THE OBJECTIVE
Lucía Etxebarria

Woody Allen y el nuevo macartismo

«Si en EEUU se le ocurriera al portavoz de cualquier grupo político en el gobierno llamar pedófilo reincidente a Woody Allen le tendría que pagar varios millones»

Opinión
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Woody Allen y el nuevo macartismo

Woody Allen, director, actor y comediante estadounidense | EuropaPress

La gente dice

La gente dice que las cosas se están saliendo de madre. La gente dice que es perfectamente deleznable y repugnante que un grupo de estudiantes clasifiquen a las chicas en función de lo buenas que están, pero también cree que no es de recibo que exista una policía del pensamiento que te imponga sanciones por lo que has dicho en un chat privado. 

Sobre todo, la gente piensa que no puede existir un doble rasero según el cual, si alguien escribe en un chat «la azotaría hasta que sangrara», este señor puede ser nombrado vicepresidente del Gobierno sin ningún problema,  pero si otro alguien escribe en un chat «les vamos a partir las bragas», reciba una sanción. La gente ve el doble rasero y a la gente le empieza a parecer peligroso este neopuritanismo y esta cultura de la cancelación. 

La gente dice también que suena un poco raro esto de que presentes, como noticia, unos comportamientos que son bastante comunes en los chats universitarios (los cuatro últimos años he estado haciendo una carrera y no les quiero contar las barbaridades que podíamos decir en los chats sobre los profesores) y que esta noticia aparezca precisamente el día siguiente en el que ha habido una cuchufleta general a cuenta del último despilfarro del Ministerio de Igualdad: la presentación de una app absurda que ha costado veinte veces lo que cuesta esa app en mercado.

Una app que hemos pagado del bolsillo del contribuyente, entre todos. Se quedaría en anécdota si no fuera porque esa ha sido la tónica del Ministerio de Igualdad estos últimos cuatro años. Porque  así, pagando campañas absurdas a precios desmesurados, han desaparecido 80 millones que nadie sabe dónde han ido. A los bolsillos de los amiguetes de la ministra, entendemos. 

Juan Soto Ivars dice

Nos habían llamado a Juan Soto Ivars y a mí, entre otros, para participar en el plató de Espejo Público, en un debate sobre la cultura de la cancelación. Y, a propósito, sobre todo, de que el festival de Cannes se haya negado a emitir la última película de Woody Allen, mientras que en el Festival de Venecia esa misma película ha sido un éxito absoluto y clamoroso de crítica y público.

En esta edición del 2023, Thierry Fremaux, director del festival de Cannes, ha decidido no programar la nueva película de Woody Allen aduciendo lo siguiente: «Sabíamos que si su película se proyecta en Cannes, la polémica se desataría y jugaría en contra de esta y otras películas». O sea, la película no se proyecta no en base a su calidad, buena, mala o peor, sino porque hace treinta y un años, TREINTA Y UN AÑOS, Allen fue acusado de abuso a una menor y finalmente fue exonerado

El debate de Espejo Público nunca vio la luz porque falleció María Teresa Campos. Y lógicamente esa noticia acaparó todo el espacio del programa. Pero nos dio tiempo a Juan y a mí a hablar sobre el tema cancelación, en privado. Yo le conté mi historia, una historia que probablemente todos ustedes ya se sepan de memoria, pero que él no conocía del todo.


Así que, créanme, sé lo que es la cultura de la cancelación. De primera mano. Porque la he vivido. He perdido trabajos, me han cancelado la serie, me han echado del periódico en el que trabajé durante más de diez años, me han seguido por la calle, me han intentado agredir tres veces, etcétera, etcétera, etcétera.

Juan Soto Ivars me dijo que dentro de cinco años todas las personas que habían participado en la campaña de cancelación contra mí iban a tener que borrar tweets porque el miedo ya está cambiando de bando. Me dijo que en cinco años se me reconocería por lo que había hecho. La verdad es que fue extremadamente amable y me dio mucha esperanza. Y en mi corazón ruego a Dios que Juan Soto Ivars tenga razón.

John Boyne dice

Hace unos días Roisim Murphy, irlandesa, una cantante que quizá ustedes no conozcan pero que es muy conocida en el Reino Unido, hizo unas declaraciones sobre el peligro que supone administrarles bloqueadores de pubertad a menores de edad. Inmediatamente se canceló la gira de Roisin Murphy que estaba programada en el Reino Unido. Su compañía de discos anunció que cualquier disco que se vendiera iría a parar a asociaciones transgeneristas (precisamente las que hacen campaña a favor de la administración de bloqueadores de pubertad a menores ), de forma que se abortaba de raíz la posibilidad de que un sector de mujeres que coincidimos el opinión con Roisin compráramos su disco.


John Boyne, escritor irlandés, autor del bestseller  El niño con el pijama de rayas, hizo unas declaraciones a favor de Roisin y hablando de que esto era el nuevo macartismo. No tardó Graham Linehan, también escritor irlandés, en recordarle que, hace cinco años, él mismo, John Boyne, arremetió contra Linehan, cuando Linehan afirmó exactamente lo mismo que ahora dice Roisin.

«El último episodio de esta campaña es que se ha prohibido que Linehan actúe en el Festival de Teatro de Edimburgo»

Cuando Linehan expresó su reticencias ante la ley trans irlandesa, que es prácticamente idéntica a la que tenemos hoy en España, se inició una campaña de cancelación contra Lineham, que viene durando cinco años. El último episodio de esta campaña es que se ha prohibido que Linehan actúe en el Festival de Teatro de Edimburgo. Durante esos cinco años, a Linehan, considerado el mejor cómico de Irlanda hasta que se atrevió a abrir la boca, le han cerrado la cuenta de Twitter, le prohibieron actuar en toda Irlanda, Escocia y gran parte del Reino Unido, le han insultado y vejado y han retirado sus series de las plataformas.
Y, ahora viene lo fuerte.


El comunicado de John Boyne que aparece hoy, el día que escribo este artículo. Traduzco la última parte:
«Graham Linehan, que es, sin lugar a dudas, uno de nuestros mejores guionistas, se ha sacrificado para apoyar a las mujeres, los niños, los gays y las lesbianas. Ha experimentado un trauma en su vida personal y ha sido vilipendiado por sus opiniones, en los periódicos y en la televisión. Actualmente no puede trabajar en la industria que ama.


No hay ninguna razón legal para que yo publique este mensaje. De hecho, Graham se sorprenderá tanto como cualquiera con su aparición, pero he pensado mucho en esto y me di cuenta de que todo lo que yo escribí hace cinco años fue una piedra más en la lapidación de un hombre decente y vulnerable, cuando podría haber usado mi plataforma para defenderlo y apoyarlo.

Graham, sin equívocos, sin excusas y sin evasivas: usted tenía razón, yo estaba equivocado y le pido disculpas».

Atención al «no hay ninguna razón legal para que publique este mensaje». Sí que la hay. Se sabe que Graham Linehan ha contratado a un prestigioso bufete de abogados para que inicie una serie de demandas contra todas las personas que le difamaron y que alentaron la campaña de cancelación.  Cuenta, de momento, con precedentes a su favor. Los casos de Maya Forstater, Keira Bell, Allison Bailey y muchas otras. Personas acusadas de transfobia, expulsadas de sus trabajos, acosadas, que han ido ganando juicios. O el caso de Kathleen Stock, que fue acosada y cancelada por la Universidad de Sussex y que ha sido rehabilitada cuando la Universidad de Oxford le ha permitido presentarse a un debate y conducirlo (algo que la Universidad de Sussex siempre le negó).

John Boyne no pide excusas porque Dios le haya tocado con su dedo mágico y le haya hecho ver la luz, como le sucedió a San Pablo. Las pide porque está acojonado. Porque quiere evitar un juicio por difamación.
Así que quizá tenga razón Juan Soto Ivars y dentro de cinco años haya gente que me tenga que pedir perdón. Quizá Risto Mejide se arrepienta de aquella  pregunta que me hizo en directo cuando me preguntó si yo había plagiado, como dando por hecho que sí lo había hecho. Ojalá tenga razón Juan Soto Ivars y quizá la persona que inició todo este bulo (la famosa cómica a la que el Ministerio de Igualdad le pagaba bolos, y se los pagaba con fondos destinados al Pacto de Estado contra la Violencia de Género), se aterre muchísimo cuando vea que, una vez que haya ganado el juicio penal que tengo abierto contra ella  (si lo gano) empiece también un juicio civil. Quién sabe.

La gente dice que Peio Riaño

Después de lo de Peio Riaño (periodista recientemente cancelado a raíz de un presunto acoso laboral ,nunca denunciado a un juzgado, y que, presuntamente, tuvo lugar en el año 2011), hay muchísimos periodistas que viven absolutamente aterrorizados, temiendo que la próxima campaña de cancelación se pueda dirigir contra ellos. Porque hemos probado que es muy, muy fácil iniciar un rumor, moverlo y joderle la vida a quien nos salga de las gónadas. Al fin y al cabo, a Peio Riaño se le ha destituido a partir de un rumor. Porque nunca ha habido acusación formal alguna contra Peio Riaño.

Se ha cancelado también el programa en el que trabajaba Manuel Burque por acusaciones de presunto acoso hacia mujeres más jóvenes. ¿Probadas? No. ¿Sustentadas en algo? Menos.

Seamos realistas. Yo no soy una santa. Por supuesto que yo me alegro un poquito, en el fondo fondísimo de mi corazón, de que las personas que colaboraron bien sea que indirectamente en la campaña de cancelación contra mí ahora conozcan en sus propias carnes lo que es una campaña de cancelación, pero no soy tan idiota como para ver que esto parece un tanque de pirañas. Porque las pirañas se devoran unas a otras cuando no hay comida, no sé si ustedes lo sabían. 

Woody Allen dice

Pero hablemos de Woody Allen.

Hace cinco años yo creía firmemente que Woody Allen había abusado de su hija. Lo creía porque me habían enseñado a creer que toda víctima de abuso sexual tiene razón. Que no se puede dudar de su palabra.  Que hay que creer a todas las víctimas sin excepción.


Siendo yo también sobreviviente de abuso sexual, y habiendo comprobado que es muy difícil que a una víctima se la crea, di por hecho que si aquella niña se había atrevido a hablar sería porque no mentía.
Pero han pasado años, yo he sido víctima de una campaña de cancelación y además he estudiado psicología.
Si están ustedes suscritos a HBO Max les aconsejo que vean un documental desgarrador que se titula How to create a sex scandal. Les hago spoilers porque muy probablemente a estas alturas les hayan llegado rumores sobre el caso, o conozcan ustedes el caso.


La historia sucede en Mineola, un pueblo de Texas. Una pareja tiene en su casa acogidos a quince niños, y por cada menor reciben una subvención del estado. Viven de sus niños acogidos. La pareja presenta una denuncia contra los padres biológicos de dos de sus niños acogidos y aseguran que esos padres abusaron sexualmente de los niños. Esa denuncia no se admite, así que se dirigen al condado más cercano y vuelven a presentar la denuncia allí.

El documental presenta las cintas de los interrogatorios. Como psicóloga y ,sobre todo a partir de mi interés en comunicación no verbal y en proxémica, veo claramente que esa niña que habla está siendo manipulada. En el interrogatorio está su madre de acogida (que no debería estar allí) y en el interrogatorio no hay ningún psicólogo (que sí debería estar allí). Antes de hablar, la niña vuelve la mirada hacia su madre de acogida. Y solo cuando la madre de acogida mueve imperceptiblemente la cabeza es cuando la niña habla. La niña cuenta una historia perfectamente elaborada, sin signos de ansiedad o de dolor, incluso en ocasiones sonríe, como orgullosa de hacer lo que le han pedido que haga. No cabe duda de que la niña ha sido entrenada para contar la historia.
Pues bien, cuatro personas fueron condenadas a cadena perpetua a partir de estas declaraciones. Cuando años después los niños que habían declarado reconocieron que se habían inventado las historias porque tenían miedo a sus padres de acogida y porque habían sido forzados y coaccionados, nadie les creyó. Pero sí les creyeron cuando eran unos niños. Lo más fuerte es que nadie creyó a algunos de los niños que habían vivido en esa casa de acogida y que hablaban de abuso sexual y maltrato vivido en aquella casa. 

Se había hecho una selección: a estos niños los creemos, a estos niños no los creemos.

Nadie tuvo en cuenta que la madre que había iniciado todas estas demandas vivía exclusivamente de acoger a estos niños, que aquel era su medio de vida. Nadie tuvo en cuenta que el sheriff que le apoyó en estas demandas pertenecía a la misma iglesia que la madre de acogida. Que existía una relación personal y que ese hombre no debería haber dirigido la investigación. Y nadie tuvo en cuenta que existía una animadversión previa de la madre de acogida hacia los adultos que fueron denunciados.

Muchos años antes, en los años 1983 y 84, se juzgó el famoso caso de la guardería McMartin. A todos los trabajadores que trabajaban en la guardería de preescolar propiedad de la familia McMartin se les acusó de abuso sexual. Se le llegó a acusar del abuso de 360 niños. Tras seis años de juicio no se obtuvo ninguna condena y se llegó a la conclusión de que todo se había iniciado en la imaginación de la primera madre que denunció que, mira tú qué casualidad, era esquizofrénica. Dicha madre convenció a su hijo de que los delirios de ella eran reales (este fenómeno se conoce como «delirio psicótico compartido»); y, a partir de ahí, se creó un contagio social que llevó a otros niños a repetir lo que decía el primer niño.

Las investigaciones de Elizabeth Loftus y de Julie Shaw sobre las falsas memorias han probado lo fácil que es implantar falsos recuerdos en niños y en adultos vulnerables, cuando quien los implanta es alguien que tiene autoridad sobre ellos.

Mia Farrow tenía a su cargo a catorce niños. Todos ellos niños con necesidades especiales que provenían de entornos muy traumáticos, algunos de ellos con enfermedades graves. Para tratar a estos niños hubiera sido necesaria una familia que se ocupara de los niños al cien por cien, con dedicación absoluta. Y, sin embargo, estos niños fueron a parar a la casa de una estrella de Hollywood, que trabajaba al ritmo de una película al año. Películas internacionales que implicaban rodajes extenuantes y giras de promoción inacabables, que exigían que Mía estuviera fuera de su hogar más de tres meses al año. La madre mantenía una relación bastante inusual con su novio, Woody Allen, que vivía en otra casa y nunca dormía con ella. Los niños en la práctica habían pasado de vivir en un orfanato a vivir en otro orfanato. Es decir: en una casa en la que quedaban al cargo de niñeras, limpiadoras, asistentes personales, cocineras, y demás servicio pagado, y en la que la madre adoptiva se ausentaba durante largas temporadas.

Hay que tener en cuenta también que el hermano de Mia Farrow, John Villiers Farrow, que había sido condenado por abusos sexuales a dos menores de edad y había pasado siete años en la cárcel de Maryland, visitaba en muchas ocasiones a esos niños.


A Woody Allen se le acusó de haber abusado de su hija adoptiva, Dylan, que entonces tenía siete años. Los abusadores de niños, en su casi totalidad, son abusadores seriales:  su comportamiento es compulsivo, y tras abusar de un niño, eligen a otro. En el caso de Woody Allen, sin embargo, no se ha vuelto a saber de ningún otro caso en el que tocara o molestara a una menor. Treinta y un años han pasado.


En el 2019, la modelo Babi Christina Engelhardt reveló, en una entrevista a Hollywood Reporter,  que, en 1976, con apenas 16 años, inició un romance con el director Woody Allen que se prolongó durante ocho años. Aseguraba que ella fue la inspiración de la protagonista de la película Manhattan , una historia en la cual el alter ego de Woody Allen mantiene una relación con una chica de 16 años. Esta mujer, hoy adulta, aporta pruebas de la relación que mantuvo con Woody Allen cuando ella tenía dieciséis años y él unos cuarenta. Pero, atención, asegura que formó una trieja, y que se acostaba a la vez con Woody y con Mía. Curiosamente ni Woody ni Mía han intentado demandarla ,con lo cual suponemos que esta historia era real.


Mia Farrow montó en cólera cuando descubrió que Woody Allen mantenía una relación con Soon Yi,  hija adoptiva de Mia Farrow, y actual esposa de Woody Allen, con la que lleva casada casi treinta años. Woody no era su padre ni biológico ni adoptivo, él no había tenido nada que ver en la adopción de Soon Yi. Tampoco vivía con Mía, simplemente era el novio.  Insiste Allen, en su autobiografía, en que él jamás había dormido en la casa de Mía porque tenía su propia casa y porque, precisamente, no quería dormir en la propia casa de unos niños que no eran suyos.
Seguimos.


Moses Farrow, hijo adoptado de Mía, en el 2018 aseguraba que todo lo que contó Dylan Farrow, una historia según la cual Woody Allen había abusado de ella en un ático, es imposible . Porque, afirmaba Moses, en aquel ático no había un tren de juguete, tal y como Dylan decía. Indicaba, además, Moses que el espacio en aquel desván era demasiado pequeño como para que pudiera haber un abuso. También acusó a Mia Farrow de maltratar a sus hijos adoptivos físicamente. Hay de tener en cuenta que Moses Farrow tiene un máster en terapia sistémica por la Universidad de Connecticut, una de las más prestigiosas de Estados Unidos. No parece precisamente que Moses padezca una distorsión cognitiva. Tampoco cobró por las declaraciones, las distribuyó en un comunicado. Ergo, no se le puede suponer a Moses ninguna motivación espuria.


Tanto en sus declaraciones iniciales como en el documental, que se hizo más tarde, (que también está en HBO), Dylan Farrow aseguraba que Woody Allen la penetró analmente con los dedos. Sin embargo en los informes forenses presentados en el juicio no se aprecia, en la exploración, que Dylan haya sido penetrada analmente. Lo cual habría sido bastante obvio si hubiera sucedido, dado que la niña tenía siete años, y se hubieran certificado pequeñas fisuras anales.


De entre los hijos adoptivos de Mia Farrow sabemos que: Moses ha cortado todo contacto con mía; Tam falleció los diecisiete años en el año 2000 como resultado de una sobredosis de pastillas, que según Mia resultó accidental, y que, según Moses, fue un suicidio. Thadeus se suicidó a los 29 años, en el 2016. Lark falleció en el 2008. No queda claro la causa de su muerte. Moses insinúa que fue un suicidio y en otros casos se apunta a que falleció de sida. Pero, en el 2008, prácticamente nadie fallecía por complicaciones derivadas del sida en el mundo occidental, porque ya existían los retrovirales y llevaban largo tiempo en el mercado, así que cuesta creer que el hijo de una estrella millonaria fallezca de sida. Es razonable pensar que ha habido tres suicidios en la familia.

Expuesto todo lo anterior (datos, no relato), me parece alucinante que treinta y un años, TREINTA Y UN AÑOS, después de la acusación contra Woody Allen, tenga Pablo Echenique el valor de llamar a Woody Allen «reincidente pedófilo» (textual). Estoy seguro de que nadie se lo ha comunicado a Woody Allen, pero, si Allen se entera, podría perfectamente demandar a Pablo Echenique. Y le dejo caer esto a la colaboradora de este medio Lupe Sánchez, que ya tiene experiencia en lo de demandar a miembros de la cúpula de Podemos. Porque, desde luego, si en Estados Unidos se le ocurriera al portavoz de cualquier grupo político en el gobierno llamar pedófilo reincidente a Woody Allen le tendría que pagar varios millones de dólares.  


¿Puedo decir yo categóricamente que Woody Allen abusó de su hijastra Dylan Farrow? No.
¿Puedo decir que no lo hizo? Tampoco.


Pero si hablamos de algo que no se ha podido demostrar, me parece una locura que treinta y un años después no se le permita a Allen exhibir una película solo porque existe un rumor.
Hace años yo no habría dicho esto. Hace apenas cinco años yo estaba convencida de que Woody Allen era un abusador de menores. Y he tenido que atravesar una campaña de cancelación en carne propia para darme cuenta de que los rumores NO son hechos probados, y de cómo se le puede hundir la vida y la carrera a alguien, y de cuán fácil es hacerlo. Si hace unos años, al ser yo superviviente de abuso sexual, sentí empatía por Dylan Farrow, hoy, ahora, al ser yo superviviente de una campaña de cancelación, la siento por Woody Allen.  El caso es que yo no puedo estar segura de si Dylan fue o no fue abusada. Sí puedo estar segura de que Allen ha sido cancelado.

Bob Pop dice

A Peio Riaño le hemos cancelado en base al testimonio de unas personas a las que podemos creer o no. No hubo en su momento ninguna demanda por acoso laboral. Pero la cancelación tiene lugar doce, DOCE AÑOS, después de que se produjeran los hechos, que en principio se produjeron del 2010 al 2011, con la aquiescencia de toda la redacción. Redacción que, según quien movió la historia, era perfectamente conocedora de lo que sucedía. Qué sorprendente que Bob Pop, periodista que ha sido el azote de todo otro profesional de la comunicación que no se atuviera al estricto código woke, se apunte a la cancelación de Peio Riaño. Qué sorprendente que ahora diga que efectivamente él también sufrió acoso laboral,  qué sorprendente que no dijera nada en su día. Eso sí,  durante estos doce años ha tirado a matar contra gran parte del periodismo cultural español , esgrimiendo como balas las acusaciones de costumbre (fascista, tránsfoba, machista, sexista, facha, homófobo.. y todos esos epítetos que nos dedican a cualquiera que no les bailemos el agua). Si sabía que Peio Riaño era un acosador laboral y que abusaba de su superioridad, especialmente contra las mujeres… ¿Por qué no habló antes, él, Bob Pop, que se ha autoerigido en guardián de las esencias y  sacrosanto defensor de los valores morales progresistas en España?

El nuevo macartismo

La «cultura de la cancelación» actual no es más que un macartismo disfrazado de woke. Parte de un objetivo noble: poner fin a la discriminación, del tipo que sea. Sin embargo, al igual que el macartismo, se ha transformado en algo siniestro y contrario a la libertad y a la realidad.

Luchar contra el racismo, luchar por los derechos de las mujeres y de las minorías, es bueno y necesario. Tratar de suprimir las voces con las que uno no está de acuerdo no lo es.

Ha llegado el momento en que todos nos grabemos a fuego la frase de George Orwell. «Si la libertad significa algo, es el derecho a decirle a la gente lo que no quieren oír». Si Orwell, que sí que fue un luchador real contra el fascismo, levantara la cabeza, la volvería a agachar abochornado al ver cómo se ha pervertido la expresión «lucha antifascista».

El macartismo woke es una amenaza para todos nosotros, cuando busca hacer lo primero que toda democracia sana se compromete a evitar: imponer la uniformidad de pensamiento, el totalitarismo y la persecución ideológica.

En este sentido hay que llamar a esta gente como lo que son. Fascistas. Ellos son los verdaderos fascistas, y hay que decirlo alto y claro. El nuevo fascismo ha llegado  disfrazado de progresía y brilli brilli.

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