MyTO

De 'La clave' a los teleñecos y YouTube

«No hay camino más directo a la abstención que ver a los candidatos participando en una suerte de concurso televisivo en el que yuxtaponen sus monólogos»

Opinión

Ilustración de Erich Gordon

  • Nacido en Jerez de la Frontera pero afincado en Madrid desde finales de los ‘80, Alejandro Molina es abogado, ha sido colaborador en distintas etapas de los diarios El Catalán, Crónica Global-El Español y El País.

Todo empezó en un programa de Telecinco que se llamó La noria. Bajo el vendaval de los efectos de la crisis financiera de 2008, todo un ministro del Gobierno de Rodríguez Zapatero, José (Pepiño) Blanco, vicesecretario general además del PSOE, acudió a dicho espacio para, en lo que entonces era prime time (un sábado a partir de las 21.45 h), dar cuenta de los recortes y medidas del Gobierno para reducir el gasto público. La propia prensa gubernamental calificó el hecho de «insólito»; de «evento sin precedentes» lo calificaron otros. «Los políticos deben ir donde está a la gente», explicó después el ministro para acallar las críticas por acudir a tan popular espacio televisivo.

Algo ha ocurrido desde entonces para que haciendo memoria de aquel programa, que ya era algo a medio camino entre una estridente tertulia de indocumentados y el reporterismo amarillo más cochambroso, lo que nos sorprenda en perspectiva sean las críticas a la aparición televisiva del ministro. Sobre todo cuando hoy nadie coloca fuera de la normalidad que el presidente del Gobierno y el candidato a sustituirle salgan vestidos con pantalones vaqueros a debatir con unos muñecos con forma de hormiga en busca de las reacciones infantiles de un público a las órdenes del regidor de un plató.

Quizá es que hoy ya todas las tertulias de la televisión -mejor no pensar en los debates de/con youtubers y las redes sociales- están pobladas de autocomplacientes impostores en las que la ausencia de cualquier criterio capaz de aquilatar sus opiniones no es obstáculo ni impedimento para el disfrute de un público embrutecido, adicto a la polémica gritona, la que sea; porque lo atractivo y esperado es sólo que se enconen las posturas y, sobre todo, que en las formas se exhiba un notorio desprecio al oponente, aunque el vuelo intelectual de lo debatido sea más bien gallináceo.

El melancólico ejercicio de recordar que en el programa La clave de José Luis Balbín se hicieron debates electorales sirve sólo para salvar al medio; la televisión, que, como la energía nuclear, no es buena ni mala, sino que depende de cómo se use. No hay camino más directo a la abstención que ver a los candidatos de pie ante esos atriles, participando en una suerte de concurso televisivo en el que yuxtaponen sus respectivos monólogos mientras observan de reojo el cronómetro superpuesto en la pantalla para saber cuándo han de exhibir el gráfico fullero preparado por el imagólogo del partido.

«Cualquier gesto facial desacertado puede echar por tierra infinidad de horas de desvelo por el futuro de los españoles»

Seis mamarrachos televisivos como ése quería Pedro Sánchez escenificar con el candidato Feijóo, quien, sin cuestionar por supuesto el formato, no se ha prestado al lance pura y simplemente para no poner en suerte sus expectativas en las encuestas. Pues, como les tienen enseñado los asesores de imagen que diseñan las campañas, cualquier expresión equívoca, cualquier gesto facial desacertado puede echar por tierra infinidad de horas de desvelo por el futuro de los españoles.

Tiene también bemoles que el presidente del Gobierno saliente, después de haber cerrado ilegalmente el Congreso y Senado limitando el derecho de participación política y los debates parlamentarios, quiera ahora, cuando le quedan semanas de mandato, nada menos que seis debates en la televisión, donde, por el formato descrito, sabemos que no habrá ningún argumentario que sirva para aclarar fundadamente la posición política de los participantes ni de los espectadores. Pero quién quiere argumentarios, si allá va Sánchez a emputecerse en el ágrafo lodazal de los youtubers; «el voto joven», lo llama él.

El poder de las imágenes –poco importa si coinciden con la realidad que transmiten– es incontenible, lo importante es que lo que transmitan sea de fácil percepción. La imagología ha conquistado en las últimas décadas una victoria histórica sobre la ideología (Kundera, 1989). La televisión, sus formatos y las redes sociales, por obra y gracia de los coaches de imagen y los community managers, son a la formación de una opinión pública crítica e informada lo que el accidente Chernóbil a la salud dermatológica. Y con esos mimbres hay que votar.

1 comentario
  1. Klaus

    Sobre los YouTubers: actualmente algunos de los debates más serios, civilizados y profundos, así como algunos de los análisis mejor documentados sobre los más diversos temas se encuentran en esta plataforma. Eso sí, hay que saber buscar y separar el grano de la paja, igual que en la TV de antaño, donde programas como La Clave convivían con no pocos esperpentos. El problema es que la TV actual no ofrece esta alternativa (cosa paradójica, al haber aumentado tanto la oferta bruta de canales y programas). El nivel de sus contenidos oscila entre mediocre-malo y patético-nauseabundo (con mención especial para TVE, «la televisión de pago obligatorio», de la cual ni siquiera nos podemos dar de baja).

    Es cierto que la TVE, como la energía nuclear, en abstracto no es ni buena ni mala, depende de cómo se use. Pero aquí y ahora sólo se usa para producir radiación contaminante.

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