El ecologismo mata
«No persiguen la defensa del medioambiente, sino un cambio de modelo social a través de una ideología basada en el decrecimiento y en hacernos más pobres»
En marzo de 1914, en una pequeña localidad de Iowa, nacía Norman Borlaug en el seno de una familia de emigrantes noruegos. Es uno de esos casos de la historia en la que un hombre pasa de manera desapercibida por la cultura colectiva a pesar de haber tenido una influencia inigualable en el desarrollo de la humanidad. En 1970 recibió el Premio Nobel de la Paz tras haber salvado millones de vidas de seres humanos gracias a sus estudios genéticos sobre los cereales. Borlaug fue capaz de desarrollar nuevas variedades, mucho más productivas, que multiplicaron la producción mundial de cereales, permitiendo alimentarse a millones de personas en el mundo. Hay estimaciones que dicen que Borlaug ha salvado más vidas que Alexander Fleming. Aún así, no lo busquen en los libros de texto de los colegios. No aparece.
Cuando los primeros discursos apocalípticos nos alertaban a finales del siglo XVIII de las tragedias que estaban por venir debido a la falta de recursos, su creador –Thomas Malthus– cometió el error de no comprender la singularidad única del ser humano. Obvió nuestra capacidad de adaptación, nuestro intelecto para desarrollar tecnología y ser capaces de aumentar la oferta de recursos naturales. Como decía Julian Simon, los recursos no son, los recursos se hacen y es el ser humano el que los hace. Malthus no fue capaz de comprender esto. Toda su teoría poblacional es un enorme error intelectual, al igual que son intelectualmente erróneas todas las corrientes actuales que nos alertan de lo mismo.
Según Malthus, la población crecía más rápido de lo que lo hacían los recursos. Una determinada superficie de tierra produce los alimentos que produce, pero si la población continúa aumentando llegará un momento en que no habrá comida para todos. Jamás se han cumplido estas profecías. La tecnología ha hecho que la productividad de los cultivos haya aumentado de manera espectacular. Somos capaces de cultivar mucha más comida en la misma cantidad de suelo. Nunca ha habido sobre la Tierra más seres humanos que en la actualidad y, sin embargo, nunca las tasas de desnutrición han sido tan bajas como en la actualidad. Jamás ha habido más comida que ahora. Y mañana habrá más comida que hoy.
¿Qué pasaría si no hubiéramos desarrollado nuevas variedades vegetales más productivas, más resistentes a plagas o capaces de adaptarse a diferentes climas, altitudes o tipos de suelo? Que habría mucha menos comida en el mundo, la desnutrición y las hambrunas serían mucho más comunes y la población del planeta no podría haber alcanzado los niveles que tiene en la actualidad. Lo más descorazonador es que hay grupos ideológicos que piensan que esto es lo deseable. Que en el mundo hay mucha gente y que sobran miles de millones de personas.
«Nos venden la agricultura tradicional como ‘sostenible’ cuando es, precisamente, el modelo más insostenible de todos»
Esta es la razón por la que estos grupos se oponen a cualquier innovación tecnológica que conduzca a un aumento en la producción de comida a nivel mundial o a cualquier tipo de energía abundante que mejore los estándares de vida de la humanidad. Simplemente porque somos muchos y no debemos estar aquí. Por eso se oponen a los combustibles fósiles o la energía nuclear, porque son fuentes abundantes, estables y baratas. Por eso se oponen a las variedades transgénicas de plantas, porque multiplican la productividad de la agricultura y aseguran el acceso a alimentos a millones de personas que morirían de hambre si no fuera así.
Obviamente, no pueden admitirlo abiertamente, ¿quién les iba a comprar el discurso en ese caso? Pero sutilmente defienden todo aquello que suponga un retroceso en el progreso y el nivel de vida de la humanidad. Se posicionan a favor de las energías renovables porque saben que, con las tecnologías actuales, son fuentes dispersas, de baja densidad energética y que no pueden abastecer la demanda de la industria y de la población mundial. Se posicionan a favor de la agricultura «ecológica» porque saben que es una agricultura de bajo rendimiento, ineficiente y que no es capaz de abastecer la demanda mundial de alimentos. Nos venden la agricultura tradicional como lo verdaderamente «sostenible» cuando es, precisamente, el modelo más insostenible de todos los que existen puesto que únicamente conduciría a la muerte por inanición de millones de personas.
Tanto es así que un grupo de más de cien Premios Nobel se vieron obligados a escribir una carta denunciando públicamente la posición de Greenpeace con respecto a los alimentos transgénicos. Uno de los firmantes -Richard Roberts- declaró abiertamente que el grupo ecologista estaba enarbolando deliberadamente un discurso basado en el miedo para conseguir dinero en donaciones. Otro de ellos -Randy Schekman- dijo en un artículo para el New York Times que este tipo de grupos utilizaban la ciencia para lo que les interesaba. Se afianzaban en ella para hablar del cambio climático, pero le daban la espalda a la ciencia cuando se trataba de alimentos transgénicos.
La realidad es que las ideologías no son inocuas. Hay ideologías que, disfrazadas de una aparente preocupación por el bien común, son extraordinariamente regresivas, dañinas y peligrosas. Oponerse a los alimentos transgénicos hace que millones de personas se mueran de hambre. Oponerse a la energía abundante y barata hace que millones de personas no puedan salir de la pobreza. Esto es lo que persigue el ecologismo, que seamos muchos menos y mucho más pobres. No persiguen la defensa del medioambiente, persiguen un cambio de modelo social a través de la implantación de una agenda ideológica basada en el decrecimiento y en hacernos a todos más pobres. El ecologismo mata… Hace tiempo que ya engañan a muy pocos.