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Pilar Marcos

Sánchez y el cíborg antisanchista

«Lo que no es justo es culpar a los asesores. En primer lugar, porque, cuando se tienen por centenares, lo fácil es liarse»

Opinión
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Sánchez y el cíborg antisanchista

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. | Europa Press

Tanto protesta, quejumbroso, por el calificativo sanchista que decidió mostrarse, él mismo, como el más temible antisanchista. Eso, o fue suplantado por un cíborg, llegado del futuro y capaz de burlar a la inacabable caravana de asesores y escoltas que le acompañaron hasta Antena 3 para colarse, en lugar del presidente del Gobierno, en el célebre debate que ha hundido irremediablemente su campaña y su brillante carrera. A favor de la segunda hipótesis (por extravagante que parezca) juegan sus ojos y su mirada.

Con la impresionante calidad que tienen hoy los televisores, debieron de ser centenares de miles los teleespectadores que quedaron impactados por esos ojos, por esa extraña mirada. Se ha destacado el nerviosismo que exhibían sus gestos y la agresividad de sus constantes interrupciones a Alberto Núñez Feijóo. Pero no. La clave eran los ojos. No era la mirada del empático Pedro Sánchez que entusiasma a Nadia Calviño. En el cine lo hemos visto. Es célebre el Norman Bates del motel de carretera magistralmente interpretado por Anthony Perkins en 1960. Y, quizá por casualidad, Bates y Sánchez comparten la afición por la taxidermia. Aunque el objeto de ambos taxidermistas es radicalmente distinto. Un partido no es una madre, por mucho afecto que pueda llegar a tenérsele. Ni siquiera cuando ese partido es nada menos que un PSOE víctima de la taxidermia sanchista. 

Pero aquella historia de Hitchcock en el Motel Bates fue célebre hace una eternidad. Hoy sólo la recordamos los ancianos. Ahora se ven series y es más fácil imaginar que le suplantó un cíborg. O incluso que él mismo, al asumir que termina el tiempo del sanchismo, decidió erigirse en el más combativo antisanchista. Es una decisión valiente y desafiante: ¡exactamente como es él! Sólo tenía que exhibir las peores características que le atribuyen sus detractores, esos antisanchistas, y elevarlas a la enésima potencia.  Ciertamente, eso fue lo que hizo en un debate que quedará para la historia. Pero no. Lo que no encaja en esa hipótesis de antisanchismo sanchista son sus ojos, su mirada. Por eso no es descartable la explicación del cíborg. Si no, ¿qué otra cosa pudo ocurrirle?

«Además, el presidente (o el cíborg que le suplantó) no mostró (a la vista de los espectadores) el más mínimo interés por escuchar a su asesor principal, Óscar López»

Lo que no es justo es culpar a los asesores. En primer lugar, porque, cuando se tienen por centenares, lo fácil es liarse. Tantas atinadas opiniones, tantas brillantes sugerencias, tanta insuperable habilidad estratégica junta, tiene que marear. Quizá eso explique lo de los ojos… Bueno, eso no. Además, el presidente (o el cíborg que le suplantó) no mostró (a la vista de los espectadores) el más mínimo interés por escuchar (o simular una charla con la que matar el tiempo) a su asesor principal, Óscar López. Quizá porque López no sea, en realidad, su asesor principal. O quizá le esquivaba para que su jefe de gabinete no pudiera descubrir que Sánchez había sido suplantado por un ser del futuro. 

Cíborg o no, el Sánchez auténtico habría hecho bien en recordar que, sean pocos o muchos los asesores que un hombre poderoso puede llegar a tener, sólo hay uno imprescindible. No centenares, sólo uno: aquel que cuenta con la confianza, el coraje y la independencia de criterio suficientes para alertar al líder del ‘memento mori’ ante cada decisión que toma. Cuando la soberbia, y la comodidad, aleja la mera posibilidad de contar con ese asesor imprescindible que avisa al jefe de sus errores, el poderoso pone en marcha el cronómetro con la cuenta atrás que marcará su final. Al rechazar que nadie le dé la lata con su memento mori, porque es una pesadez, se acercará inevitablemente a su propio morituri te salutam. Y ese morituri también se aplica al César, a todos los césares no sólo a sus gladiadores, aunque los aduladores de plantilla se cuenten por miles. ¡Qué le vamos a hacer! 

Por cierto, quedan solo seis días para el 23-J. Luego Sánchez tendrá aún bastantes semanas de presidente en funciones. Será una salida menos abrupta que la que él provocó con su moción de censura de junio de 2018. Su cíborg tendrá tiempo para ir diciendo adiós.

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