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Las generalizaciones y el racismo

«El miedo puede vencer a la curiosidad, más aún si se atizan las suspicacias con demagogia populista y campañas que apelan al temor del ciudadano»

Opinión

El futbolista brasileño del Real Madrid, Vinicius Jr. | Europa Press

  • Doctor en antropología y ensayista. Autor, entre otros libros, de El puño invisible y Delirio americano.

¿Cuándo se puede afirmar que un país es racista? La pregunta ha vuelto a surgir en los medios y en las tribunas de opinión a raíz del caso Vinicius y los ofensivos gritos y gestos, claramente racistas, que recibió en el estadio de Mestalla hace una semana, pero que en realidad viene padeciendo desde hace mucho. ¿Encontramos en esos gritos inaceptables la prueba faltante para cerrar el caso y emitir un veredicto? ¿Es España racista? Lo primero, creo yo, para responder estas preguntas, para intentarlo al menos, es deshacernos de esas generalizaciones que toman la parte por el todo y adjudican a entes colectivos, como los países, las religiones o las razas, atributos o defectos que se manifiestan en personas concretas. Si después de unas fiestas populares, con la resaca viva de los sanfermines o la camiseta embarrada con la tomatina, resulta un tanto banal determinar que España es un país fraterno y alegre, también resulta apresurado hacer una afirmación rotunda y contraria, que es un país xenófobo, después de una jornada bochornosa como la que vimos en Mestalla. 

«Cualquier extranjero asentado en alguna ciudad española, como yo mismo, sabe que la diferencia, así sea mínima, produce fascinación y rechazo»

Como en todos los países, en España lo peor y lo mejor riñen por legitimar o deslegitimar conductas y actitudes. Los impulsos xenófobos están ahí, por supuesto, pero también las propensiones hospitalarias. Cualquier extranjero asentado en alguna ciudad española, como yo mismo (aunque a estas alturas, con pasaporte español, hijo español, abuelos españoles y, prueba indudable de pertenencia, noches de insomnio imputables a la política española, mi condición de extranjero no es más que un dato anecdótico), sabe que la diferencia, así sea mínima, produce fascinación y rechazo. Y quien lleve suficiente tiempo como para asimilar los dramas nacionales, sabrá que el mayor problema de xenofobia no se manifiesta tanto en contra de quienes llegan de otros países, como entre los mismos españoles. 

El fanatismo nacionalista ha dejado perlas xenófobas en boca de Pujol y de Junqueras, y el delirio etnicista y antiespañolista fraguó los asesinatos de ETA. La xenofobia del que se asume débil y oprimido se vende como una lucha liberacionista o emancipatoria, pero no es más que un anhelo de pureza, miedo a la contaminación, deseo de unanimidad y una vuelta de tuerca a lo mismo: odio a quien no hace parte de la tribu, al diferente. Esa es la mentalidad que desencadena el racismo y por eso mismo la que debe rastrearse y combatirse; la mentalidad sectaria que sólo acepta un reflejo idéntico de sí mismo en el conjunto de la sociedad, o que no tolera que alguien diferente prospere o cobre relevancia.  

En España, así se hayan dado olas migratorias importantes, como fenómeno sociológico la presencia del extranjero sigue siendo nueva y reciente. Por eso mismo, la tentación de rechazar y cerrar puertas y oportunidades es latente. El miedo puede vencer a la curiosidad, más aún si se atizan las suspicacias con demagogia populista y campañas que apelan al temor del ciudadano. Para prevenirlo, lo mejor tal vez sea hablar sobre el tema sin dramatismos. Sin ofenderse ante las preguntas o críticas que pueda hacer un migrante, ni apelando a una experiencia desagradable, ese microrracismo padecido, para emitir un juicio bíblico y lapidario en contra de la sociedad española. 

Pongo un caso personal. Cuando trabajaba de socorrista para financiar mis estudios, un conserje de algún edificio me dijo una vez: «Tu país –Colombia– es muy bonito. Solo tiene un problema: está lleno de colombianos». Por supuesto que fue incómodo y desagradable, pero deducir de ese comentario estúpido e irrelevante que el alma española estaba podrida de prejuicios anticolombianos o antilatinoamericanos era una insensatez. Una inferencia semejante habría supuesto replicar aquello que me molestaba. Significaba hacer una generalización gratuita y prejuiciada que englobaba a toda una categoría humana bajo un solo rasgo negativo. 

Esa es otra característica de la personalidad sectaria y racista: no ve individuos, ve identidades colectivas que sin falta ejercerán ese vicio que se les presume. Por eso desconfío de esas reacciones taxativas que se oyen en estos días y que gritan, casi con voluptuosidad, que los españoles son unos racistas. Me suena muy parecida a esa misma voz que dice que los negros son así y asá, o que los sudacas o que los moros o que los gays… 

3 comentarios
  1. Israel-Israeli

    El racismo es «un pecado» exclusivo de los blancos occidentales los cuales deben inmolarse voluntariamente al resto de no blancos para que estos pueda desarrollarse vía subvencion de estos. Por ello existen unos «buenos blancos » que se encargan de crucificar aquellos no creyentes de esta Fe la cual excluye la palabra K A R M A y responsabilidad propia en nombre de la superioridad moral, la cual es exclusiva de los blancos «generoso» bueno tampoco se les puede llamar blancos que se ofenden jajaja

  2. JaimeRuiz

    Según el diccionario, el racista se cree superior y odia al diferente, y eso, que es absolutamente mayoritario en todos los países, sólo se tiene en cuenta cuando su expresión es ruidosa. Por cada persona hostil o grosera contra los negros hay unas mil que los aman y sufren cuando los ultrajan, como si ya no tuvieran suficiente con ser de ese color. Ya que hay elecciones baste ver los porcentajes de votación por formaciones racistas, llenas de odio a los diferentes, en Cataluña y el País Vasco. Pero el caso de los imbéciles que acosan a Vinicius de todos modos es minoritario. (Por cierto, muy exacto el diagnóstico del conserje, sé de qué hablo.)

  3. 23xtc

    en que profesión han dicho que Vinicius provocaba, y en que profesión han escondido la mano, en que profesión han creado alarma social, en que profesión se han con jurado para que no se les señale por tirar la piedra y esconder la mano.

    Que tanta impunidad en la profesión del periodismo sea causada por el compadreo es una cosa. El autor de este escrito no recuerda que ha pasado en el Camp Nou con una pareja de polacos, y a pesar que paso hace nada prefieren mirar para otro lado, todos, todas, todes

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