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José García Domínguez

El divorcio moral entre las dos derechas

«Los fascismos históricos, todos ellos, sin excepción, fueron, y por encima de cualquier otra consideración, antiliberales, ferozmente antiliberales»

Opinión
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El divorcio moral entre las dos derechas

Santiago Abascal, líder de Vox (izquierda) y Alberto Núñez Feijóo, líder del PP (derecha) | EuropaPress

Tras la inopinada irrupción en escena de un torero, añejo arquetipo popular de la masculinidad más testicular y castiza, la deposición pública de otro dirigente valenciano de Vox, el que insiste en predicar a los cuatro vientos la inexistencia de la violencia machista, ha obligado a Feijóo, qué remedio, a marcar distancias éticas y estéticas frente a esos compañeros de viaje con los que la ley D’Hont le va a obligar a compartir cama durante los próximos años. La evidente contrariedad del líder del PP ante el imperativo aritmético que le fuerza a acercarse a ese mundo, el del integrismo fundamentalista en materia de costumbres y moral civil, refleja algo que no deja de ser más que la versión española del divorcio entre las dos derechas políticas que conviven ahora mismo en todos los rincones de Occidente; que conviven y que compiten. 

A propósito de esa nueva derecha, la que aquí se articula en torno a Vox, la izquierda se ha apresurado a construir su propio hombre de paja, cómoda caricatura que le permite llevar las manillas del reloj de la historia de vuelta a los años 30 para sacar a colación el resurgir de los fascismos de entreguerras. Unos se inventan un peligro fascista que desapareció en 1945, mientras que los otros hacen lo propio con el comunismo, movimiento político que se extinguió en 1989. Y es que, acaso con la única excepción de la extrema derecha francesa de Le Pen ( y con muchos matices), esos nuevos partidos y líderes que han surgido como hongos para disputar su electorado tradicional a los liberal-conservadores clásicos no reivindican en absoluto el modelo socio-económico que definió las señas de identidad de los fascismos genuinos; de hecho, su proyecto no tiene nada que ver con todo aquello. 

Por ejemplo, la ideología económica de Meloni, como la de los especialistas que rodean a Abascal, resulta tan liberal – muchas veces incluso libertaria- como pueda serlo la oficial del Partido Popular de Feijóo. Sus programas incluyen, sí, alguna nota diferencial a cuenta de la inmigración o del actual diseño institucional de la Unión Europea, pero, en lo fundamental, asumen el paradigma liberal, ese que prioriza la máxima desregulación de los mercados, la defensa de los bajos impuestos y un protagonismo cada vez más subsidiario y residual del Estado en la actividad económica. Los fascismos históricos, todos ellos, sin excepción, fueron, y por encima de cualquier otra consideración, movimientos antiliberales, ferozmente antiliberales. Esa nueva derecha, en cambio, es en esencia liberal.

«Lo único que las distancia son dos perspectivas morales contrapuestas»

Liberal, sí, pero únicamente en lo económico. Meloni, sin ir más lejos, admira con entregada devoción a los economistas libertarios de la Escuela Austriaca, pero también se confiesa discípula de ensayistas ultraconservadores como Roger Scruton; aunque menos sofisticados en lo intelectual, los españoles de Vox transitan por idénticos terrenos. En el caso de las dos derechas occidentales, pues, estamos ante corrientes políticas enfrentadas, pero que no cuestionan la preeminencia de la institución liberal por excelencia, el mercado, como principio ordenador de la vida colectiva. En realidad, lo único que las distancia son dos perspectivas morales contrapuestas. 

Así, una de esas dos grandes corrientes liberales, la que en Europa agrupa a los socialdemócratas y cada vez más a las formaciones de la derecha convencional del estilo del PP, celebra los valores ligados a la libre autodeterminación personal en la totalidad de los ámbitos de la existencia (diversidad, modelos de familia alternativos, orgullo gay, cosmopolitismo, multiculturalidad, globalización, feminismo…). Mientras que la otra, a su vez, se significa por reivindicar los atributos de la familia tradicional, la articulada en torno a la pareja heterosexual y el rol protector del varón asociado a la herencia del patriarcado, como defensas culturales para proteger a la descendencia frente a los muchos peligros de ese individualismo radical que fomenta el libre mercado. En cualquier lado de Occidente, decía, ocurre el mismo enfrentamiento. Desaparecida en combate la pobre Irene Montero, la guerra cultural que viene será entre las dos derechas. Liberales contra liberales.

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