El Estado, el mayor pirata de la propiedad intelectual
«Hay que acotar el libertinaje de los que piensan que tienen derecho a la cultura y a la información de manera gratuita»
Mucha cultura por aquí, cultura por allá, y luego resulta que el sector público es el pirata Barbarroja que más daño hace a los autores y editores. Cedro, el Centro Español de Derechos Reprográficos, ha presentado el informe sobre la situación actual que vive nuestro país respecto al pago de derechos de autor. Dicho informe, el Observatorio de la Sostenibilidad de la Cultura Escrita, aporta datos inquietantes, como que las Administraciones Públicas son los mayores piratas que tienen los autores y editores, que no pagan lo que les corresponde por el uso de los contenidos, y que encima la utilizan para fines ideológicos mientras escritores, compositores y editores, se mueren de hambre a cada poco.
Las administraciones públicas se ahorran 24 millones de euros al año; ahí es nada. Mientras, la opinión pública y los periodistas se rasgan las vestiduras sobre la ideologización de la misma, se pagan las rentas que les sostiene en la Moncloa, y se utiliza la palabra Cultura para adoctrinar los ideales políticos de esta panda de corsarios que nos dirigen cobrando dinero público.
Esta misma semana, la revista Hola sufría el mayor ataque de piratería que hemos vivido en nuestras lindes, contando con un cómplice de lujo, la aplicación de mensajería de WhatsApp, que ha permitido que el robo fuera compartido masivamente mientras ellos siguen forrándose al toque del espionaje. Pero claro, la gente que recibía el pdf con la boda de Tamara no piensa que está robando, como quien entra en una tienda y se lleva un bolso sin pasar por caja; quizá ahí se equivoquen los editores al pensar que para no quedarse fuera del mercado deban acompañar cada contenido de una versión digital, pero mientras la administración siga siendo la que dirija la armada de corsarios, poco o nada tenemos que hacer.
Miedo me da ver a algunos periodistas del corazón alegando que una revista se compartía en la peluquería, en la sala de espera del dentista o cosas así. Pero como son muy cuquis no ven delito alguno ni el peligro que supone esta tendencia para seguir teniendo trabajo.
Hace años, una persona se subía al coche y no se ponía el cinturón de seguridad. Lo mismo ocurría con un fumador que lanzaba su colilla al suelo. Esfuerzos, anuncios y concienciación por parte de los organismos dependientes fue cambiando esa tendencia y hoy es casi imposible que alguien no se ponga el cinturón de seguridad antes de arrancar su coche. Este concepto se llama «disonancia cognitiva» y viene a ser lo mismo que no saber cuándo estás cometiendo un delito o algo ilegal.
¿Se imaginan poder entrar en un restaurante y después de comer hacer un sinpa? Pues obviamente no, porque estarían cometiendo un delito. Entonces, cuando un usuario recibe las fotos de la boda negocio de Tamara, ¿por qué no piensa que está robando a la empresa editora? Pues por esa disonancia cognitiva que el Ministerio de Cultura debe atajar de manera urgente.
Ya no sólo se trata de pagar a los autores y a los editores, sino por la cantidad de dinero que recaudarían, que sería una hoja de ruta obligada para no subir los impuestos, generar más riqueza y disponer de más inversión en la creación de libros, películas, canciones, y demás ámbitos de la escena cultural. Pero como todas los gobiernos tienen un concepto de cultura que se acerca más a cómo favorecer a sus amiguetes, vivimos en un limbo legislativo que carece de un organismo que se dedique a perseguir estas falacias.
Cedro, por ejemplo, cuenta con una herramienta que localiza el PDF de turno que se piratea masivamente. El problema viene después, que no sólo no consiguen llevar ante la justicia al infractor que comparte el contenido, sino que no puede hacer nada contra el gigante tecnológico que favorece su difusión, pues el cifrado y otras de sus características de uso les permite lavarse las manos como Pilatos mirando a otro lado.
El observatorio ha sido presentado por la escritora Carme Riera, presidenta de Cedro, junto con el escritor Manuel Vilas, la editora de Anaya, Inmaculada de Jorge y el director de Cedro, Jorge Corrales. Han comentado dos informes sobre el impacto económico y la situación de España respecto a países de su entorno, donde, por cierto, vamos a la cola como bien decía Manuel Vilas en su intervención. El escritor ha definido muy bien ese concepto de sostenibilidad que está tan de moda, definiéndolo como «futuro». Así, sostenibilidad es igual a futuro y, sin futuro, España no podrá contar con escritores profesionales sino con voceros ideológicos al servicio de un poder público, que resulta ser el primero en saltarse la obligación de pagar los derechos autor.
Como bien decía Carme Riera, sin derechos de autor no hay cultura, porque como comprenderán, si a un policía le pagan por proteger, a un panadero por sus barras de pan, o a un funcionario por ejercer sus funciones, un escritor tiene esa malísima costumbre de pretender comer de su trabajo, que por otro lado resulta del todo sorprendente para todos aquellos que disfrutaron del bodorrio de esta semana, cuando algún delincuente compartió el PDF que la Revista Hola dispuso en su versión digital.
La literatura promueve la libertad de pensamiento, como decía Vilas en su intervención, pero hay que acotar el libertinaje de los que piensan que tienen derecho a la cultura y a la información de manera gratuita. El Estado es un pirata pagando derechos, pero los usuarios finales, los que le dan a compartir o a reenviar un artículo de un periódico, un pdf, un contenido que ha costado dinero y trabajo, lo que están haciendo es limitar nuestras propias libertades.
Póngase el cinturón, no ensucien el suelo, no insulten al otro, y sí es posible, dejen de robar a los creadores y editores. Por mucho que crean que no hacen daño, pronto no habrá revista que le pague a Tamara su boda, ni periodista que ponga en jaque al gobierno corrupto, ni escritor o compositor que le haga pasar mejores ratos. Como decía Borges, de todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro, pues es una extensión de la memoria y la imaginación.
Si no empezamos con la educación, la concienciación y el ejemplo, que debería salir del corsario estatal, muy pronto no tendrán ni obras que poder censurar como tanto les gusta.