THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Sánchez y el eufemismo violento

«’Salimos más fuertes’ o ‘La economía va como una moto’ son ejemplos de cómo Sánchez transforma el desastre más insoslayable en un éxito imaginario»

Opinión
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Sánchez y el eufemismo violento

Ilustración de Alejandra Svriz.

En marzo de 2020, un conocido diario progubernamental anunciaba a bombo y platillo: «El Estado sale al rescate». Arrancaba así la noticia de que el Gobierno había aprobado el mayor desembolso económico de la historia, un 20% del PIB, para «salvar a ciudadanos y empresas de la descomunal crisis económica» provocada por la pandemia. La nota añadía a continuación que, «en un discurso casi de situación de guerra», Pedro Sánchez garantizaba que el Estado no dejaría hundirse a los ciudadanos. «No vamos a dejar a nadie atrás», había sentenciado el presidente.

Aquel «No vamos a dejar a nadie atrás» fue una de las muchas declaraciones rimbombantes que a lo largo de estos últimos años nos ha regalado Pedro Sánchez y que según las pronuncia se desvanecen como el humo. Queda de ellas, si acaso, la sensación de que se hace algo, cuando en realidad nada se hace. Lo cierto no es ya que nadie quedara atrás, es que casi nadie ha podido ir hacia delante, excepto, claro está, los camaradas que Sánchez.

Sin embargo, la especialidad de Sánchez no son las declaraciones rimbombantes que se desvanecen como el humo, ni siquiera las mentiras. Lo suyo es el eufemismo. Ese eufemismo político que genera gran cantidad de términos y frases que guardan poca relación con sus significados y que proyecta constantemente realidades paralelas que son justo lo contrario de lo que acontece. Así, «no vamos a dejar a nadie atrás» significa que millones de personas quedarán rezagadas de forma irremisible. «Salimos más fuertes» o «La economía va como una moto» son otros ejemplos de cómo Sánchez transforma el desastre más insoslayable en la declaración de un éxito imaginario. En realidad, por obra y gracia de sus inacabables e ilegales confinamientos, no salimos más fuertes de la pandemia: salimos muy debilitados. Y tampoco la economía va como una moto, sino todo lo contrario.

«‘El bloque de progreso’ está constituido en realidad por un conjunto de partidos profundamente reaccionarios»

Pero de todos los eufemismos que Sánchez ha vomitado por su boca el más extraordinario ha sido llamar «bloque de progreso» a la coalición que puede llevar adelante su investidura, porque tal coalición está constituida por un conjunto de partidos, casi bandas, cuyas actitudes e ideas son la antítesis del progreso. Los supremacistas catalanes y vascos, de ultraizquierda y ultraderecha, los comunistas y socialistas echados al monte a toque de corneta son, en realidad, profundamente reaccionarios.

El eufemismo de Sánchez es un eufemismo en la más pura tradición soviética porque no consiste sólo en hacer declaraciones que invierten la realidad, también sirve para proyectar la hostilidad típica de los Estados totalitarios. En la URSS, muchos eufemismos eran intrínsecamente hostiles e implicaban connotaciones extremadamente negativas. Por ejemplo, los soviéticos transformaron el concepto de «enemigo del Estado» empleado por griegos y romanos en la antigüedad en el mucho más personal «enemigo del pueblo». Un enemigo del Estado es alguien que ha hecho algo para ofender a una burocracia distante y anónima; un enemigo del pueblo, sin embargo, es el que ofende y hace daño a la gente, a ti, a tus amigos, familiares y a todos cuantos conoces. Así, Sánchez y sus satélites han usado y abusado de términos como «negacionista», «fascista», «homófobo», «xenófobo», «derecha extrema» o «extrema derecha» para convertir toda crítica y oposición en actos hostiles contra las personas, incluso en ataques a la Naturaleza con consecuencias terribles para «la gente».

Con estos antecedentes, contemplar a Pedro Sánchez y Yolanda Díaz besarse durante la teatralización del pacto entre el PSOE y Sumar me trajo a la memoria otro beso, el que se propinaron labio contra labio los jefes de Estado de la URSS y la República Democrática Alemana, Leonidas Brezhnev y Erich Honecker, en junio de 1979, durante el 30 Aniversario de la República Democrática Alemana.

El paralelismo entre ambos besos va más allá de lo meramente gestual. Brezhnev fue un autócrata inmovilista responsable de 18 años de empobrecimiento sin tasa que desembocó en el colapso soviético. Sánchez, por su parte, está demoliendo el régimen del 78 que, con todas las fallas que se quiera, es mejor que cualquier dictadura, incluida la soviética. Pero la demolición de Sánchez es mucho más concienzuda y consciente, porque, al contrario que Brezhnev, no es un inmovilista en un régimen dictatorial: es un reaccionario a los mandos de una maltrecha democracia. Y los reaccionarios jamás se quedan quietos. Avanzan hacia atrás.

Así es, Sánchez avanza en lo político, en lo económico y en lo social hacia atrás. No sólo está necrosando las últimas fibras sanas del músculo económico español, también se está llevando por delante lo que quedaba del Estado de derecho. Y digo lo que quedaba porque de forma muy prematura Felipe González lo desproveyó de una salvaguarda fundamental, la separación de poderes, que luego el PP se negó a restituir.

«Para Sánchez, los adversarios políticos no es que estén equivocados, es que son la encarnación del mal»

Con todo, lo más grave es que Sánchez ha erosionado gravemente la convivencia entre españoles. Lo ha hecho convirtiendo la natural disputa política de toda democracia que se precie en una excepcionalidad intolerable. Su manual de resistencia, con el que tomó por asalto el Partido Socialista, ha evolucionado hacia un eufemismo extraordinariamente hostil, según el cual los adversarios políticos no es que estén equivocados, es que son la encarnación del mal. Son el enemigo del pueblo. Una idea que desgraciadamente parece haber calado en millones de votantes encantados de votar a favor de la miseria que Sánchez les regala con tal de que no gobierne la derecha, con tal de que no gobierne el Mal.

La mitología desplegada alrededor de Sánchez no debe confundirnos. Su extremada vanidad y su narcisismo patológico no lo vacían de intención política ni lo convierten en un villano novelesco que trasciende la política. Al contrario, todo en Sánchez es político y lo político es en él extremadamente ultra. Que use a Pablo Iglesias, Irene Montero, Ione Belarra o Yolanda Díaz como tontos útiles para que apechuguen con los costes del extremismo de su gobierno no hace sino demostrar que Sánchez es con diferencia el más taimado y soviético de todos ellos.

Lo cierto es que Sánchez promueve el culto al líder (a su persona), identifica a los adversarios como enemigos del pueblo, marca a los disidentes como reses, desprecia la iniciativa privada y promueve la dependencia del politburó, coloca a sus camaradas en la Administración, impone la dialéctica amigo enemigo y practica el eufemismo soviético con una devoción propia de otras latitudes. Desgraciadamente, parece que muchos siguen sin entender que frente al eufemismo violento de Sánchez los gritos no sirven, si acaso, lo refuerzan. Y es que por mostrencas que sean sus mentiras, se vuelven inspiradoras para muchos en el fragor de la batalla, cuando el ruido se superpone a la realidad. Lo advirtió en 2008 otro eufemístico soviético: «Nos conviene que haya tensión». ¿Hace falta que nos lo digan más claro?

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