THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

Habrá más empleo, pero...

«Conviviremos con la aparente paradoja de soportar altas tasas de desempleo con unas cantidades crecientes de puestos de trabajo sin cubrir»

Opinión
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Habrá más empleo, pero…

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El empleo cambia, muta, se transforma a una velocidad que nos pasma y asombra, siempre por delante de leyes y normas. El empleo, a lo largo de la historia, siempre evolucionó, sí, pero jamás al vertiginoso ritmo actual, economía digital mediante. En una sola generación hemos pasado desde las primeras televisiones en blanco y negro a la IA; del seiscientos al coche eléctrico de conducción autónoma; de la Barbie de plástico a la de celuloide superstar. Probablemente, los babyboomers seamos la generación del asombro, la que ha cabalgado entre mundos más diferentes, la que se ha moldeado con cambios más profundos. Y lo hemos conseguido sin perder la cabeza… o al menos no demasiado, según nos parece. Nacimos mecánicos y dejaremos un mundo por completo digitalizado, aunque igual de jodido, que únicos somos lo humanos para meternos en líos sanguinolentos y absurdos.

Sí, desde siempre, el empleo evolucionó con gradiente de velocidad creciente. Lento, muy lento al principio, exponencialmente al final. Nuestros ancestros del pleistoceno vivieron y se afanaron de manera muy similar durante dos millones de años. Tallaron, recolectaron y cazaron de manera idéntica durante toda esa eternidad. Los posteriores neandertales y primeros sapiens nos hicimos coquetos y espirituales, nos adornamos con collares y pintamos las cavernas. Aparecieron nuevos trabajos, nuevos oficios. Este periodo duró 300.000 años. Pero fue en el neolítico cuando nos descocamos. Los cambios comenzaron a acelerarse; este periodo apenas si duró unos siete mil años, una nadería para los larguísimos interludios anteriores. Nació la ciudad, el rey, los impuestos, la agricultura, los talleres…

Todo estaba preparado para el siguiente gran salto, la era de los metales, que partiendo del cobre y pasando por el bronce, llegó hasta la del hierro en apenas tres mil años. Y desde Roma para acá, apenas si algo más de dos mil años, todo ha sido mudanza y frenesí. Los miles de años se transformaron en cientos. Desde la revolución industrial, los cientos de años se convirtieron en décadas. ¿Qué decir entonces de la revolución digital en la que nos encontramos inmersos, donde nacen oficios cada año y donde lo que estudias durante una carrera universitaria queda obsoleto antes de que la finalices? Siempre fuimos trabajo, sí, pero trabajo acelerado, que diría el poeta.

Han cambiado las formas, los modos, pero no la esencia. Trabajamos para hacer algo que precisamos o que a alguien le interesa. También por gusto, faltaría más. Las sociedades humanas se conforman gracias al trabajo de las personas que las componen. Trabajos muy diversos que, de manera simbiótica se organizan y esfuerzan para que el conjunto funcione y otorgue una calidad de vida razonable a sus ciudadanos. Aunque, según la RAE, la palabra trabajo posee varias acepciones, a nuestros efectos, nos quedaremos con la de ocupación retribuida, esto es, hacer algo a cambio de un salario.

«El mundo del trabajo es hijo de la sociedad que lo genera, de sus valores y prioridades»

Cada modelo de sociedad generó una manera diferenciada de trabajar y de organizar el trabajo, de acuerdo a sus posibilidades, necesidades e ideales, como hemos comprobado a lo largo de la historia. Nada tiene que ver la organización y retribución del trabajo en el antiguo Egipto, por ejemplo, con la del Renacimiento Italiano, por no compararla con la actual de Silicon Valley. En todas las etapas históricas se trabajó – y mucho – pero con modelos de organización, retribución y derechos bien diferenciados. El mundo del trabajo, como ya sabemos, es hijo de la sociedad que lo genera, de sus imaginarios, valores, prioridades y condicionantes.

El concepto actual del trabajo y del empleo es fruto de una evolución que nace en la revolución industrial. Entre finales del XIX y principios del XX tomaron cuerpo la idea del trabajo asalariado, de la negociación colectiva entre sindicatos y patronales, del derecho de huelga, horarios, vacaciones, pensiones, sanidad, bajas y el largo rosario de derechos inherentes al hecho de trabajar, sea asalariadamente o por cuenta propia, con derechos mucho más limitados. Desde la perspectiva sindical, los derechos laborales se habrían conseguido gracias a la lucha obrera. Y, en gran parte, tienen razón. Los empresarios aducen que son las empresas las que crean las oportunidades, los modelos de negocio, la gestión de RRHH y a las que les interesa tener a sus trabajadores satisfechos y motivados. Y también tienen su parte de razón.

Los economistas afirman que a medida que los modos de producción generan mayor valor añadido, los salarios y las condiciones de vida mejoran para todos. Cierto es, al menos en teoría. Los legisladores y gobiernos, la política en general, argumenta que las normas laborales son fruto de ideales y de acuerdos políticos. Parte de razón tienen. En todo caso, aunque la visión tripartita del mundo del trabajo ha configurado el conjunto de leyes, prácticas usos y costumbres que hoy definen y caracterizan al trabajo, en última instancia, han sido los condicionantes tecnológicos los que hicieron avanzar los modos de empleo. Y detrás de las revoluciones tecnológicas, todo lo demás. Las normas que regulan al mundo del trabajo evolucionan en un entorno de tensión en el que gobiernos, parlamentos, sindicatos, empresarios, jueces, economistas y doctrina tratan de ordenar la realidad engendrada por los cambios tecnológicos. Por eso, la norma condenada está a ir necesariamente por detrás, como al principio decíamos.

Y, ¿cuáles son los principales vectores que influirán en el empleo estos próximos años? Pues diríamos que tres: desglobalización, tecnología y demografía. Vamos a ver-

Las dinámicas desglobalizadoras, la probable y creciente inseguridad internacional y la guerra larvada entre EE UU y China conducirán, necesariamente, a una cierta reindustrialización. O sea que, actividades productivas que cedimos a los países asiáticos deberán regresar por motivos de seguridad de suministro. Y si no, véase, por ejemplo, el conocido caso de los microchips o la apuesta por la autoproducción energética renovable. Esta dinámica resultará claramente positiva para el empleo, aunque, atención, este se ubicará en las zonas que ofrezcan el mejor ecosistema para la actividad dentro de cada uno de los bloques. El europeo, claramente, funciona como una unidad y debemos competir entre países hermanos para atraer las inversiones productivas.

«Las sociedades más avanzadas tecnológicamente son las que mantienen un mayor y mejor empleo»

El futuro será tecnológico y digital, o no será. Los europeos tenemos por delante un enorme reto para recuperar posiciones perdidas frente a americanos y asiáticos, si queremos seguir manteniendo una razonable calidad de vida. Como podemos comprobar, las sociedades más avanzadas tecnológicamente son las que mantienen un mayor y mejor empleo.

Pero sobre la tecnología, están las personas. En cantidad y calidad. En número y en formación y motivación. Y aquí también tenemos retos por delante. La demografía europea, en general, pero de manera muy acusada la española, comenzará a notar la sostenida caída de natalidad. El mercado laboral luchará por atraer a los más formados, en especial en aquellas posiciones de componente tecnológico. Conviviremos con la aparente paradoja de soportar altas tasas de paro con unas cantidades crecientes de puestos de trabajo sin cubrir. ¿Las causas? Son bien conocidas. Las principales, la inadecuación formativa a las demandas actuales, la escasa movilidad funcional y geográfica o la ineficiente gestión de la diversidad generacional, por apuntar tan solo tres de las más destacadas. Para atender la demanda de empleos, será precisa una adecuada gestión inmigratoria, pues precisaremos trabajadores tanto cualificados como no cualificados, con el enorme reto de conseguir una adecuada gestión de flujos y de políticas de integración. En ellas nos jugamos gran parte de nuestro futuro.

Pues, visto lo visto, hacemos un diagnóstico acelerado para esta próxima década. Habrá más empleo, con un mayor componente tecnológico y que será cubierto, de manera creciente, por trabajadores procedentes de terceros países. ¿Estamos preparándonos para ello? Pues juzgue usted mismo, pero hágalo rápido, que los tiempos, como los ríos de Heráclito, nunca se detienen. Tempus fugit

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