THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Así domina la política la izquierda

«Cuando el pánico moral se desata, los juicios racionales desaparecen y son suplantados por juicios morales. Y quien lo desafíe, sea un particular o un político, será un malvado»

Opinión
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Así domina la política la izquierda

Luis Rubiales. | Europa Press

No hace falta ser un avezado analista para comprobar que el pánico moral se ha apoderado de la política. Si echamos la vista atrás, descubriremos que prácticamente en casi todas las polémicas que han capitalizado la atención de la opinión pública y la confrontación política en España se adaptan como un guante a este concepto. Desde el ‘caso de la manada’, pasando por la forma abusiva en que se abordó la pandemia o los cánticos del colegio mayor Elías Ahuja, hasta llegar al escándalo del beso de Rubiales a Jenni Hermoso, el pánico moral ha sido el mecanismo empleado, especialmente por la izquierda, para controlar la política. 

Fue el sociólogo Stanley Cohen quien, en 1972, en su libro Folks Devils and Moral Panics acuña el término Pánico Moral y explica su dinámica: las fuerzas vivas, es decir sujetos en posiciones de poder (políticos), con cierta influencia (intelectuales y activistas) o, simplemente, con capacidad de influir en la opinión pública (periodistas) señalan un comportamiento, o un grupo, como encarnación de la maldad, provocando preocupación y miedo, sentimientos que exacerban hasta desencadenar una fuerte hostilidad hacia determinadas actitudes o colectivos. De esta forma, instigan a la multitud a lanzarse ciegamente contra el supuesto mal, neutralizando cualquier posibilidad de debate racional, dificultando la búsqueda de soluciones adecuadas y, sobre todo, desviando la atención de la crítica al poder político.

Los ejemplos que he puesto anteriormente son bastante recientes y están frescos en nuestra memoria, pero podemos remontarnos más atrás en el tiempo y encontrar sucesos donde el pánico moral ha tenido un protagonismo indiscutible. Uno de los más significativos nos retrotrae al año 2002. Me refiero al hundimiento del buque petrolero Prestige, que derivó en desastre ecológico. Un accidente tan controvertido como complejo en el que influyeron infinidad de circunstancias y cuyo principal responsable, más allá de factores humanos, fue un fuerte temporal. 

Sin embargo, el tratamiento por parte de la izquierda del suceso del Prestige rápidamente dejó a un lado el debate racional para trasladarse a un terreno mucho más manipulable: el emocional. Así, la catástrofe ecológica que siguió al hundimiento del buque no fue resultado de una sucesión de desdichas y decisiones más o menos desafortunadas, sino producto de la maldad. La aparente incompetencia del gobierno era mucho peor que incompetencia. Era desidia. La lógica dejadez de quien desprecia el bien común. De esta forma, la izquierda no sólo capitalizó la catástrofe, sino que al asociar a la derecha con el mal que la había provocado puedo enardecer a la multitud y lanzarla contra ella. 

El suceso del Prestige acabó convirtiéndose en un pánico moral de libro, tal y como Stanley Cohen lo define y lo articula. Los políticos, activistas y periodistas de izquierda señalaron un comportamiento, o un grupo, en este caso un gobierno de derechas, como encarnación de la maldad, provocando preocupación y miedo e instigando a la multitud a lanzarse ciegamente contra él. 

«Si a las personas se les traslada la idea de que el futuro no es por definición apocalíptico, sino que puede ser prometedor cambiando las políticas, tal vez cambiaría el juego»

Cuando el pánico moral se desata, los juicios racionales desaparecen y son suplantados por juicios morales. Y quien lo desafíe, sea un particular o un político, será un malvado. Pero el pánico moral no se limita a los casos que he citado y otros que me dejo en el tintero, también está presente en cuestiones que trascienden la política nacional, como el cambio climático. En el cambio climático, por más que se apele a la ‘ciencia’, se recurre a la preocupación y el miedo para instigar a la multitud a lanzarse ciegamente contra actitudes, usos y costumbres ‘malvados’ que serían responsables del apocalipsis climático. De esta forma, tal y como advierte Cohen, se neutraliza el debate racional, se imponen medidas arbitrarias y se elimina la imprescindible crítica al poder político. Quien disienta no ya del cambio climático, sino de la forma en que se enfoca es tachado de negacionista. 

El pánico moral, sea mediante la preocupación, el miedo o directamente la alarma, nos impone una asimetría insuperable porque coloca invariablemente nuestras preferencias o necesidades individuales frente a una supuesta amenaza común. Así, si queremos defender nuestros derechos, preservar nuestros hábitos y costumbres o atender nuestras aspiraciones, estaremos solos frente a una idea masiva del bien que no tolera al individuo. No podremos defender nuestros intereses porque al hacerlo atentaremos contra el prójimo. 

¿Necesitas usar un vehículo privado para trabajar o simplemente para tener una calidad de vida aceptable? No importa. Si conduces tu propio vehículo, estás contribuyendo a las enfermedades pulmonares. Más aún, estás contribuyendo al apocalipsis climático. Eres un malvado. Lo mismo cabe aplicar a todas las comodidades o beneficios que el progreso de la sociedad capitalista competitiva nos ha proporcionado y que ahora están siendo cuestionados. 

El pánico moral abusa del chantaje emocional, de la imposición travestida de buenas intenciones. Pero, sobre todo, es vehemente. No sólo estigmatiza a aquellos que cuestionan su bondad, también se emplea a fondo con quienes arroga el papel de víctimas… si se salen del recuadro.

Esta vehemencia se ha hecho evidente con el beso de Rubiales. Al principio, no ya la propia Jenni Hermoso con sus declaraciones, sino medios afines a la izquierda consideraron el episodio divertido y simpático… hasta que los cruzados del ‘sólo sí es sí’ pusieron en marcha la máquina del pánico moral. A partir de ahí todo cambia. Jenni Hermoso, lejos de insistir en quitar hierro al asunto, asume el papel de víctima porque teme que, si no lo hace, acabará en la misma pira que Rubiales.

Llegados a este punto, la pregunta es cómo podemos impedir que el pánico moral siga controlando la política y, consecuentemente, a la sociedad. En mi opinión, no hay una solución mágica. Pero parece evidente que combatir los pánicos morales con otros pánicos morales no es el camino. Si frente a los apocalipsis de la izquierda se oponen otros ideados por la derecha, se impondrán aquellos que resulten más verosímiles, aunque sean falaces. 

Quiero decir que, quizá, puestos a dejarse llevar por el pánico, resulte más convincente el apocalipsis climático o el machismo asesino que la amenaza del sanchismo. Y que, tal vez, la derecha o el centro derecha, debería probar a quebrar la estrategia del pánico moral por su punto más débil, que no es otro que abusar del miedo y de la culpa. Si a las personas se les traslada la idea de que el futuro no es por definición apocalíptico, sino que puede ser prometedor cambiando las políticas, tal vez cambiaría el juego. Después de todo, vivir con miedo y permanentemente amenazado es muy desagradable. Dicho de forma más directa, frente al agotador y opresivo pesimismo de la izquierda, una actitud propositiva y ajena al fatalismo podría constituirse en una alternativa auténtica.              

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