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Jorge Vilches

Disección de una mala campaña

«El PSOE afrontó la campaña como un acto desesperado en defensa del presidente. Puso en el mercado electoral un único producto, Sánchez, y no ha funcionado»

Opinión
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Disección de una mala campaña

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | EFE

El comportamiento a la defensiva es una confesión incómoda de una derrota prevista. El PSOE afrontó la campaña como un acto heroico y desesperado en defensa del presidente. Puso en el mercado electoral un único producto en venta, Sánchez, y no ha funcionado. Quiso venderlo combinando arrogancia con victimismo, profiriendo insultos entre llamamientos a la calma, y bordando como nadie la improvisación y la incoherencia.

El punto de partida de la campaña era una muestra de soberbia y alejamiento de la realidad: es incomprensible que los españoles no se hayan dado cuenta de la suerte que tienen al ser pastoreados por Pedro. Por eso quisieron remover las entrañas del viejo votante socialista recordando el Prestige, el Yak-42 o los atentados del 11-M. El sanchismo cree que las movilizaciones por aquellas pifias de la derecha son una seña de identidad generacional de los progresistas. 

Luego añadieron el victimismo de Sánchez. Mostraron al presidente como una víctima del supuesto trumpismo del PP y Vox. El propósito era transmitir que había que ser muy desagradecido y mala persona para no reconocer los éxitos del presidente y criticar sus actos o palabras. Fue un nuevo llamamiento a la conciencia, y por eso señalaron a los medios de la derecha. Los votantes no podían ver la bondad de Sánchez porque les engañaban desde las radios y las teles. El resumen de la idea sanchista es que la gente no vota bien si escucha o lee al periodista equivocado. 

«España, decía el sanchismo, alarmaba en Europa por la deriva facha, lo que se demostró falso»

Al recuerdo de las pifias del PP y al victimismo de Sánchez unieron la descripción del enemigo político. Pasaron de «señores que fuman puros» al «monstruo de dos cabezas», PP y Vox. Entre medias se hizo una «alerta antifascista» más o menos descarada, con comparativas con los nazis y Trump, que en el imaginario progre son la misma cosa. España, decía el sanchismo, alarmaba en Europa por la deriva facha, lo que se demostró falso. Dijeron que era mejor pactar con Bildu y ERC que con Vox, pero el «Que te vote Txapote» inutilizó la comparativa

Después entró la descalificación personal y profesional de Feijóo. Le sacaron otra vez una foto de hace 30 años con un traficante, y atacaron sus capacidades intelectivas. Esto fue una continuación de las sesiones de insultos que recibió el líder del PP en el Senado. Pensaron que el abuso al que le sometía Sánchez en la Cámara Alta serviría para distorsionar la buena imagen de gestor del gallego. Y lo creyeron porque la ovación de los parlamentarios y periodistas pelotas fue ensordecedora. Confundieron la loa interesada con la opinión pública. 

Por eso, envalentonado el arrogante, Sánchez retó a Feijóo a seis debates televisivos, seis, dónde y cuándo quisiera. El líder popular se lo merendó en uno solo. Ahí la campaña se vino abajo. El único elemento del PSOE a la venta en esta campaña, el presidente, había caído. Ver a Sánchez a la defensiva, sacando papeles sobre sus vuelos en el Falcon, interrumpiendo constantemente, sin atender a los moderadores, carente de propuestas y, lo que es peor, de entereza, fue la puntilla a una campaña mal planteada.

Entonces el sanchismo echó cuentas. El paso de Feijóo por la campiña centrista es muy firme. El PP se ha hecho con todo el centro, parte del socialista y sin perder voto a su derecha; es más, está convenciendo a más del 15% de antiguos electores de Vox. 

Si el perfil centrista del PSOE era irrecuperable por la naturaleza exaltada del sanchismo y sus alianzas pestilentes, quizá lo fuera el votante feminista. Inició así, de forma paralela, una campaña que básicamente decía: «Todas perdemos derechos con la derecha». La gracieta no coló porque la ley del solo sí es sí elimina todo argumento feminista del sanchismo. 

«ZP, un señor histriónico que grita en los platós, no gana un voto en el centro, sino en lo que era Podemos»

En esta situación solo queda amortiguar la caída. Buscar una muerte honrosa. No bajar de los 110 diputados. Esto permitiría una resurrección sin Sánchez. La víctima propiciatoria es la extrema izquierda. Sumar es la casa de paja de los tres cerditos. Un soplido del PSOE y desaparece. Por eso sacaron a Zapatero, que ha conseguido convertirse en el referente moral de los izquierdistas. ZP, un señor histriónico que grita en los platós, da golpes en la mesa, que se queda con la mirada perdida, y llama a la crispación, no gana un voto en el centro, sino en lo que era Podemos.

Si el PSOE no baja del 28% es a costa de Sumar. Los izquierdistas ven en el partido socialista un lugar donde refugiarse ante la acometida del «monstruo de dos cabezas», y en lugar de votar a Yolanda se deciden por Pedro. Prefieren antes al partido histórico que a la improvisación de la extrema izquierda. Sumar solo era útil para empujar al PSOE hacia medidas «progresistas» si llegaban al poder. Pero fuera de él, sin llenar los ministerios, el artefacto de Yolanda no sirve para esta batalla. 

En definitiva, una mala campaña que ha dejado al descubierto la naturaleza del sanchismo: egomanía, improvisación y falta de proyecto nacional. Tanto envanecimiento para luego contentarse con absorber a parte de Sumar y bloquear la formación de gobierno en España para tener una segunda oportunidad. 

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