Los televidentes españoles ratifican la moción de censura
«El electorado votó ligeramente a favor del moderado Feijóo y al tiempo dio otra oportunidad a doctor Frankenstein para crear otro engendro de laboratorio»
Entre el 31 de mayo y el 1 de junio del 2018, Pedro Sánchez, sin ser diputado, organizó una moción de censura contra Mariano Rajoy, amparándose en la valoración que el juez José Ricardo de Prada hizo de la sentencia del caso Gürtel. Para que triunfara fue clave el cambio de parecer del PNV, que días antes había avalado con sus votos los presupuestos generales del Estado. Ya desde el poder, Pedro Sánchez movió todos los hilos a su alcance para permanecer en él, contra viento y marea. Esa estrategia ha tenido esta noche una triste confirmación por el electorado español, que ha votado por un Congreso idéntico en sus bloques al del último Gobierno de Mariano Rajoy. Y con el PNV otra vez con la llave del poder en España desde sus cinco escaños. Un enredo mayúsculo.
En una democracia parlamentaria, quien busca la reelección tiene muchas ventajas, legales y paralegales, simbólicas y prácticas. Por eso es muy difícil derrotar a un candidato en el poder. En España sólo ha pasado una vez, cuando un desgastado Felipe González fue derrotado por la mínima por José María Aznar en 1996. Las ventajas del poder se vuelven exponenciales si esa persona en el poder tiene tan pocos escrúpulos como Pedro Sánchez. La confusión entre el presidente del Gobierno, el secretario general del PSOE y el candidato a la relección se volvió crónica.
Un primer análisis –veloz, inevitablemente– de los resultados explica múltiples trasvases de votos en el electorado. Los nacionalistas catalanes votaron por el PSOE por miedo a perder la gran vaca lechera que, a cambio de su apoyo, se la daba pasteurizada (y merengada) directamente de las ubres. Los nacionalistas vascos pasaron de votar al PNV a Bildu, que se muestra más efectivo en Madrid para obtener concesiones, algunas muy dolorosas en términos morales. Una parte de la izquierda radical también votó por el PSOE por miedo a ser desalojada del poder, con todo lo que eso implica de dinero público a proyectos puramente ideológicos.
El miedo a la extrema derecha en la sociedad española ha demostrado ser real. España tiene un recuerdo epidérmico de la dictadura y sabe lo que es capaz el nacionalismo español y su negra historia las espaldas. Pero esto lo que hace es reforzar el propio voto duro Vox, que, como en una de las pesadillas de Escher, se vuelve intransigente, pero es una pieza con la que hay (y habrá) que contar.
A la oposición tampoco ayudaron las esperpénticas negociaciones para formar gobiernos autonómicos, distorsionadas además por la órbita mediática afín al Gobierno.
«La estrategia de Sánchez de ir a los canales críticos con su Gobierno fue un éxito»
Estas elecciones demuestran una vez más que España es más un país de telespectadores que de ciudadanos. La población se informa y se entretiene a través de la televisión. Es común verla encendida durante horas en las casas, como el testigo parlante de la intimidad. La estrategia de Sánchez de ir a los canales críticos con su Gobierno y, con todo el poder y la autoridad de un presidente, intimidar a los presentadores fue un éxito. Los dejó sin réplica. Los mítines no tienen un impacto en los resultados. Son pura inercia del pasado, como las presentaciones de libros. Lo efectivo son los platós de televisión. Las redes son pura pirotecnia, que además producen un hechizo en sus participantes: el sesgo de confirmación es absoluto. Las redes son soliloquios corales, tribus ensimismadas. Lo único transversal es la televisión.
El PP tiene un gran activo electoral, Isabel Díaz Ayuso, que en cualquier lugar del mundo sería la candidata natural del partido opositor. En esta campaña Ayuso estuvo ausente, y solo al final se supo que fue por delicados asuntos personales. Eso provocó una desmovilización del electorado del PP. Y no sólo en Madrid.
El desempeño de Feijóo en el debate fue espléndido, pero en un debate mediocre, con ruido, sin ideas y sin convicciones. Ese triunfo lo llevó a rehuir otros encuentros con Sánchez, en lugar de intentar honestamente volver a ganar. Su ausencia en el segundo debate de RTVE, cuyo sesgo oficialista debería ser un escándalo, le perjudicó sin duda. Nada perjudica más a un candidato que transmitir miedo. Además, dejó la percepción de que había una izquierda armónica, que se llevaban bien entre sí, y una derecha enemistada y dura. Tampoco ayudó el desastroso papel de Cuca Gamarra en el debate de portavoces, incapaz de pensar a la velocidad requerida y con la precisión adecuada, fuera de las frases hechas por sus asesores.
No voy a hablar del clima, la fecha, el voto por correo y demás distractores. Pero sí de una paradoja. El electorado español gravita en torno al centro. Y aunque hoy votó ligeramente a favor del moderado Feijóo, también eligió dar una nueva oportunidad al doctor Frankenstein para crear otro engendro de laboratorio. Quizá no lo logre, pero que va a intentarlo no lo debería dudar nadie. Aunque el costo sea impensable. ¿Vamos al bloqueo y la repetición de elecciones? ¿Podrá Pedro Sánchez zurcir un nuevo Gobierno de concesiones y mentiras? ¿Logrará Feijóo sentarse en una misma mesa a Vox y el PNV? Quedan largos días y cortas noches para despejar estas variables. Por lo pronto, apaguemos la televisión y encendamos la lámpara de lectura.