THE OBJECTIVE
Ignacio Ruiz-Jarabo

El teatrillo PSOE-Sumar: de comedia a drama

«El contenido del acuerdo no es sino un cóctel que contiene a la vez la demagogia, el populismo y el arcaísmo que caracterizan a la izquierda política española»

Opinión
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El teatrillo PSOE-Sumar: de comedia a drama

Ilustración de Alejandra Svriz.

Siempre se ha dicho, y a fe que es cierto, que la política tiene algo de teatro. Con esta afirmación se quiere expresar que los dirigentes de los partidos y de sus colaboradores acomodan sus manifestaciones y actuación públicas a un forzado guion con el que aspiran a lograr que sus decisiones gocen de la mayor aceptación social posible. Sucede que en esta ocasión lo guionizado y representado entre Sánchez, Díaz y sus ayudantes ha resultado cómico durante el nudo de la obra representada en tanto que su desenlace presenta tintes dramáticos.

La condición cómica es evidente pues, desde que se abrió el telón, todos –urbi et orbe– sabíamos que el acuerdo entre la izquierda socialista y la ultraizquierda comunista y antisistema era un hecho predeterminado. En este punto no han sido capaces de engañar ni a los suyos y su representación ha sido lo más parecido a un espectáculo de guiñol, con actores tan ausentes de realismo como las figuras de cartón que se mueven con hilos a la vista de la audiencia. El carácter dramático proviene del contenido del acuerdo que ha sido hecho público que no es sino un cóctel que contiene a la vez la demagogia, el populismo y el arcaísmo que caracterizan a la izquierda política española.

Constatemos que la medida estrella del acuerdo es la reducción de la jornada laboral desde las actuales 40 horas a las futuras 37,5 horas reducción que, según la superstar líder de Sumar, «dará vida» a los trabajadores. De modo que según la actual vicepresidenta del Gobierno en funciones, –«eternamente Yolanda», que canta Pablo Milanés-, vida y trabajo son contrapuestos, pues reduciendo el segundo se aumentaría el primero. Contraposición que siendo cierta en condiciones de esclavitud o en situación de precariedad laboral extrema, resulta rotundamente falsa cuando el punto de partida actual es una jornada laboral de ocho horas diarias. Pero nuestros líderes de izquierda son así y aunque han pasado ya casi tres siglos desde la revolución industrial, ellos mantienen el discurso de hace 300 años que, por el tiempo transcurrido, huele ya a naftalina como la ropa vieja conservada en el desván.

Pero hay más porque lo pactado es reducir la jornada laboral sin que se vean reducidas las retribuciones del trabajador. Quiere decirse que éste trabajará menos recibiendo a cambio lo mismo en tanto que el empresario pagará lo mismo, pero a cambio recibirá menos. Una genuina muestra de lo que es aplicar la ley del embudo: ancho para unos, estrecho para otros. Resulta indudable que la medida va a encarecer los costes laborales de las empresas y como las matemáticas no mienten, el incremento por hora trabajada será el 6,25% ¡Poca broma! Incremento que se añadirá al provocado por las subidas decretadas por Escrivá con su nefasta reforma del sistema público de pensiones y al que han supuesto los sucesivos, desmedidos e indiscriminados aumentos del salario mínimo interprofesional impuestos por el Gobierno de Sánchez.

«La izquierda española no cree en la empresa y sus decisiones siempre apuntan a dificultar el desarrollo de su actividad»

Está claro, la izquierda española no cree en la empresa y sus decisiones siempre apuntan a dificultar el desarrollo de su actividad. Como resultado más reciente, el número de empresas en creadas en 2022 cayó un 2,1% respecto a las que se crearon en 2021. En paralelo, el número de las que fueron cerradas en 2022 creció un 10,1% frente a las que se cerraron en 2021. Por cierto, que el aumento cardinal de los cierres empresariales habidos en el año 2022 -23.808- constituye la mayor cifra desde el año 2000.

Pues antes o después descubrirán algo tan elemental como que sin empresas no hay actividad económica privada ni creación de empleo al margen del Estado. Que sin empresas no hay mercado y que sin empresas la economía se socializa y cae en el fracaso histórico que supone el socialismo. Lo malo es que cuando se quieran dar cuenta, el daño causado será excesivo en términos económicos y de libertad. Sí, de libertad porque ésta en su acepción global incluye también la de empresa en particular que se ve reducida cuando la actividad empresarial es dificultada con la intensidad con la que lo está siendo en España. 

Siendo probablemente lo peor, la reducción de la jornada de trabajo no es lo único negativo del contenido del acuerdo con el que ha finalizado el teatrillo PSOE-Sumar. Es una broma de mal gusto el anuncio de un plan de choque contra el desempleo juvenil cuando las medidas de carácter laboral adoptadas en los últimos años junto a la proyectada reducción de la jornada encarecen la contratación de cualquier trabajador y entre ellos la de los jóvenes. Es una sinrazón anunciarlo al tiempo que se anuncia el endurecimiento de las medidas contra el cambio climático que, bajo el paraguas de la coartada ecológica, incorporará nuevas dificultades y costes para las empresas.

Cambiando de tercio, han pactado también el PSOE y Sumar realizar una reforma fiscal justa y, como muestra del modo en el que entienden la justicia que persiguen, su pacto incluye que las empresas bancarias y energéticas colaboren a sostener al gasto público. Esto ya no es una broma, es un auténtico sarcasmo. ¿Es que no lo hacen ahora? Pues sí, lo hacen pagando todos los impuestos que paga cualquier empresa del resto de los sectores económicos y, además, soportando los esotéricos gravámenes creados al final de la legislatura pasada mediante un procedimiento que violentó los órdenes jurídico y parlamentario de nuestra democracia. Todo apunta a que, aunque no se explicite así, lo acordado supone que dichos gravámenes creados y publicitados como temporales o transitorios van a quedarse incrustados definitivamente en el ordenamiento legal. Al parecer, también aquí Sánchez ha cambiado su opinión, confirmando así lo manifestado por Felipe González cuando sentenció que «cambiar de opinión a diario es de necios».

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