¿A quién elegimos cuando votamos?
«Al votar debemos tener en cuenta no sólo a quiénes elegimos directamente sino a quién elegimos indirectamente, es decir, a quiénes queremos que nos gobiernen»
El sistema de partidos ha cambiado en los últimos años: de un bipartidismo imperfecto (después explicamos el término) hemos pasado a un sistema de bloques, cada uno de ellos formado por varios partidos. Todo ello tiene notables repercusiones en la vida política y en la manera como decidimos nuestro voto.
Las elecciones, además de legitimar democráticamente a los órganos políticos, tienen dos principales funciones: primera, escoger directamente a los miembros de las cámaras -sean locales, autonómicas o estatales- con el objetivo de que estas sean lo más representativas posibles, es decir, reflejen las distintas opciones políticas de los votantes; y, segunda, elegir indirectamente al órgano ejecutivo de gobierno.
Un buen sistema electoral es aquel que hace compatibles ambas funciones: representa a los ciudadanos por un lado y da estabilidad a los gobiernos por otro. La democracia no consiste sólo en ejercer la primera función – representar – sino también la segunda, elegir gobierno. El próximo domingo todos los españoles elegirán a sus representantes en los ayuntamientos y en la mayoría de los parlamentos autonómicos, pero no elegirán ni alcaldes ni gobiernos territoriales: eso vendrá después, tras los pactos de gobierno que acuerden los partidos.
Decíamos que hasta hace bien poco, hasta 2015, nuestro sistema podía definirse como de bipartidismo imperfecto, es decir, dos grandes partidos -el PSOE y el PP– acumulaban la mayor parte de votos y, por tanto, en general se repartían los gobiernos en los distintos niveles. El adjetivo «imperfecto» lo usábamos para señalar que ello tenía sus excepciones: por un lado, a la izquierda del PSOE se situaba un partido -IU- que en ocasiones podía completar gobiernos; y por otro, en Cataluña, País Vasco y, en parte, Galicia y Canarias, existían partidos nacionalistas o de carácter local que también ejercían funciones parecidas.
«Hasta 2015 el sistema de partidos era bipartidista pero con excepciones y matices»
Ello era así en las elecciones generales, donde los partidos nacionalistas catalanes y vascos muchas veces eran determinantes en la formación del gobierno del Estado, y en las autonómicas y, sobre todo, locales, donde el número de estos partidos iba en aumento, con lo cual los dos grandes partidos debían intentar pactar con otros que sólo participaban en ámbitos territoriales reducidos. En definitiva, el sistema de partidos era bipartidista pero con excepciones y matices.
En las elecciones de 2015 aparecieron (un año antes ya habían obtenido escaños en las europeas) dos nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, que apuntaban a cambiar el panorama. Además, Podemos se presentaba como una confederación de partidos diversos de ámbito autonómico, las llamadas confluencias, además del partido central liderado por Iglesias, con lo cual el votante podía fácilmente confundirse sobre a quién votaba. A todo ello se añadió unos años más tarde, en 2019, el partido Vox, situado para entendernos a la derecha del PP.
Todos estos cambios son muy conocidos pero hay que añadir otro de mayor importancia que empezó a vislumbrase con la subida de Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE en 2017 y se puso en práctica con la moción de censura de junio de 2018: allí empezó, tras el sistema de bipartidismo imperfecto, un sistema de bipolarización. ¿En qué consiste y cuáles son las consecuencias?
En cierta manera, la bipolarización tiene algún parecido con el bipartidismo: dos grupos políticos se reparten el poder. Sin embargo, hay una diferencia sustancial que afecta especialmente a la intención de voto del ciudadano, especialmente el que se suele alinear con la izquierda.
En efecto, la bipolarización (también algo imperfecta, es decir, con excepciones y matices) supone que el espectro de partidos (no ya dos, sino muchos más) se divide en dos bloques, ambos compuestos por varios partidos, entre sí ideológicamente bastante alejados, que en cualquier caso sólo pueden pactar con otros del mismo bloque, no con los del bloque contrario. Podríamos decir que son prisioneros del bloque al que pertenecen y, por tanto, para alcanzar mayorías en las cámaras de los distintos niveles, tienen que someterse a otros partidos de ideas distintas.
«¿A quién vota un antiguo elector que quiere un PSOE socialdemócrata y no aliado de populistas y nacionalistas?»
Este ha sido el error del PSOE en estos años de gobiernos de Sánchez que ha supuesto el alejamiento de muchos de sus votantes habituales, e incluso militantes, porque no se sentían representados. Naturalmente, hay que recordar que Pedro Sánchez fue elegido en primarias y ha continuado hasta hoy sin una oposición interna manifiestamente visible aunque sí solapada. Pero muchos no se reconocen en este PSOE -incluso sus principales figuras históricas- que vota a favor de la ley trans, de los cambios en la Ley de Memoria Democrática, de la supresión del delito de sedición (lo cual supone una amnistía de facto a los golpistas de 2017 en Cataluña) o de una reforma penal que vulnera el derecho fundamental a presunción de inocencia con la llamada ley del sólo sí es sí. Todo ello entre otras cuestiones no menores ni mucho menos como son las vulneraciones de la funciones legislativas del Congreso y de otras instituciones.
¿A quién vota un antiguo elector que quiere un PSOE socialdemócrata y no aliado de populistas y nacionalistas? Está votando a la papeleta del partido que ha escogido pero sabe que su voto será utilizado para llevar a cabo políticas de otros partidos de su mismo bloque que en muchos casos son contrarias a sus propias ideas pero cuyo apoyo es necesario para continuar gobernando. Por tanto, está votando, de hecho, a otras formaciones políticas muy distintas a las suya porque su partido está ligado a los compromisos contraídos con los demás de su bloque y no puede pactar con otros partidos como sucedía en el sistema bipartidista anterior. Lo mismo le puede pasar al PP si necesita el apoyo de Vox para gobernar.
Las elecciones del domingo son un ensayo de las próximas elecciones generales de diciembre, si no se disuelven antes las Cortes Generales. Por tanto, habrá que prestar atención a unos resultados que quizás serán difícilmente interpretables pero en todo caso influirán en los resultados de las generales dentro de unos meses. Será entonces cuando se podrá acabar con la política de bloques y saber cada ciudadano qué vota y a quién vota cuando deposite su papeleta en la urna, si se pasa de la polarización actual a un bipartidismo (imperfecto) que antes criticábamos y hoy encontramos a faltar.
El PSOE se equivocó en 2017 designando a Sánchez, éste en 2018 escogiendo malos compañeros de moción de censura, Ciudadanos no pactando con Sánchez en la primavera de 2019 y Sánchez de nuevo formando Gobierno de coalición con Podemos, apoyado parlamentariamente por ERC y Bildu entre otros. Sería conveniente que el resultado del domingo fuera el inicio de una ruta política distinta y ayudara a abandonar la actual. Al votar debemos tener en cuenta no sólo a quiénes elegimos directamente sino a quién elegimos indirectamente, es decir, a quiénes queremos que nos gobiernen.