THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

La equidistancia interesada entre ETA y GAL

«El objetivo de mover el espantajo del GAL es diluir la criminalidad y justificar el terrorismo nacionalista vasco, equiparándolo con el terrorismo de Estado»

Opinión
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La equidistancia interesada entre ETA y GAL

Ilustración de Alejandra Svriz.

La equiparación del terrorismo que practicaron la ETA y el GAL es muchas veces interesada, y siempre injusta y distorsionadora.

De vez en cuando se vuelve a mencionar al GAL, con dos objetivos. Uno, desacreditar las opiniones sobre la actualidad política que manifiesta, en contadas ocasiones, el expresidente del Gobierno Felipe González, al que directa o indirectamente se le atribuye la mayor culpabilidad y responsabilidad en la creación y los atentados del GAL. Curiosamente, aunque en su día fue la derecha, sobre todo, la que aprovechó el escándalo del GAL con el objetivo de tumbar al Gobierno de González, ahora es desde la extrema izquierda desde donde se menciona la «cal viva» como hizo espectacularmente Pablo Iglesias en el Congreso hace siete años, para invitar a Pedro Sánchez a alejarse de González y de la «vieja guardia» de su partido, a quienes no gustaba nada la idea de un Gobierno con Podemos.

El segundo objetivo que se persigue moviendo el espantajo del GAL es diluir la criminalidad y en algunos casos justificar el terrorismo nacionalista vasco, equiparándolo con el terrorismo de Estado. Desde el nacionalismo vasco y en menor medida catalán no se recurre a la memoria del GAL como un deber de recordar determinados episodios del pasado para que no se repitan, sino para desacreditar la democracia española y difundir la idea de que, a fin de cuentas, la violencia en aquellos años estaba difusa, la practicaban unos y otros, unos y otros eran víctimas, de manera que la actividad de los comandos etarras, hijos de su tiempo, ahora puede parecernos una barbaridad pero en su día tenía, mucha o poca, alguna justificación.

Esta equiparación, que muchos comparten, sea por mala fe o por ignorancia de nuestra historia reciente, es falsa, y creo que no es ocioso que recordemos algunos extremos elementales.

En primer lugar: el Estado español, a través de la magistratura y la policía, y el pueblo español, a través del periodismo, persiguió al GAL. Un ministro, un vicesecretario, un general de la Guardia Civil y un subcomisario, entre otros, dieron con sus huesos en la cárcel.

«Ni por su duración ni por el número de víctimas puede compararse el terror de ETA con el del GAL»

En segundo lugar, la banda terrorista vasca asesinó durante sus sesenta años de existencia a ciudadanos de toda clase, desde policías a periodistas, desde funcionarios a chóferes, desde ingenieros y empresarios a concejales y políticos. Eliminó incluso a exetarras que se habían atrevido a abandonar la banda, como Miguel Solaun o Maria Dolores González Catarain, alias Yoyes. Causó más de 800 muertes y miles de heridos, destruyó miles de familias. Se dedicó con entusiasmo al secuestro y la extorsión.

El GAL tuvo una existencia de cinco años, 1983-87, durante los cuales causó una veintena de muertos, casi todos ellos militantes de ETA, con un historial de sangre a la espalda. Algunas de esas víctimas fueron causadas por error o confusión de sus pistoleros.

Como se ve, ni por la duración a lo largo del tiempo, ni por el número de víctimas causadas, puede compararse el terror de ETA con el del GAL.

Tampoco, en realidad, puede compararse la naturaleza de unas y otras víctimas. Las de ETA eran por lo general ciudadanos honestos, al día de sus obligaciones con Hacienda y sin cuentas con la Justicia, con la excepción de algunos camellos a los que también eliminaba. Las víctimas del GAL eran, salvo los mencionados errores, que condujeron a su desaparición, pistoleros muy dañinos.

Es fácil de entender que la eliminación, a cargo de un francotirador del GAL armado con un fusil de precisión, de Mikel Goikoetxea Elorriaga, alias Txapela, no puede ser tan lamentado como los 27 atentados con víctimas mortales en los que éste participó, y menos aún si consideramos que de no ser tan bruscamente terminada, la carrera de Txapela como verdugo hubiera podido proseguir quién sabe durante cuántos años más.

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