La victoria de Sánchez
«El líder del PSOE consigue deprimir a la oposición, anular toda disidencia y, sobre todo, imponer su marco moral»
Las elecciones del 23 de julio dejaron un complejo panorama político, un grave problema de gobernabilidad en España y un único ganador: Pedro Sánchez.
Fue una victoria muy a su estilo, por sorpresa, perdiendo, con dieciséis escaños menos que el partido más votado, asumiendo el liderazgo de una maraña de partidos radicales a los que ningún político sensato de Europa osaría acercarse, pero una victoria, al fin y al cabo. Sánchez obtuvo un resultado que quizá le permita seguir presidiendo el Gobierno. Es el único que puede hacerlo. Incluso si tiene que acudir a la repetición de elecciones, irá con mejores cartas que el 23 de julio, como víctima de la intransigencia de Junts, el pobre.
Aunque pírrica en sus cifras y peligrosa en su contexto, es también una victoria estratégica, puesto que le ha permitido desmoralizar y probablemente condenar a una crisis interna al Partido Popular, enmudecer de un vez a los díscolos dentro de sus propias filas -ya completamente prietas en su alabanza- y sancionar todos los desatinos cometidos durante la legislatura anterior, que ahora no se presentan como tales, sino como ejemplos de cara al futuro.
«La victoria de Sánchez es, además, la derrota de un esforzado grupo de socialistas que llevaba años alertando sobre los riesgos del personaje»
La victoria de Sánchez es, además, la derrota de un esforzado grupo de socialistas que llevaba años alertando sobre los riesgos del personaje. El 23 de julio un nutrido puñado de votantes de la nueva izquierda les mandó callar.
Como mandó callar a muchos columnistas, entre los que me encuentro, que igualmente se han dedicado con profusión a escribir y comentar sobre las cualidades de Sánchez y a criticar en términos más o menos contundentes una gestión que les pareció manifiestamente desastrosa.
La victoria de Sánchez es, por supuesto, la victoria del sectarismo y del radicalismo como formas legítimas de hacer política, muy por encima de la concordia y la moderación, valores hoy sospechosos de colaboracionismo con el enemigo. Cómo se pueden entender sino los ataques a quienes defienden un pacto PP-PSOE, opción relegada por las huestes triunfantes a la categoría de otra idea fascista.
Pero la victoria de Sánchez es, sobre todo, la victoria de su marco moral. Los votantes de izquierda han aceptado sus explicaciones sobre sus cambios de opinión a lo largo de estos años y, con ello, le han autorizado a seguir haciéndolo. Han pasado por alto las manifestaciones de arrogancia, de soberbia, incluso de abuso de poder. Le han concedido un cheque en blanco sobre su conducta y su proceder que pocos políticos obtienen en unas elecciones, incluso ganándolas.
«La izquierda fue la primera defensora de esos límites porque entendía que el mayor peligro a nuestra democracia provenía de la derecha»
La democracia española, que nació con la obsesión de evitar la repetición de nuestro trágico pasado, había establecido a lo largo de los años, con el fin de facilitar la convivencia, unos límites que los partidos no se atrevieron nunca a sobrepasar. Eso incluía el respeto al rival, el aislamiento de quienes había justificado el terrorismo o de quienes promulgaban el quebrantamiento del orden constitucional. En otros tiempos, la izquierda fue la primera defensora de esos límites porque entendía que el mayor peligro a nuestra democracia provenía de la derecha. Todo eso, desde luego, ha saltado por los aires. Nos vemos obligados a pactar con Bildu por la aritmética electoral, nos dicen bajo el nuevo paradigma ético. Con indultos y diálogo (léase concesiones) hemos pacificado Cataluña -aseguran los regidores del victorioso orden moral-, con la defensa de los derechos constitucionales de todos los catalanes, volvería a incendiarse.
Nunca compartí el término «sanchismo», no porque me pareciera insultante, sino porque, en mi ignorancia, no pensé que el susodicho diera para crear su propia corriente política. Pero el PP planteó la campaña electoral como una batalla contra el sanchismo y es justo reconocer, no sólo que la ha perdido, sino que, ahora sí, el sanchismo abre una nueva página en la historia de España.
Un mérito de Sánchez, por encima de todo, pero también de otros socialistas que acabaron aceptando sus reglas. Mérito igualmente de otras figuras en otros campos de influencia, especialmente el de la cultura y el periodismo, cuyo marco moral no es muy diferente al del presidente, y mérito, por último, de muchos miles de electores que se identifican como progresistas y que en el último momento debieron pensar que, después de todo, Sánchez también lo es. Enhorabuena a todos ellos.
Le corresponde ahora a Sánchez y a quienes le apoyan gestionar esta victoria. Desde fuera se antoja una misión imposible, pero ya sabemos que eso no es algo que amilane a Sánchez ni a quienes confían ciegamente en sus capacidades. Aquellos que no las hemos descubierto hasta ahora, estamos llamados a observar los acontecimientos con atención. Algunos preferirán hacerlo también en silencio.
Igual ha llegado el momento de dejar claro, que está totalmente confirmado que Abascal se ofreció al PSOE a espaldas del PP para elegir los miembros del Consejo General de Justicia y el PSOE lo declinó.
Exclusiva mundial, ¿a que sí?
Ganó la antiEspaña. Es evidente. Ahora bien, se da la situación esperpéntica de que Euskadi ha quedado en manos de Sánchez. Más que España.
Más que cohonestar a Sánchez, algunos votantes del PSOE ocurre que tenemos memoria. ¿Moderación? No será la de un PP que tildó de ILEGÍTIMO el Gobierno desde el inicio de la legislatura y secuestró anticonstitucionalmente el CGPJ desde la anterior. El partido que habló de pucherazo y difamó a Correos: más moderación. El partido «moderado» que usó la policía para espiar y fabricar pruebas (presuntamente) contra enemigos políticos y que antes, con doscientas personas de cuerpo presente, trató de ganar unos elecciones mintiendo hasta a la ONU sobre la autoría de los atentados del 11M, que eso sí que es estar dispuesto a todo por mantener el poder y no lo de Sánchez. Elegimos y volveremos a elegir el mal menor. Si eso implica jubilar a Zarzalejos o a Caño, qué se le va a hacer: ellos sabrán.
Enhorabuena. Ya sabemos que eres uno de los progresistas que das por bueno todo lo que ha hecho tú Sánchez.
Le habéis dado la carta blanca que necesitaba para que no le afecte ninguna norma, ni gestión, ni limite. Sólo importa la lucha contra el facha, entre los que nos encontramos todos aquellos que seguimos diciendo que personajes como este siembran la mala hierba de la intransigencia y por supuesto, el odio contra todo lo que se oponga a este Sánchez transformado en el Maduro de la política europea y el Castro de la peninsular.
Enhorabuena.
Habéis ganado a los fachas. Sólo eso importa.
La confrontación la inicia Schz nombrando vicepresidente a un ultra como Pablo Iglesias, declarándose abiertamente hostil a toda la sociedad que no vota ni izquierda ni nacionalista. A partir de ahí, todo en escalada hasta llegar a Bildu como coaitor de la repugnante ley de falsa memoria nada democrática
Señor Plaza, si nos remontamos a la historia, no conseguiremos encontrar NI UN JUSTO. En mi opinión, los asuntos se analizan con los argumentos de la actualidad. Sus experiencias son las mías, aunque yo solo he sido votante de algunos candidatos del PSOE, no de otros. Lo fuí de Almunia, no de Felipe (cosa que hoy deploro); también del primer Zapatero, no del segundo; también de Rubalcaba… Algunas de las cosas que dice se pueden debatir otras no. Pero la responsabilidad de Sánchez es lo que ha hecho en la legislatura pasada y, como usted esta viendo, lo que se dispone a hacer en la presente. Es también la responsabilidad de los que le han votado.
Se inventa usted lo que digo. He votado PSOE como mal menor y lo dejo bien claro. También dejo muy clarito que el PP no es de ninguna manera un partido moderado y que ha hecho por mantener el poder cosas mucho peores que Sánchez. Y no me tutee como si fuéramos camaradas de la Falange. Usted, no sé. Yo, desde luego, no tengo nada que ver con esa gente.
La confrontación la inicia el PP, en la legislatura anterior a la que ahora acaba, negándose a cumplir el mandato constitucional de renovar el CGPJ, negativa que ha prologado durante cinco añitos, cinco. Y la continúa el PP tildando de ilegítimo un Gobierno cuya política puede ser discutible, equivocada o hasta temeraria, pero que es tan legítimo como cualquier otro de la democracia. Y la prolongan los derechistas que insultan en vez de debatir, que difaman en lugar de argumentar: esa es una de las razones, y no la menor, de que algunos nos abstengamos de vez en cuando pero nunca jamás votemos a la derecha. Fíjese en mi comentario inicial y en la respuesta de «Ojalado». Yo hablo en términos generales del PP y expongo argumentos en contra de su pretendida moderación, sin ninguna alusión personal. En cambio, «Ojalado», en tono despectivo y maleducado (empezando por el tuteo), me descalifica a mí personalmente y, de paso, a los al parecer criminales votantes del PSOE. Mientras la derecha (partido y partidarios) no cambie al menos sus modales, vamos a ser muchos los que votemos en su contra.
Aunque la contestación no es a mi respuesta, le voy a corregir en un punto. La confrontación ya nace con la legislatura, desde el mismo momento del abrazo de Sánchez con Iglesias, cuando en la última discusión que tuvieron ellos el primero dijo aquéllo de que no podría dormir y tal. O mejor aún, nace en el mismo momento en que Sánchez decide iniciar un camino que pasa por competir con la izquierda radical, y, ya en la propaganda electoral afirma que «las tres derechas (Vox, PP y Ciudadanos, que le había avalado en su primer intento de investidura) son la misma derecha».
De ninguna manera es un gobierno ilegítimo, como berreó el PP desde el primer momento.