Lecturas de verano III: los demasiados libros
«La medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan. ¿Qué importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros?»
Se cumplen cincuenta años de Los demasiados libros. Y para conmemorarlo, Debate publica una edición actualizada de este ensayo de Gabriel Zaid. Un libro tan necesario que desmiente su propio título. Pese a haber sido traducido al inglés, francés, italiano, alemán y portugués, entre otras lenguas, y pese a acumular una importante cantidad de referencias críticas y reseñas, el título no tiene el alcance que debería. Si lo hubiera escrito un autor anglosajón mediático, sería libro de texto en las facultades de humanidades, de consulta obligada para cualquier editor y una referencia ineludible para cualquiera que sienta el pulso suicida de ver sus textos publicados.
Gabriel Zaid es un sabio modesto, casi anónimo. Un Sócrates mexicano que no llega al extremo de desdeñar la letra impresa, pero sí la fama y la publicidad asociadas a ella. Nunca ha dado una entrevista ni promocionado su obra. Tampoco participa de la vida literaria en ninguno de sus rituales (premios, conferencias, presentaciones). No se conocen fotografías de él y resguarda celosamente su vida privada. Para Zaid, la figura del autor distorsiona el sentido de sus palabras, que solo deberían valer por lo que puedan ofrecer por sí mismas en el debate público, en el que participa cotidianamente desde hace más de seis décadas. De hecho, la mayoría de sus libros, como los de Ortega y Gasset, son recopilaciones armónicas de sus columnas en la prensa. En ese sentido, Gabriel Zaid es un milagro de la cultura libre.
Las batallas de Zaid se han centrado en luchar contra el gigantismo piramidal de los gobiernos, la burocracia, los sindicatos y las empresas. Contra la idea de progreso que sacrifica el presente, la dimensión humana de las cosas y el tiempo libre. Contra las credenciales del saber (títulos, premios, membresías) y toda cultura de claustro (universitario, académico). Su obra es un canto, conciso, a la conversación inteligente y al aprendizaje en la práctica. Hace del sentido común una filosofía para la vida y de la lectura, una dichosa enfermedad.
Los demasiados libros es un ensayo anfibio: critica la industria editorial en su ceguera mecanicista al tiempo que revindica sus mejores prácticas: aquellas que buscan que todo buen libro, cuidado con mimo, encuentre a su lector ideal y cambie una vida con ese feliz hallazgo. Y que ese libro se inscriba dentro de una constelación congruente, pero no previsible. Una constelación definida, pero abierta, cuyo motor es la palabra «no». No aporta, no interesa. Para que sus escasos «síes» tenga sentido, un buen editor debe decir «no» miles de veces.
Para Zaid, «la cultura es conversación. Pero escribir, leer, traducir, editar, diseñar, imprimir, distribuir, catalogar, reseñar, pueden ser leña al fuego de esa conversación, formas de animarla. Hasta se pudiera decir que publicar un libro es ponerlo en medio de una conversación, que organizar una editorial, una librería, una biblioteca, es organizar una conversación». Por eso mismo, está en contra de la cultura como ostentación, como vacua erudición, como pozo sin fin.
«La lectura sólo sirve si transforma y ayuda a vivir»
La lectura sólo sirve si transforma y ayuda a vivir: «Quizá por eso, la medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan. ¿Qué importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales».
Los demasiados libros estudia la cruel realidad de las sociedades contemporáneas, que tienen más acceso que nunca a la cultura y menos tiempo para disfrutarla. Como si fuera un físico teórico, Zaid encontró la relación paradójica entre abundante materia y escaso tiempo. Podemos acumular toda la música de Mozart, pero no tenemos el tiempo de escucharla: «Ante la disyuntiva de tener tiempo o cosas, hemos optados por tener cosas. Hoy, es un lujo leer a Sócrates, no por el costo de los libros, sino por el tiempo escaso. Hoy, la conversación inteligente, el ocio contemplativo, cuestan más que acumular tesoros culturales. Hemos llegado a tener más libros de los que podemos leer».
Otra paradoja es que vivimos tiempos en los que todo mundo quiere escribir (de ahí el éxito de la autoedición por Amazon… para Amazon), pero nadie tiene tiempo de leer a los demás. Esto vuelve la cultura una interminable sucesión de monólogos a los que nadie atiende. La cultura debería nacer al revés: de la lectura hacia la escritura y del diálogo en escala pequeña hacia la no siempre deseable masificación, que todo lo iguala a la baja.
En el vasto mundo de la cultura se necesita un primer punto de apoyo. La suerte de tener un maestro, amigo, familiar, que te ayude a encontrar ese primer libro decisivo que te abra los ojos al cielo nocturno y te haga ver el universo que te espera detrás. Un primer paso hacia la red que relaciona los libros entre sí y la experiencia personal con su lectura. Ese es el papel de los clásicos, brindar esas lecturas comunes que hacen posible la conversación. No se puede hablar o debatir sin unas mínimas referencias compartidas.
A diferencia de la televisión, que está obligada por costo, a producir para públicos amplios, lo que limita la profundidad de su mensaje, la economía del libro permite producir a escala mucho menor, lo que favorece la diversidad y la densidad. También ayuda que es un tecnología no superada ni superable. Como el alfabeto o la rueda, el libro nació perfecto y compite con tal éxito en el mundo digital que el formato complementario es el ebook y no el papel.
Así como ridiculiza las ínfulas de trascendencia de los autores, sus egos y demandas infinitas, Zaid entiende como pocos el papel crucial que juegan los intermediarios (críticos, editores, libreros, directores de festivales, bibliotecarios), en la cadena de valor del libro, lo que quiere decir, en el nivel de la conversación pública: «Aunque el ruido y la vacuidad de los bestsellers sea deprimente y parezca una amenaza para la lectura, la mayor amenaza está en el ruido del caos, en el cual tantos libros excelentes se pierden de vista. Pero del caos pueden surgir constelaciones, y el ruido puede filtrase para que se escuche la música. Esta función, capital para la cultura, ha sido vista por lectores inteligentes que deciden intervenir y actúan como filtros creadores de sentido para sí mismos y para otros».
Ese justamente debería ser también el lugar de Zaid en la cultura en español. Un filtro creador, una referencia común.