THE OBJECTIVE
Luis Antonio de Villena

Cabezas agachadas

«Lamentamos lo que vemos por fuera, sumisas cabezas agachadas, gregarismo, casi uniformidad, temor a lo diferente, pavor (se diría) a salir del rebaño»

Opinión
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Cabezas agachadas

Cabezas agachadas.

Tratamos de ir describiendo y entendiendo un mundo de hoy, en apariencia, lleno de promesas, de magias de futuro/presente, pero no falto de errores o retrocesos o peligros graves para unos seres humanos cada vez menos personas. Un fenómeno, ya no de hoy, pero que prolifera y por eso urge más entenderlo, es el de las «cabezas agachadas», en primer término, en relación al teléfono móvil. Desde luego para ver los mensajes del celular hay que agachar, inclinar un tanto la cabeza. No es más que una descripción denotativa. Quien mira su móvil, agacha la cabeza. Pero en la calle (caminando incluso) en el metro, en el bus, en las salas de espera, en todos los aeropuertos del mundo, ¿cuánta gente -no importa el sexo- vemos y no poco tiempo con la cabeza agachada, enfrascados en la pantallita luminosa? Cientos de miles. Y así, al ver a tantos (los jóvenes aún más) con la cabeza agachada como abducidos por el móvil, surge inevitable la lectura connotativa del sintagma. ¿Qué son metafóricamente las «cabezas agachadas»? Pues las de quienes están rindiendo pleitesía, y por tanto son seres sometidos a eso ante lo que se agachan. ¿Se rinde acato y servidumbre al móvil? No me cabe duda. Una ya muy alta mayoría no sabría vivir sin él, y la pérdida del telefonito/universo será una clara catástrofe. Todo cuanto saben, cuanto esperan o cuanto anhelan está dentro del aparato cada vez tecnológicamente más sofisticado. Algunos apenas llegan a comprender qué hacíamos quienes hemos vivido y no pocos años sin móviles.

La muy evidente dependencia de mensajes, conversaciones, audios, músicas o internet en el celular ¿no supone servidumbre, pérdida de individualidad, gregarismo y al fin -el mal de este siglo- mayor pobreza intelectual dentro de lo que ya es pobre? Varios países prohíben en clase, no ya el uso del móvil -que parece evidente- sino incluso la presencia del telefonito en el aula, supongo que en primer lugar para evitar tentaciones. Porque, en general ¿qué llega a través del móvil? Dejo de lado las charlas amistosas. Pues juegos más o menos banales, los memos bailecitos de tik-tok, eso sí a menudos llevados a cabo en su nadería por jovencitos o jovencitas guapos, mensajes harto simples, aunque adopten aires de filosofía perenne (verbigracia, «en la vida siempre hay que seguir adelante») o avisos -ya voy muy lejos- de un best-seller que, en tal lugar, se vende más barato. No pretendo en absoluto ser exhaustivo, sino recalcar que en los móviles aparece una inmensa ferralla gentil de vacuidades. Acaso lo que nuestro mundo da y ofrece mayoritariamente, aunque a ratos quiera ocultarlo. Las nuevas tecnologías, en teoría, podrían ser un cauce perfecto para subir en todo, para ir hacia arriba en talentos varios, pero en verdad y hoy por hoy, esas nuevas tecnologías, llevan mayoritariamente hacia abajo.

Lamentamos lo que vemos por fuera, sumisas cabezas agachadas, gregarismo, casi uniformidad, temor a lo diferente, pavor (se diría) a salir del rebaño. La mayoría viste en cada estación, muy parecido. Pero debiéramos ahondar un poco en eso que a primera vista observamos. ¿Cuáles son los grandes, los peores males de nuestra sociedad? Una falta de cultura que llega a parecer alucinante y last but not least, no sé si último, pero no menor, una casi paralela caída de la educación, del simple respeto al otro. Aquí gritamos que es un horror, pero en un choque vial nadie pide perdón y el nivel del «yo hago lo que me sale del guano», también llega a lo delirante. El prójimo (del que  tanto se habla) a menudo importa un bledo. Desolador panorama entre nesciencia y visibles principios de salvajismo. ¿Y qué tiene todo esto que ver con las cabezas agachadas? Mucho. Se trata llanamente de causas y efectos. Como igual relación nos lleva al camino (irreversible acaso, y no poco en su lado malo) de la mencionada robotización que va eliminando el factor humano.

«Si no sabemos responder a la robótica cada vez seremos menos, y más necios en todo»

Hablamos muchas veces con voces enlatadas, y a veces esa voz neutra -supongamos una consulta por un problema técnico- responde: «Perdone. No le entiendo». Veamos, ni entiende ni deja de hacerlo, se trata tan sólo de un robot en cuyo programa nuestra consulta no figura. Debemos saltarnos al robot (que te llevaría a un círculo vicioso) y procurar -se tarda- que te transfieran a un agente u operadora, ahora sí, voz humana. Si no sabemos responder a la robótica cada vez seremos menos, y más necios en todo. Y los jóvenes pueden llevar al fin la peor parte. Vivimos en un mundo caótico lleno de porvenires positivos o negativos. Hoy por hoy lo negativo lleva ventaja. Hay mucho más que decir. Todo esto (y mucho más) son las innúmeras cabezas agachadas. «Vivimos siempre abajo,/ en nuestros propios sótanos mohosos». 

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