THE OBJECTIVE
Antonio Caño

El gran polarizador

«Está convencido de que sólo se mantendrá en el poder si consigue que las dos mitades de España se odien entre sí. La amnistía nos empuja en esa dirección»

Opinión
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El gran polarizador

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. | Alejandra Svriz

Escuchaba estos días decir a un actor al que respeto: «Si la alternativa es amnistía o Gobierno del PP y Vox, lo siento, amnistía». Sospecho que ese es el argumento principal de la mayoría de quienes a partir de ahora se sumarán a apoyar el pacto del PSOE con el prófugo Puigdemont, aunque hasta hace poco estuvieran rotundamente en contra de semejante concesión.

Es un razonamiento que encierra falta de convicción democrática y esconde un reconocimiento de que la amnistía no supone un beneficio al conjunto de los ciudadanos, sino que es un simple recurso para conservar el poder. En el fondo, ese argumento es la admisión de que la amnistía jamás sería refrendada en las urnas. Más bien, todo lo contrario: aceptemos la amnistía ahora porque, de repetir elecciones, habría sin duda una mayoría del PP y Vox. 

Es grave que un país se deslice por semejante tentación autoritaria, que, llevada a su extremo, podría servir para anular la propia democracia. Podría llegarse al punto en que ese actor al que respeto y los millones que comparten su argumento llegaran a otra conclusión: si la alternativa es adulterar las elecciones o un Gobierno del PP y Vox, con todo el dolor de mi corazón, prefiero adulterar las elecciones.

Si el provecho de una democracia consiste exclusivamente en que gobiernen los míos a cualquier precio, francamente es mejor dejar de hablar de democracia. Se supone que una democracia es un sistema de leyes y derechos que nos obligan y protegen a todos, independientemente de quien gobierne, y que la libertad de expresión de quienes piensan diferente y la alternancia en el poder de partidos con ideologías distintas son dos baluartes que garantizan ese bien supremo.

Es grave que hayamos llegado a un punto en el que todo esto tenga tan poco valor. Por eso son tan preocupantes las palabras con las que empecé este artículo. Pero es aún más grave la razón por la que hemos alcanzado este nivel de deterioro, que no es otra que la vocación polarizadora de quien nos gobierna hace ya más de cinco años.

«Si el provecho de una democracia consiste exclusivamente en que gobiernen los míos a cualquier precio, francamente es mejor dejar de hablar de democracia»

En los sistemas políticos consolidados se presta insuficiente atención a las personas que gobiernan. Todos hemos conocido aquí y en otros países tantos gobernantes desafortunados de los que el sistema político se ha repuesto sin apenas percances, que nos sentimos inmunes a cualquier rufián. Pero, en los últimos años, ha surgido un modelo de políticos particularmente dañinos para los ciudadanos, el de aquellos que sólo saben sobrevivir entre los escombros del odio y la división. Los hay en la derecha, explotando el miedo a los extranjeros, a los diferentes, y que necesitan el poder siempre para evitar la catástrofe que supondría un gobierno de aquellos de los que protegen al país.

A nosotros nos ha tocado uno que dice estar en la izquierda y que nos protege de la desgracia que sería un Gobierno del PP y Vox. Nos protege incluso contra nuestra voluntad, pero ya acabaremos por agradecerlo a medida que el tiempo y la propaganda nos convenzan de que, con la amnistía, igual que con los indultos, la eliminación de la sedición y tantas otras cosas a las que nos oponíamos en un principio, también tenía razón.

Nos gobierna quien ha hecho, no de la necesidad, sino de la división, virtud. Dividió primero a su partido, al que convirtió en una amalgama amorfa tras arrastrarlo a un debate adulterado entre Rajoy o él. Y dividió después al conjunto de la sociedad, en la que no ha cesado de sembrar el odio hacia la mitad que no votan por él. Jamás ha tratado de gobernar para todos ni ha sido nunca capaz de ensanchar el campo electoral de su partido para procurar alguna vez en su vida gobernar en mayoría. 

A estas alturas, sabe ya de sobra que medio país le odia y que sólo se mantendrá en el poder si consigue que las dos mitades de España también se odien entre sí. La amnistía, desgraciadamente, nos empuja en esa dirección. Obligar a toda una nación orgullosa y libre – «en el nombre de España», dijo- a postrarse a los pies de quien más ha perjudicado e insultado nuestra democracia desde Tejero, es abrir una espita al enfrentamiento. Quién sabe cuánta frustración saldrá por esa vía y si algún día la podremos cerrar.

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