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José Luis González Quirós

A media Vox

«Siempre he pensado que pedir el voto útil tiene algo de indigno, pero parece evidente que ignorar su existencia en momentos críticos es propio de orates»

Opinión
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A media Vox

Santiago Abascal, líder de Vox | EuropaPress

No cabe duda de que a finales de julio nos enfrentaremos a unas elecciones generales bastante distintas a cualquiera de las anteriores, entre otras cosas porque está por ver no sólo quién va a gobernar, sino cuál acabará por ser la estructura de lo que ya se llama el bibloquismo, la polarización radical del panorama político sin claro predominio de las dos fuerzas más cercanas al centro, en especial al haber desaparecido el único partido que les servía de frontera común. Un dato esencial será saber cuál de los partidos laterales a los dos grandes, para no llamarlos extremos, que es voz que parece casi insultante sobre todo dicho de la derecha, se alza con la relativa ventaja que le toca a la tercera fuerza.   

En la mayoría de las elecciones anteriores a la crisis del PP de Rajoy, ese papel de tercera fuerza era desempeñado tradicionalmente por la izquierda comunista refugiada tras la bandera de IU, pero tras la floración de Podemos y luego la de Vox, ese privilegio tan discutible como mermado, pues hace que con más votos se obtengan menos diputados que las fuerzas nacionalistas muy concentradas en las regiones periféricas, está en discusión, ya que podría ir a parar a Vox o a Sumar, o repartirse de manera irregular entre ambos.

A primera vista, podría parecer que Sumar pasa por un mal trago, pese a haberse merendado a Podemos, mientras que Vox se encuentra en una posición acomodada. Sin embargo, cabe pensar que la situación real del voto de Vox sea bastante distinta porque es cierto que ha crecido en votos municipales sobre las últimas del mismo género, al haberse presentado en muchas más circunscripciones, pero este es un crecimiento vegetativo, no político, aunque revele un mayor nivel de organización territorial. El cómputo de los votos municipales de Vox sugiere que muchos electores que le dieron el voto en las generales de 2019 no lo han hecho ahora. 

«El votante de Vox es un voto muy decidido y fiel que no deja de acudir, se trate de lo que se trate, salvo por estar ya decepcionado»

Vox ha quedado siempre por debajo del 15,09 que obtuvo en el 2019 en las elecciones parlamentarias, lo que parece un indicio de haber tocado techo, de estar a la baja, porque se puede suponer que el votante de Vox es un voto muy decidido y fiel que no deja de acudir, se trate de lo que se trate, salvo por estar ya decepcionado con la conducta del partido o por pensar que su voto ya no supone ningún valor político apreciable, es decir lo mismo que pasa con el voto a cualquier otro partido como el PP, sin ir más lejos.

Vox se ha presentado a las municipales en un 82% del censo, según sus propios datos, de forma que para no perder electores debiera haber tenido, al menos, el 82% del voto de 2019 que fue de 3.640.063, un 15,9% del voto emitido. En las elecciones del pasado día 28, obtuvo 1.608.401 votos lo que significa que un 55,33% de los votantes que apostaron por Vox en las generales de 2019 han dejado de votarlos en estas municipales, es decir que Vox ha perdido algo más de uno de cada dos votos obtenidos en 2019.

Es verdad que al estar Vox más implantado desde el punto de vista territorial podría ganar en el futuro votos de gente diversa descontenta con unos u otros aspectos de la conducta de los demás, pero siempre con un cierto coeficiente de cabreo. Desde un punto de vista político, el voto a Vox es un voto de derecha muy enfadada con el PP y/o muy cabreada con los separatismos, pero ese factor parece haberse atenuado ya mucho en estas recientes elecciones que, de hecho, se han fijado mucho sobre este particular.

La dificultad que tiene que afrontar un partido lateral, como Vox o como Sumar, estriba en que no es fácil evitar la contradicción existente entre su necesidad de criticar a su referente más centrado (al PP o al PSOE) y tener que aspirar, a la vez, a una coalición con ellos, posibilidad que, para decirlo todo, ha quedado muy en entredicho a la vista del desastre que ha supuesto la experiencia de los gobiernos a dúo de Pedro Sánchez. 

«Es llamativo que quiera pactar con la derechita cobarde, con la nada,  al tiempo que proclama que el PP es idéntico al PSOE»

En el caso particular de Vox es llamativo que quiera pactar con la derechita cobarde, con la nada,  al tiempo que proclama que el PP es idéntico al PSOE, que haga gala de antieuropeísmo cuando el PP apuesta por la fe del carbonero frente a la UE, que persista en su batalla contra las autonomías que, por cierto, han representado el último resquicio de poliarquía en la España del sanchismo, mientras que el PP ha llevado a su presidencia a un autonomista casi enternecedor, o que quiera dar lecciones de democracia  y de liberalismo desde un partido populista y con una irrefrenable vocación por el tremendismo.  Visto lo cual, no deja de asombrar que el PP no acierte a distinguir su actitud ante Vox de la que ha de tener frente a los electores, que apueste por esperar sentado a que el buen sentido de los votantes de Vox acabe por llevarlos al redil genovés. 

Los partidos laterales se encuentran siempre en una situación incómoda porque su vocación los lleva a socavar los cimientos de los partidos centrales que consideran traidores a sus principios, mientras que sus electores, cuando comprueban que es imposible el sorpasso que, por ejemplo, acarició Podemos en 2015, tienden a votar al partido que tiene más probabilidades de desalojar a su verdadera bestia negra, al PP o al PSOE, según los casos. Habrá que verlo, pero parece que se está iniciando el camino para que la izquierda lateral vuelva al 10% en el que siempre anduvo el PCE y para que Vox desaparezca o se quede en algo similar a lo que fueron los votos de la AP de los siete magníficos de 1977. Siempre he pensado que pedir el voto útil tiene algo de indigno, pero parece evidente que ignorar su existencia en momentos críticos es propio de orates. 

En esta dinámica se encierra, por cierto, el riesgo más obvio que amenaza al PP en las próximas generales, que el voto nacionalista, el ejército de reserva del PSOE, como lo llama Miguel Ángel Quintanilla, la numerosa legión anti PP, se olvide de votar a sus entrañables peluches, a gente como Otegui o el amoroso Junqueras, para evitar el sofocón que acabarán por llevarse si el PP consigue llegar al Gobierno. Claro es que, como acabamos de ver en la reciente crisis de la izquierda lateral, en esos campos fertilizados de forma tan insistente por la dialéctica, siempre quedará la duda de si no será mejor para ellos aquello de que «contra Franco vivíamos mejor» y que un PP en la Moncloa podría hacer, al parecer de estas mentes un tanto calenturientas, que el porvenir de Euzkadi y Catalunya en la ONU estuviese, por fin, al alcance de la mano. Fernando Savater escribió que «la política no es más que el conjunto de las razones para obedecer y de las razones para sublevarse», un juicio que, siendo muy atinado, lo parece más en fecha tan cercana y en la que van a contar muy poco los discursos que pretendan confundir a los sensatos y pacientes electores con hordas maléficas

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