THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Puigdemont y los escorpiones

«Estando los nacionalistas juntos y revueltos con una capacidad de influencia inaudita de por medio es improbable que la legislatura llegue a los cuatro años»

Opinión
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Puigdemont y los escorpiones

Un escorpión.

Como se dice comúnmente, el fenómeno Junts es digno de estudio. Con la voladura de la vieja y aparentemente templada Convergència i Unió, cuyo fundador y figura totémica reconoció una corrupción que además había hecho metástasis porcentual (el mítico 3%) en todo el cuerpo de la formación política, la huida hacia adelante dejó atrás un pasado en el que el discurso autonomista y el posibilismo razonable (el famoso peix al cove) de los mayores convivía con el chulesco y racista independentismo de los retoños. La familia Pujol, en eso también, fue un modelo.

Para entendernos rápido: la candidata al Congreso de los Diputados, Míriam Noguera, encarnaría a esos jóvenes a los que inculcaron un desprecio soberano hacia España y todo lo español, al tiempo que desarrollaban una identificación con el terruño que los llevaba no sólo a creerse los dueños de la finca, sino que además estaban convencidos de que eso les autorizaba para dispensar un trato perdonavidas a todo aquel que no comulgaba con su ideario nacionalista. A Noguera la vimos apartar una bandera española junto al atril de la sala de prensa del Congreso con un asco indisimulado en el semblante. No hizo más en la pasada legislatura, pero lo dejó todo dicho en su estudiada representación. 

En estas últimas elecciones, otro partido renacido de las cenizas de CiU intentó recuperar el espacio de un nacionalismo con piel de cordero: el PDeCAT cosechó menos votos en Cataluña que los amigos de los animales. Su cabeza de lista, Roger Motañola, se presentó con un argumentario que pretendía remedar esa aparente sensatez discursiva de los viejos convergentes, añadiendo, a la defensa de los madrugadores dueños del colmado, los nuevos aires del liberalismo económico. Con una sorprendente e incluso desvergonzada falta de complejos, Montañola desenterró las siglas de la choricera CiU y su maná predilecto: el pescado en el cesto. Pero el escenario ahora mismo es otro. 

«Los restos del naufragio convergente sirven a un independentismo granítico»

Dominados en exclusiva por Puigdemont, los restos del naufragio convergente sirven a un independentismo granítico. El pactismo y el posibilismo en sus filas son vistos como rarezas de un pasado finiquitado. Han demostrado, asimismo, que su visión de la política se fundamenta en la confrontación y que, cuando mejor les han ido las cosas electoralmente, ha sido en los momentos de mayor tensión interna y de enfrentamiento a cara de perro con el gobierno central. No se esperan grandes cambios de estrategia en un delicado momento en el que las llaves de una posible gobernabilidad de España están en sus manos. 

Por si no fuera poco, ERC les exige un frente común. Ambas formaciones no fueron capaces de cumplir una legislatura entera en el Gobierno de la Generalitat sin acabar a puñalada limpia y televisada, por no hablar de aquel Tú a Boston y yo a California que protagonizaron Junqueras y Puigdemont tras la aplicación del 155. ERC y Junts no se soportan. Nunca se han soportado. Y lo peor es que cuando intentan una conllevancia más o menos tranquila todo acaba de manera catastrófica. En gran parte porque, como siempre acaba ocurriendo entre nacionalistas, no pueden evitar sacarse los trapos de colorines para ver quién lo tiene más largo. 

No parece que vaya a ser una investidura sin sobresaltos. Y de conseguirla, a Pedro Sánchez le esperan tiempos convulsos. Qué duda cabe que las negociaciones con Puigdemont y los suyos pondrán a prueba la capacidad de resistencia de la que tanto hace gala el líder del PSOE. En cualquier caso, estando los nacionalistas juntos y revueltos con una capacidad de influencia inaudita de por medio, es improbable, por no decir imposible, que la legislatura llegue al buen puerto de los cuatro años. Como en el chiste de la rana y el escorpión, los partidos independentistas han dado sobradas muestras de que en su naturaleza está el instinto irrefrenable de la autoinmolación colectiva. 

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