THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Feijóo y el pulpo en el garaje

«En sus reglas, el PSOE considera que la Constitución sobra o es moldeable si es un obstáculo para que gobierne Sánchez»

Opinión
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Feijóo y el pulpo en el garaje

Alberto Núñez Feijóo y Cuca Gamarra. | EFE

Tiene razón el PP cuando se queja de que Yolanda Díaz no acuda a la cita con Feijóo pero sí se reúna con el fugado Puigdemont. Pero la pierde cuando a continuación dice que se va a sentar con Junts a explicar el proyecto para España que tiene el PP. La disonancia es una muestra de la situación. Mientras unos trabajan por un proceso constituyente basado en iniciativas del Congreso y ratificaciones del Tribunal Constitucional, otros están cumpliendo un protocolo que no sirve para nada. 

En esta guerra de movimientos que es la política, Sánchez gana porque el tablero y las piezas son suyas, y las reglas las ha puesto él, mientras el PP sigue un libreto caducado jugando en campo ajeno. El resultado es que Feijóo solo puede gobernar en España si consigue mayoría absoluta con Vox y dos o tres partidos unicelulares; es decir, con una carambola hoy digna de aplauso. Esta es la vieja fórmula, y llegar al poder en estas condiciones, con este ritmo y la misma actitud va a ser muy difícil. 

El sanchismo juega con unas reglas diferentes a las propias de las democracias constitucionales. Miente, distorsiona, relata y retuerce la ley apoyándose en el control de las instituciones fiscalizadoras, la labor propagandística de la prensa del movimiento sanchista, las tragaderas de su electorado, y la previsibilidad de la oposición. El PSOE puede predecir los movimientos del PP, un partido protocolario y legalista, incapaz de una decisión audaz o de levantar la voz, por lo que siempre se adelanta y juega con ventaja. 

Sánchez, a diferencia del PP, asimiló en 2016 la destrucción del bipartidismo imperfecto que se inauguró en 1977, y la importancia de los grupos parlamentarios nacionalistas para formar mayorías. Ese año Sánchez consiguió el peor resultado electoral del PSOE en su historia democrática, 85 escaños, pero dos años después, en julio de 2018, llegó a la presidencia del Gobierno gracias a la alianza con los nacionalistas. Y ahí empezó todo. Esa es la clave del poder: cualquiera vale para conseguir una mayoría suficiente contra los populares, y se puede hacer todo para lograr su apoyo. 

«El sanchismo nunca entrará en un proceso constituyente abierto y siguiendo los procedimientos establecidos por la ley porque perdería el control»

El PSOE cuenta con que su electorado no va a castigar ninguna de sus cesiones a los nacionalistas. Ni la España plurinacional, ni los referéndum o la amnistía van a encontrar oposición o protesta en el votante socialista. Sánchez ganó su plebiscito del 23-J porque sus electores blanquearon sus tropelías pasadas permitiendo así las futuras. Y para reforzar la impunidad, el sanchismo suelta el argumentario salpicado de expresiones como «mayoría progresista», «soluciones democráticas» y «desbloqueo de los conflictos generados por la derecha» que calman la conciencia de sus votantes si sienten vergüenza al verse del brazo de exterroristas, exgolpistas y fugados de la justicia. 

A estas alturas el PP debería haberse hecho a la idea de que el votante socialista moderado no existe en cantidad suficiente como para que su apoyo sirva para dar un vuelco en las urnas. Las encuestas no son las tablas de la ley y nos engañaron a todos. Otra cosa: tampoco hay un partido socialista al que clamar responsabilidad por mucho que Page finja indignación ahora, porque tragará como ha hecho siempre para evitar la purga de Sánchez. 

Este país tiene un problema muy grave. El PSOE defiende unas reglas de juego por las que no aceptaría el voto del PP para que Sánchez fuera presidente del Gobierno, pero sí de Junts aunque suponga negar el Estado de Derecho y humillar la democracia del 78. En sus reglas, el PSOE considera que la Constitución sobra o es moldeable si es un obstáculo para que gobierne Sánchez.

Ahora bien, el sanchismo nunca entrará en un proceso constituyente abierto y siguiendo los procedimientos establecidos por la ley porque perdería el control y la capacidad para satisfacer demandas de los nacionalistas. Es más seguro dirigir un proceso constituyente desde el poder y los despachos, sin pasar por las urnas y sin explicarlo a los españoles. Yolanda Díaz, por ejemplo, vicepresidenta del Gobierno, se ha plantado ante Puigdemont en Bruselas para prometer la derogación del régimen constitucional sin recurrir al protocolo con el se inicia un proceso constituyente. 

Mientras, el PP parece un partido más perdido que un pulpo en un garaje; como Vox, ojo. La mayoría absoluta en el Senado no permite un freno completo al proceso constituyente encubierto, ni siquiera tener el mayor poder territorial que se recuerda. Y menos aún si tenemos en cuenta que el Tribunal Constitucional está en manos de Sánchez. En ninguno de esos dos ámbitos, Senado y autonomías, se decide la política nacional ni se hacen leyes para todos. Siento ser pesimista, pero decir otra cosa sería mentir.

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