humanas: el dominio del hombre sobre la naturaleza, y no sólo su acompañamiento, la propiedad privada, las sociedades crecientemente complejas e interconectadas. Es el origen de un cambio que, tras un largo y tortuoso camino, nos trae a la era contemporánea.
En este tiempo, y siguiendo el mandato bíblico, ¡y el de la Torá!, hemos crecido y nos hemos multiplicado. Hemos poblado hasta el último rincón de nuestra esfera. No hay terreno suficientemente inhóspito para nuestra capacidad de adaptación y de creación de riqueza. Eso no le hace feliz a nuestro hombre.
Esa carrera tecnológica que comenzó en el Neolítico ha alcanzado, dice, un punto de no retorno: la invención de la inteligencia artificial. En el siglo XX, dijo hace casi un año, los grandes líderes (Roosevelt, Hitler o Stalin, a este respecto son para él intercambiables) necesitaban a grandes masas de trabajadores para cumplir sus promesas. La política, no se lo podemos negar a Harari, es eso: yo pago mis promesas con el fruto de vuestro trabajo. Pero hoy la situación es distinta. Demos un par de pasos, que Harari no necesita más, para llegar a sus conclusiones.
El primero es que el hombre está desprovisto de todo misterio. Experto en el medievo, Harari dice que los sentimientos del hombre «no son una cualidad espiritual exclusivamente humana […] son mecanismos bioquímicos que todos los mamíferos y aves utilizan para tomar decisiones, calculando rápidamente probabilidades de supervivencia y reproducción».
«Harari cree que nuestra naturaleza es inmutablemente pobre»
¿Qué tipo de vida llevará este hombre para tener una visión tan pobre de su especie? Pero vamos ya con el segundo paso. Los últimos avances tecnológicos, especialmente la creación, control y uso de los datos y la biotecnología, lograrán que se puedan crear sistemas externos al hombre «que puedan controlar y comprender mis sentimientos mucho mejor que yo». De nuevo, ¿qué pensará Harari de sí mismo?
Así las cosas, vamos a un mundo posthumano. Dijo Harari en 2018: «Probablemente seamos una de las últimas generaciones de homo sapiens. Dentro de uno o dos siglos, la Tierra estará dominada por entidades que son más diferentes de nosotros de lo que nosotros somos diferentes de los neandertales o de los chimpancés. Porque en las próximas generaciones aprenderemos a diseñar cuerpos, cerebros y mentes».
Su diatriba contra la sociedad libre al menos no es la habitual. La izquierda (A conflict of visions, Thomas Sowell, 1987) ve al hombre como un ser moldeable, plástico, sobre el que se puede moldear la sociedad. Harari cree que nuestra naturaleza es inmutablemente pobre: una combinación material que es capaz de aprender ciertos comportamientos, como el de autoengañarse, aptos para lograr la supervivencia. Nuestra diferencia con las cucarachas es meramente estética.
De modo que la combinación de uso masivo de datos e inteligencia artificial supondrá una barrera que la mayoría de nosotros no vamos a poder superar. Una barrera de control. A partir de cierto nivel, la inteligencia artificial hará dos cosas.
Por un lado, determinará nuestras acciones. Pensará por nosotros y nos controlará. Llegado el caso, no habrá lugar para la democracia: «El liberalismo se derrumbará el día en que el sistema me conozca mejor que yo mismo». De este asunto ya me ocupé en el mejor periódico de España.
Por otro, nos hará redundantes, dice el intelectual de moda entre las élites. Hoy, ChatGPT puede realizar tareas sencillas, como escribir e-mails y artículos de ministros socialistas. Pero a medida que mejore su desempeño, nos quitará el trabajo como las bombillas hicieron con los fabricantes de velas. Esas masas no tendrán nada que aportar. Y como la sociedad se basa en el do ut des, están condenadas a sobrevivir de la beneficencia. Por eso propone una renta universal.
«En el mundo futuro de Harari las masas flotarán, sin nadar, en una abundancia a la que no han aportado nada más que el consumo»
En el mundo futuro que Harari nos anuncia, las élites dejarán que la inmensa masa que en el siglo XX hemos conocido como clase media se entretenga con series de Netflix creadas por IA, y que coma en McDonalds atendida por un robot. Y aún eso será mucho. Flotarán, sin nadar, en una abundancia a la que no han aportado nada más que el consumo. En esa sociedad que anuncia nuestro profeta será fácil hacer un fine tuning con el volumen de población.
No estarán solos. Por encima de todos ellos, con Harari entre ellos, habrá una raza de personas «indispensables e indescifrables, pero constituirán una pequeña y privilegiada élite de humanos mejorados. Estos superhumanos gozarán de habilidades inauditas y de una creatividad sin precedentes, lo que les permitirá seguir tomando muchas de las decisiones más importantes del mundo. Realizarán servicios cruciales para el sistema, mientras que éste no podrá entenderlos ni gestionarlos. Sin embargo, la mayoría de los humanos no serán mejorados y, en consecuencia, se convertirán en una casta inferior, dominada por los algoritmos informáticos y los nuevos superhumanos». A los miembros de esta élite les llama Homo deus; hombres que son dioses. Vuelve a colarse Nietzsche en la obra de Harari.
«El resultado es un refrito de viejas ideas revestido de posmodernidad»
Entiendo el enorme atractivo que puede tener este mejunje de ideas en las élites. Es una mezcla de apocalipsis tecnológico larvado desde el neolítico y República de Platón. Una distopía vista como una sociedad ideal. El resultado es un refrito de viejas ideas revestido de posmodernidad, capaz de producir titulares y, vive Dios, de vender muchos libros.
Pero no vamos esa sociedad apocalíptica de la que nos habla el historiador convertido a profeta. Hay al menos dos razones para ello. Una la aporta el economista y filósofo Friedrich A. Hayek. Su libro El orden sensorial ha tenido alguna influencia en el pensamiento, precisamente sobre la inteligencia artificial. En él, Hayek dice que lo que hay se puede dividir en una prelación de órdenes, de más sencillos a más complejos. En la base están los fenómenos físicos, sobre ellos, los químicos orgánicos y el orden natural. La propia mente del hombre (de eso trata el libro) constituye un orden, y la relación entre mentes, que sería una de las bases de la sociedad, es el orden más complejo que hay (con permiso de Dios, si es que verdaderamente existe).
Lo que nos atañe es que cree que un orden, como es el de la mente, no puede comprender un orden de mayor complejidad. Por eso la mente humana no puede comprender del todo la sociedad. Tampoco puede comprenderse a sí misma en su totalidad. Y, en definitiva, será incapaz de crear una inteligencia que sea más compleja que la de la propia mente. Podremos, dijo ya entonces (1952), crear inteligencias artificiales que nos superen en tareas específicas, pero no una que posea una capacidad tan amplia y versátil como la nuestra.
Jaron Lanier, filósofo de la tecnología, llega a una conclusión parecida: «Creo que tratar la IA como una nueva inteligencia alienígena reduce nuestras opciones y puede paralizarnos. Otra alternativa es verla como una nueva forma de colaboración social, hecha de nosotros. Es una gigantesca mezcla de expresión humana. Abre canales para abordar los problemas y nos hace más cuerdos y nos hace más competentes. Así que hago un argumento pragmático para no pensar en las nuevas tecnologías como inteligencias alienígenas, sino como colaboraciones sociales humanas».
Lo cual enlaza con el segundo argumento de Hayek que es relevante para esta cuestión. En el epílogo a su obra principal, Derecho, legislación y libertad, dice: «La mente y la cultura se desarrollaron simultáneamente, y no de forma sucesiva» (itálica en el texto original). Como indica un poco antes, «no fue la mente desarrollada la que dirigió a su vez la evolución cultural», sino que ambas, en un proceso complejo y nunca explicado del todo, evolucionaron conjuntamente. Lo mismo podemos esperar de la incorporación al acervo de intelección de las herramientas artificiales.
Sólo hay Homo deus en las ensoñaciones de Harari.