¿Sentido común y tolerancia?: momento de microrresistencias
«Ante los abusos de la política, es el momento de la sociedad civil, de tener la valentía de decir NO, alto y claro, para que no se pisoteen nuestros derechos»
Hace unos meses, recibí una propuesta que no pude rechazar. Un viejo amigo, respetado psiquiatra, me planteó crear una asociación en defensa del sentido común y la tolerancia. Que un psiquiatra reivindique esto en nuestro país tiene doble valor. En primer lugar, porque se ha producido un alarmante aumento de enfermedades mentales en la última década. En segundo lugar, porque ante la sistemática negación de hechos evidentes y la polarización del discurso público, cada vez más ciudadanos, atónitos, nos preguntamos «¿soy yo el que está loco?».
La incomunicación es una de las principales amenazas para la sociedad actual. La brecha tecnológica, el sectarismo y la falta de contacto personal están reduciendo «campos de experiencia» compartida. Esto dificulta la comprensión y empatía hacia el diferente e impide la construcción de consensos, los enemigos de los totalitarismos. Por eso es muy importante crear espacios para la comunicación, donde se pueda romper los silencios, combatir la fentanilización social y permitir que, como sociedad civil, nos reorganicemos para reivindicar nuestros derechos.
En definitiva, dije sí a la propuesta.
El viernes pasado, presentamos el proyecto ante un grupo reducido de personas. Para explicar los objetivos fundamentales (promover el sentido común y fomentar la tolerancia) comencé proyectando el cortometraje de Maddox Alternative Math, que muchos habrán visto porque se ha vuelto viral y acumula más de seis millones de visitas en YouTube. La historia es simple: una profesora es cancelada por corregir a un niño que no acepta los principios básicos de la aritmética. La «negación del referente» (un hecho objetivo, 2+2=4) desencadena un proceso de enajenación colectiva que lleva a errores, sinsentidos y mentiras.
«Las personas, por miedo al aislamiento social, ocultamos las opiniones si creemos que son minoritarias»
El corto es una crítica a la tiranía de lo políticamente correcto y una metáfora de fenómenos que observamos en España, como la manipulación de la realidad o la prostitución de conceptos en beneficio de ciertas agendas. Y es que más allá de la generosidad (que hemos visto hace poco utilizar por el presidente para justificar la amnistía por egoísmo), por ejemplo, se pervierte habitualmente el sentido común y la tolerancia (que deben ser reivindicados con fuerza) al usarse para el gaslighting o la imposición de trágalas.
El sentido común tiene (al menos) dos acepciones: una demócrata y otra tomista. La primera refiere la capacidad de intuir lo que «la mayoría piensa», mientras que la segunda se centra en la habilidad de percibir la realidad a través de los sentidos.
Hace unos años, Elisabeth Noelle-Neumann planteó su teoría de La espiral del silencio que explica cómo las personas, por miedo al aislamiento social, ocultamos las opiniones si creemos que son minoritarias. Y aquí viene la trampa: el sentido común, esa especie de percepción cuasi estadística que tenemos, nos hace confundir las opiniones «públicas o publicadas» con las «mayoritarias». Quienes se expresan, o controlan los medios, someten a aquellos que tienen dificultades para hacerlo o a quienes, por educación, respeto o miedo, optan por el silencio. Esta dinámica genera y perpetúa narrativas cada vez más difíciles de rebatir y falsedades, que al asumirse como verdades, acaban instaurándose como tales. Véase, «ser mujer es sentirse mujer» o «la amnistía a los golpistas es la desjudicialización del conflicto político». ¿Perdona?
Frente a la democrática, es esencial reivindicar la acepción aristotélica del sentido común. En un entorno en el que la información es vulnerable a la manipulación, el discernimiento se convierte en una habilidad crítica. «Ser mujer viene dado por la biología»”(otra cosa puede ser la categoría «mujer trans») o «la amnistía a los golpistas es la decisión arbitraria de darles el perdón a cambio de votos para Sánchez porque ahora interesa». Y punto.
Lo mismo ocurre con la tolerancia. La tolerancia implica por parte de un «sujeto tolerante» permitir una actividad considerada excesiva a un «sujeto tolerado», sin oponerse activamente, normalmente en aras a un bien mayor como la convivencia. Hay que distinguir entre tolerancia práctica (la indulgencia hacia las personas) y dogmática (hacia el error en sí).
«La tolerancia se ejerce con el fin de lograr un beneficio superior»
La tolerancia tiene una dimensión ética crucial: se ejerce con el fin de lograr un beneficio superior y depende de la jerarquía de bienes y males en una situación dada («Petarse el Estado de Derecho» por ¿«mantener el poder de un señor»?)
La tolerancia no puede estar nunca desconectada de la naturaleza de los hechos ni se ha de confundir con el indiferentismo. No se nos puede pedir que aceptemos todo en su nombre. Y esto hay que ponerlo negro sobre blanco.
Muchos se preguntarán qué sentido tiene defender el sentido común y la tolerancia desde una humilde asociación de provincias. Yo creo que mucho.
Decía Salvador Illa, nervioso, después de la potente manifestación del domingo en Barcelona que es «el momento de las instituciones, no de las manifestaciones y la calle».
Todo lo contrario, señor Illa.
Ante los abusos de la política, es el momento de la sociedad civil, es el momento de las grandes manifestaciones y es el momento de las microrresistencias, esos pequeños actos que pueden tener un impacto duradero.
Actos tan simples como exigir sentido común y respeto, y como tener la valentía de decir NO, alto y claro, cada vez que sea necesario para que no se pisoteen nuestros derechos.