THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Las malas compañías

«Desde la llegada de Pedro Sánchez, la reorientación estratégica del partido socialista ha exigido la normalización de Bildu como socio informal de gobierno»

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Las malas compañías

Ilustración de Erich Gordon.

Para los españoles nacidos en la segunda mitad del siglo pasado, la experiencia del terrorismo etarra es difícil de olvidar; todos recordamos el siniestro imperio de las pistolas y las bombas. Aquella larga intimidad exigía el trato ocasional con amigos o conocidos que defendían las reivindicaciones políticas del mundo abertzale, actitud que a menudo obedecía al despiste juvenil más que a la solidaridad meditada. Recuerdo que una amiga se fue a pasar el verano a un campamento organizado por el Gobierno vasco, donde conoció a un alpinista que frecuentaba las herriko tabernas: cuando volvió nos explicaba que las cosas allí arriba no eran lo que parecían. ¡Eran otros tiempos! O eso creíamos.

Desde la llegada de Pedro Sánchez a la dirección del PSOE, la reorientación estratégica del partido socialista ha exigido la normalización de Bildu como socio informal de gobierno. Ahora el PSOE aspira a ser el partido mayoritario de una coalición de minorías integrada por partidos contrarios al régimen constitucional. De ahí que el discurso político construido para justificar ese estado de cosas enfatice la dimensión «progresista» de los independentismos catalán y vasco.

Por torpes que sean sus andares, viene a decirse, Frankenstein es una criatura virtuosa que apoya la causa de la justicia social; quienes temen que el socialismo pueda estar cambiando de naturaleza al contacto con sus nuevos socios —metáfora del hombre lobo— olvidan que la ultraderecha representa una amenaza más ominosa. Así va el cuento: no se trata de convencer a todos los votantes socialistas; basta con que las cuentas salgan al día siguiente de las elecciones.

«Hay que repetirlo para creerlo: los viejos pistoleros suman votos en lugar de restarlos»

Sucede que Bildu también juega. Y la inclusión de decenas de exterroristas en sus listas municipales no solo constituye una tajante afirmación de su recalcitrante identidad, sino que pone en un aprieto al PSOE de Pedro Sánchez a pocos días de que se abran las urnas municipales y regionales. La premisa de que Bildu es un partido progresista homologable a los demás se tambalea ante la evidencia de que su espeluznante cantera representa un activo electoral: quienes ayer mataron en nombre de una fantasía etnicista son hoy cabezas de cartel de una coalición que reafirma orgullosamente su vinculación con el crimen y hurga con saña en la herida de las víctimas. Hay que repetirlo para creerlo: los viejos pistoleros suman votos en lugar de restarlos.

Vaya por delante que Bildu ya era lo que es cuando el PSOE empezó a «integrarlo en la dirección del Estado», como reza la jerga oficialista. Sin embargo, las opiniones públicas son animalitos contradictorios: necesitan estímulos fuertes para reparar en lo que tienen delante y el escándalo causado por la noticia puede haber sacudido alguna conciencia. De manera que la operación de Otegi puede hacer daño a los socialistas si una parte de su electorado decide ahora que las malas compañías que de un tiempo a esta parte frecuenta el partido —como si éste fuera un adolescente descarriado— son más de lo que puede soportar.

Así que será interesante comprobar si el experimento a gran escala que está conduciendo el PSOE de Sánchez desde la moción de censura —consistente en otorgar el rango de interlocutores privilegiados a partidos extremistas que se dicen enemigos de nuestra democracia constitucional— encontrará en Bildu un obstáculo insuperable. Apelar a la fidelidad partidista puede no bastar cuando se trata de convertir en actores políticos ordinarios a quienes, 800 muertos después, exhiben orgullosamente su condición de criminales a sueldo del delirio nacionalista. Pero tampoco cabe descartarlo, ya que las emociones asociadas a la pertenencia ideológica tienen una fuerza insospechada. Así que ya veremos; quizá la sangre no ha terminado de helársenos todavía.

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