THE OBJECTIVE
Esperanza Aguirre

Tres éxitos de la manifestación de Barcelona

«Fue el grito de cientos de miles de españoles -en su inmensa mayoría, catalanes- para frenar el golpe de Estado que, delante de nuestros ojos, se está preparando»

Opinión
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Tres éxitos de la manifestación de Barcelona

Ilustración de Alejandra Svriz.

La manifestación del pasado domingo en Barcelona fue un éxito inmenso e indiscutible. En primer lugar, por lo que esa riada de ciudadanos en las calles barcelonesas significaba en sí misma. Era el grito de cientos de miles de españoles -en su inmensa mayoría, catalanes- para frenar el golpe de Estado que, delante de nuestros ojos, se está preparando. Porque lo que Sánchez y sus aliados se predisponen a dar en España es eso, un golpe de Estado.

Un golpe de Estado que, de perpetrarse, va a ser mucho más grave y trascendente que el que Puigdemont dio hace seis años y que no pasó de ser una ridícula declaración de independencia que apenas duró unos segundos. Ahora no, ahora se trata de ir a la raíz. Y la raíz del golpe de Estado que se está pergeñando pasa por la declaración solemne de que el régimen del 78 ha sido y es una dictadura que lleva 45 años oprimiendo a los españoles con saña. Y con especial saña a los españoles de Cataluña, una región que los golpistas de hoy van a considerar oficialmente que lleva siglos invadida por unos desalmados españoles que no la dejan vivir.

Porque eso es lo que se encierra detrás de la amnistía que, desde la misma noche del 23-J, Sánchez y los socialistas que brincaban de alegría con él en el escenario de Ferraz sabían que iban a conceder a los independentistas del fugado Puigdemont para seguir en el poder.

«La calle es una de las mejores armas que tenemos para defender la libertad y la Constitución»

Los españoles que salimos a las calles de Barcelona a gritar «¡en mi nombre, no!» no necesitábamos conocer los detalles del proyecto de amnistía que los socialistas, con Sánchez de líder y de cerebro de la operación, van a promulgar. Sabíamos que esa palabra, que, cuando se pronunció en la España preconstitucional de 1977, era la forma jurídica de expresar la voluntad de reconciliación de todos los españoles, ahora significa justo lo contrario. Ahora es la forma de acabar con ese abrazo fraternal.

Ahora, cuando vamos conociendo, a través de lo que Yolanda Díaz, el peón de confianza de Sánchez, ha presentado en Barcelona para ir preparando el terreno al golpe definitivo, sabemos que puede ser aún peor de lo que pensábamos cuando nos manifestábamos el domingo. Y no hay más que oír lo que ha declarado el cerebro de Sumar, Jaume Asens, al presentar el documento en el que justifican esa amnistía, cuando dice que «en una democracia no mandan los jueces, mandan los ciudadanos». Es decir, que no deben existir ni la separación de poderes ni el imperio de la Ley. Son totalitarios.

Pero éste no ha sido el único éxito de la manifestación del domingo. Ese acto cívico, civilizado y pacífico llevó consigo más éxitos. El siguiente de los cuales es que ha servido para que todos hayamos comprobado que la calle es una de las mejores armas que tenemos para defender la libertad y la Constitución de la libertad frente a los que quieren acabar con ellas.

No hay más que ver la hostilidad con la que Sánchez, sus aliados y los medios de comunicación que los apoyan han reaccionado ante el grito que salió de la Barcelona del domingo. Basta con fijarse en las palabras que el pretendiente a La Moncloa dijo el mismo lunes a Feijóo. No le habló de los problemas de los españoles ni le propuso la menor iniciativa para encontrar algún punto de acuerdo. Lo único que le dijo es que no le saque gente a la calle. Señal inequívoca de que hay que salir y mucho y bien. Ese es otro de los éxitos de Barcelona.

Pero hay más éxitos. Otro es haber dejado clara la posición del PSOE, como partido, y de los socialistas de a pie como ciudadanos. En la manifestación del domingo se notaba la ausencia de ese partido y de esos militantes porque, hace seis años, estuvieron allí, con Illa, Iceta y Borrell en primera fila, gritando lo mismo que gritábamos este domingo. Y hoy, con los mismos eslóganes ni un solo socialista de los que cobran gracias a serlo ha estado.

«El mismo día unos ‘bilduetarras’ profanan de una manera siniestra la tumba de Fernando Buesa, un socialista asesinado por ETA»

Todavía más, por si aún alguien dudara del papel de los socialistas en el golpe que se va a dar, debemos tener presente que, el mismo día que ven cómo unos bilduetarras profanan de una manera siniestra la tumba de Fernando Buesa, un socialista asesinado por ETA, votan en Navarra a otro bilduetarra para que presida la Federación de Municipios Navarros, en vez de al representante de Unión del Pueblo Navarro, ¡qué vergüenza!

Cuando se contempla el espectáculo que Sánchez está dando en estos días de negociaciones, que en realidad son más bien días de marear la perdiz, empezamos a tener dudas acerca de los análisis que, desde hace cinco años, muchos hemos hecho acerca de su comportamiento. Ha cristalizado en la opinión de muchos analistas la idea de que Sánchez, desde que, en mayo de 2018 creó Frankenstein (copyright Rubalcaba), es un obseso del poder y que por tenerlo y conservarlo hace cualquier cosa. Según estos análisis las cesiones a los independentistas, golpistas, comunistas y filoterroristas, las hace por seguir en el Falcon y en su colchón de La Moncloa.

Pero, cuando se ve el entusiasmo que pone en defender los objetivos de todos esos, que, para simplificar, podemos denominar como la Antiespaña, se empieza a comprender que Sánchez no es un simple autócrata, dominado por esa pasión de mandar que Marañón analizó en el Conde Duque de Olivares. Probablemente sería más acertado considerarlo a él como el líder y máximo defensor de las pretensiones de todos ellos.

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