Lecturas de verano II: Majorana, envés de Oppenheimer
«Oppenheimer no fue un moderno Prometeo, que roba el fuego a los dioses para el disfrute de la humanidad. Fue un cómplice voluntario del dios Ares»
La película de Christopher Nolan sobre J. Robert Oppenheimer se ha comentado por sus virtudes o defectos cinematográficos, pero no ha suscitado el debate que debería en torno a la relación de causalidad entre ciencia, tecnología y política. Y aunque Oppenheimer se arrepintiera de ser el líder científico del Proyecto Manhattan y responsable en última instancia de la bomba atómica, la verdad es que el 6 de agosto de 1945, cuando la bomba fue lanzada sobre la inerte ciudad de Hiroshima, la humanidad dio el primer paso hacia el camino sin retorno de su propia destrucción. Es curioso también que el debate moral sobre el uso de las bombas atómicas no existiera en la época en que se utilizó. Los seis años de muerte y destrucción habían embotado la sensibilidad humana al punto de que se vivió como un alivio que ponía fin a la guerra.
En cualquier caso, quien sí lo vio a tiempo y actuó en consecuencia fue el físico italiano Ettore Majorana, al menos esa es la hipótesis de Leonardo Sciascia en su obra maestra La desaparición de Majorana. Para Sciascia, Majorana, no se suicidó por desórdenes de genio loco, sino que fingió su muerte al darse cuenta, antes que nadie, de que la consecuencia inevitable de los avances en física nuclear era la bomba atómica. Para Sciascia, el anverso moral de Oppenheimer es Ettore Majorana.
«Sciascia, igual que Majorana, era siciliano y era también un rebelde moral»
El libro de Sciascia se publicó primero por entregas en el diario turinés La Stampa en el verano de 1975 y tuvo tal impacto que es el responsable de rescatar del olvido a Majorana, apenas un capítulo en la historia de la ciencia, hasta convertirlo en un mito de la cultura popular italiana. La seducción de Sciascia por el impulso moral de Majorana tiene algo de espejo de su propia vida. Sciascia, igual que Majorana, era siciliano y era también un rebelde moral.
La obra de Sciascia puede leerse como un alegato contra la sublimación artística de la violencia criminal. Su obra es un grito en la plaza pública contra la omertá o ley del silencio. Y una muestra que, desde la literatura, para colmo de género, se puede comprender el fondo de un asunto social delicado, y tomar una postura ética ante el mal de su tiempo. Sciascia, desde luego, no limitó su lucha a las novelas policiacas, sino que la llevó a las páginas de los diarios, con reportajes de investigación, y a la tribuna del congreso, con denuncias e iniciativas de toda índole. Y todo, desde esa especie de serenidad del que ha convivido con el siroco de cerca durante lustros. Sciascia fue un rígido impugnador de la corrupción política italiana y de esa dejadez, casi de orgullo idiosincrático italiano, de hacer las cosas sin cuidado, desde los trenes que salen tarde hasta los asesinatos que no se resuelven. Cose nostre, dicen los italianos, exculpándose de los pequeños desastres, «nuestras cosas», sin darse cuenta la afinidad semántica con cosa nostra.
Sciascia trabajaba todo el año en Roma. Primero como periodista, luego como político (después del Partido Comunista, fue diputado independiente por el Partido Radical), pero nunca perdonaba el largo verano en su tierra natal. Y ahí, encerrado tras los gruesos muros de su casa familiar en Racalmunto, se encerraba a escribir, a redactar, la historia que había trabajado, en apuntes e investigación, a lo largo del año. Libros condensados, inteligentes, pero de fácil lectura, hijos de la luz del Mediterráneo. Una obra amplia, de muchos libros breves, escritos en su mayoría en la madurez, pura condensación de sabiduría vital, como su paisano Andrea Camilleri.
«Majorana sólo aceptó trabajar con Fermi tras comprobar, en un día, con cálculos propios, que la hipótesis de Fermi era correcta»
Majorana como científico fue precoz, pero tímido y retraído. Participaba casi contra su voluntad. Su formación fue de ingeniero. Fueron sus colegas los que le sugirieron que se sumarse al equipo de investigación que estaba creando Enrico Fermi en Roma por su talento inhumano para las matemáticas. En dos años obtuvo el doctorado en física. Y comprendió la naturaleza del átomo mejor que los grandes científicos del siglo que llevaban toda una vida estudiándolo, como Bohr. De hecho, Majorana sólo aceptó trabajar con Fermi tras comprobar, en un día, con cálculos propios, que la hipótesis de Fermi –de la que hablaron en su primera entrevista– era correcta. Es decir, redujo la vida de investigación del futuro premio Nobel italiano a unas comprobaciones domésticas. En palabras del propio Fermi. «Hay varias clases de científicos; están los de segundo o tercer orden, que hacen lo que buenamente pueden y no pasan de ahí; están los científicos de primer orden, que hacen descubrimientos de gran importancia, fundamentales para el progreso de la ciencia. Y luego están los genios, como Galileo y Newton. Pues bien, Ettore Majorana era uno de ellos». Sciascia investiga la trayectoria de Majorana y cómo se adelantó a Heisenberg en sus descubrimientos de la naturaleza del átomo sin molestarse a publicar sus resultados; feliz de darle todo el crédito al alemán cuando éste llegó a las mismas conclusiones de manera trabajosa y paulatina. Así era la cabeza de Majorana.
Como hizo en el caso Aldo Moro, Sciascia estudia las cartas que dejó Majorana antes de desparecer en 1938. Y llega conclusiones diferentes de las de la policía. Recordemos que su desaparición fue un escándalo en su momento y que el propio Mussolini ordenó que se investigara el caso. Al final, la policía concluyó que Majorana se había suicidado al lanzarse del barco que lo transportaba de Palermo a Nápoles y que su cuerpo no había aparecido por las corrientes marinas. Sciascia, casi cuarenta años después, sin otros documentos que el informe policial, algún testimonio aislado y las cartas de despedida de Majorana a la universidad y su familia, llega a una conclusión diferente: Majorana se retiró a un convento napolitano incapaz de frenar el avance científico que desembocaría en la bomba, pero sobre todo incapaz de evitar que lo obligaran a trabajar en esa dirección. Lo vio todo. Incluida la lucha fascista y nazi por hacerse con una tecnología que les daría el triunfo en una guerra que aún no estallaba. Para Sciascia, Majorana fingió su muerte con tal precisión que fuera imposible descubrir la verdad y, al mismo tiempo, revelaba en clave las razones de su falsa desaparición.
Oppenheimer no fue un moderno Prometeo, que roba el fuego a los dioses para el disfrute de la humanidad. Fue un cómplice voluntario del dios Ares. Y la mejor forma de ver la película de moda es con el libro de Sciacia bajo el brazo.