Sánchez ya puede hacer las maletas

Si algo ha quedado claro este 28 de mayo es que Pedro Sánchez tiene sus días contados en Moncloa. Dicho de otro modo: ya puede empezar a hacer las maletas, porque con los resultados de este domingo es prácticamente imposible que pueda salir reelegido tras las elecciones generales. Y no porque el Partido Popular haya obtenido un sonado triunfo en las municipales y autonómicas, que también, sino porque el PSOE se ha desfondado y, lo que es aún más importante, sus socios parlamentarios han quedado reducidos a añicos con la única excepción de Bildu, que sigue fuerte en el País Vasco y Navarra. Por tanto, el Frankenstein se desvanece.

Además, la historia de la democracia española no deja lugar a dudas: quien gana unas municipales luego acaba imponiéndose en las generales. Por ello, por mucho que Sánchez se intentase vestir ahora de patriota, echase a Podemos del Gobierno o recibiese más oxígeno aún de Ursula Von der Leyen, va a ser muy complicado que los españoles cambien de opinión tan rápido, porque la lógica invita a pensar exactamente lo contrario: que el PP, ante la expectativa de que Alberto Núñez Feijóo acabe ganando las elecciones, irá sumando más y más apoyos al beneficiarse del voto útil de aquellos españoles cuya principal prioridad no será otra que desalojar a Sánchez de La Moncloa.

El resultado del PSOE es una debacle sin paliativos. Es verdad que conserva por un puñado de votos Castilla-La Mancha y Asturias, y que podría gobernar en Navarra y Barcelona si logra los pactos necesarios, pero ni siquiera eso puede maquillar el fracaso de haber perdido la Comunidad Valenciana, Extremadura, Aragón, Baleares y La Rioja a pesar de tener en sus manos toda la maquinaria del Gobierno central. Y no digamos ya la estrepitosa caída en ciudades como Sevilla, Valencia o Toledo.

A estas alturas de mandato, cualquier otro presidente de nuestra democracia lograba victorias apabullantes, pero Sánchez da síntomas claros de achicharramiento

El 28-M ha demostrado que el proyecto de Pedro Sánchez está completamente superado. Han bastado cinco años para que los españoles digan basta. A estas alturas de mandato, cualquier otro presidente de nuestra democracia lograba victorias apabullantes, pero Sánchez da síntomas claros de achicharramiento. Lo poco que mantiene en pie el PSOE es, salvo en el caso de Cataluña, porque barones como Page están sosteniendo los palos del sombrajo. Tiene pinta de que, cuando ellos no estén ahí, la sangre correrá todavía con más fuerza.

Pero el PP no debería echar las campanas al vuelo. Su triunfo es claro, pero se basa principalmente en un único factor: la desaparición de Ciudadanos y Podemos del escenario político español. Los votos del primero han ido a engordar al PP, mientras que el resultado magro de los segundos ha permitido inclinar la balanza hacia la derecha en múltiples asambleas y ayuntamientos. Es verdad que los resultados son espectaculares en territorios como Madrid o Andalucía, pero también lo es que Vox crece en toda España y que eso obligará al PP a entenderse con ellos en las próximas semanas si quiere de verdad ganar poder territorial.

Dicen algunos analistas que si el PP se echa en manos de Vox de forma generalizada eso le pasará factura en las generales, quizás en forma de movilización masiva del electorado de izquierda. Sin embargo, los datos de este domingo desmienten esa suposición. Vox gobierna en Castilla y León desde hace un año y, pese a ello, el PP avanza en esa región y podrá recuperar alcaldías tan simbólicas como la de Valladolid. A estas alturas de la película, parece que los españoles tienen más miedo a Frankenstein que a Vox. O en otras palabras: prefieren a un Feijóo en manos de Abascal que a un Sánchez pactando con Montero, Junqueras y Otegi.