La cortina de humo del culebrón Rubiales
«Como artilugio para captar la atención, como excelente cortina de humo, el caso Rubiales ha sido un éxito de la izquierda… a mi juicio, no fortuito»
Quería evitar el monotema Rubiales, pero la disparidad de reacciones ante cuestiones puntuales y estructurales, la pericia de ciertos sectores en crear cortinas de humo, la implacabilidad del poder woke, la utilidad política de las campañas de cancelación y, sobre todo, la perturbadora (in)capacidad de la opinión pública española para priorizar problemas sociales, piden mucha reflexión. Al menos, desde el punto de vista comunicativo, lo que estamos viviendo es muy interesante.
El pasado 21 de agosto, parte de la nación se vio envuelta en un vendaval de indignación a raíz de dos gestos (horteras, casposos, de mal gusto, macarras e intolerables…) protagonizados por el presidente de la Federación Española durante la final del Mundial de Fútbol Femenino. Horas después de que se produjeran, medios y redes, tras haberlos editado, se entregaban (como no lo han hecho con el aumento de violaciones, la pobreza o el destino de los fondos europeos, por ejemplo) a una minuciosa descripción, escrutinio y viralización de a) un tocamiento (público, peculiar y soez) de genitales, y b) un beso (que se discute si es consentido o no).
Desde los tiempos de Camilo José Cela y su mención al «cipote de Archidona», no había desatado la anatomía masculina semejante escándalo (con permiso de Sánchez), si bien el «clamoroso rechazo al machismo»—inexistente en algunas instituciones cuando se levantan condenas a violadores, se borra a las mujeres o se ignora la explotación sexual de menores— lo ha impulsado no el escroto, sino el beso de Rubiales.
Un ósculo (que todos hemos visto) solemnemente categorizado como «violencia machista» por Irene Montero, que es quien pontifica ahora de feminismo. Juzguen ustedes…
Vaya por delante que los gestos de Rubiales me resultan repulsivos. Sin embargo, también me parece curiosa la declaración de la ministra, que no se ha pronunciado sobre recientes intentos de violación por parte de alguno de los 1.155 individuos beneficiados por su ley, ni sobre el embarazo en una cárcel de mujeres por una persona transgénero, ni sobre el aumento de agresiones sexuales violentas con penetración. Cuestiones (más allá de la anécdota y de la estética) estructurales que le competen y que afectan no a una, sino a todas las mujeres.
Sin embargo hay más. Habida cuenta de la contundente tipificación del beso, la Ministra debiera haber incitado ipso facto a Hermoso a presentar una denuncia dentro del marco del sí es sí. No lo ha hecho públicamente: vaya usted a saber si porque no confía en que su ley la proteja, si porque no tiene muy claro el diagnóstico, o si porque la estrategia podemita es siempre más de dichos que de hechos.
El caso es que Montero se ha limitado a exigir en un tuit la dimisión de Rubiales (mientras sigue negándose a proceder a la suya). La ministra emulaba a Yolanda Díaz, que fue la primera en exigir la dimisión del individuo al identificar «un jefe presionando a una trabajadora para encubrir el abuso sufrido». «Como jefa de encubrir los abusos de pederastas sabe Yolanda un rato», han comentado las redes al recordar su complicidad en la ocultación de un caso de pedofilia en 2009.
Al igual que Irene y Yolanda, no sólo otras integrantes del ejecutivo, sino también empresas, lideres de opinión, tertulianos, periodistas, deportistas… en fin, lo más florido del establishment, se han ido sumando a las peticiones de dimisión. Este alud de «feminismo indignado de piquito» ha eclipsado, paradójicamente, el mayor logro del fútbol femenino español, como prueba del pensamiento patriarcal y del escaso respeto hacia las mujeres que todavía algunos profesan. Todo en orden.
«La izquierda necesita un plan B porque la derecha del PNV y de Puigdemont puede volver a empujarles a elecciones»
Así las cosas, una orquestada manifestación de descontento, iniciada por las jugadoras de fútbol, ha impulsado un movimiento de cancelación en toda regla etiquetado ¡por el propio Ejecutivo! como «el #MeToo del fútbol español». «El Gobierno trabajará para que Rubiales no vuelva a dirigir«, reza un sorprendente tuit de la cuenta oficial del PSOE, dispuesto a hacer justicia y a castigar al machito anacrónico. Pero esto no es propaganda, oye…
Hete ahí que, en un acto de patética obstinación, con actitud chulesca, quien hasta ahora- según la prensa- había sido un «protegido de Moncloa», da una rueda de prensa más elocuente que su gesto de los genitales … y le hace una peineta al sistema. Es este desafío, y no tanto su machismo (que lo hay), lo que causa indignación: en un gesto inaudito la Comisión Disciplinaria de la FIFA le impone noventa días de suspensión de sus cargos y una orden de alejamiento de Jenni Hermoso. Poca broma cuando no son los propios, sino los escrotos ajenos lo que se tocan.
Llevamos más de una semana y el tema sigue acaparando portadas. La cosa, además parece que se complica: mientras la madre de Rubiales inicia una huelga de hambre dentro de una iglesia (no sé bien por qué en un templo) denunciando una «cacería inhumana», parte del gobierno en funciones solicita justicia y alerta de que Hermoso se encuentra en una situación de «extrema vulnerabilidad y desamparo». Por fin, este lunes, y habida cuenta de que el escándalo cada vez tiene más repercusión internacional, parece que la Fiscalía consultará a la futbolista madrileña si quiere emprender acciones. Me guardo mi opinión.
Lo grave no es el histrionismo. Lo grave es que los medios le den pábulo, y que, mientras estamos distraídos, enganchados con este culebrón, dejamos de interesarnos por otras cosas importantes. Por ejemplo, por lo que se puede estar negociando para la formación de gobierno. ¿Nos toman por tontos?
Como artilugio para captar la atención, como excelente cortina de humo, el caso Rubiales ha sido un éxito… a mi juicio, no fortuito. Y es de justicia reconocer la destreza de aquellos que lo concibieron y que siguen alimentando la estrategia.
Un beso y un gesto resultan productos fáciles de consumir y de viralizar en la sociedad de las pantallas (mucho más, por ejemplo, que la trágica historia de una víctima de violación). Pero hay que estar hábil para identificarlos, ubicarlos, tratarlos y divulgarlos. Por otra parte, es lo episódico, y no lo temático y profundo, lo que mejor capta la atención de la gente, especialmente en verano. Y, lo que es más importante, hoy día la configuración de la opinión pública no es posible sin la construcción de buenos relatos.
Desde que andamos enganchados a series y filmes, en todo discurso público anhelamos historias con protagonistas y antagonistas, que evoquen emociones (aunque sea la ira y la indignación y la pena), y no meras transmisiones de datos o hechos.
En estos tiempos woke, escribía Hughes este domingo en La Gaceta que «un machista anacrónico desata más odio que descuartizadores, terroristas o violadores». Y puede que tenga razón. Una figura pública (un pieza, un patán) frente a una víctima, relativamente anónima que representa el esfuerzo colectivo, la lucha y el orgullo de muchas mujeres… pero también su vulnerabilidad, son éxito seguro.
Rubiales, probablemente, sea un objetivo ideal para derribar. Y es importante entender que la expulsión de los «indeseables» proporciona un efecto placebo más poderoso que la implementación de políticas públicas eficaces. En este punto, no puedo dejar de recordar dos cuestiones. La primera, que no hay nada menos feminista que liberar a agresores, y que equiparar y trivializar delitos con temeraria soberbia. La segunda, que la izquierda necesita un plan B porque la derecha del PNV y de Puigdemont puede volver a empujarles a elecciones. Y la causa feminista es ahora una causa trasversal.
Nos hallamos en una encrucijada de la comunicación pública, donde la investigación de verdades incómodas en temas fundamentales se enfrenta a la tentación de consumir y viralizar anécdotas puntuales y melodramas. Pues eso.